Merryl.
La noche parecía tranquila. Era cálida, a pesar de todo. Las estrellas eran un cuadro en el cielo, brillando más que otras noches.
Merryl y Celdrik caminaban en paz. Las calles eran iluminadas por pequeñas farolas en pequeños postes. Las casas dejaban ver el brillo de las velas entre las cortinas. A lo lejos se podían ver las tiendas de los soldados y caballeros que aún resistían sin un hogar propio. Muchas de las calles aún no tenían pavimento, así que era normal que muchos no tuvieran su propia casa. “Obviamente, aún faltaba mucho trabajo”.
Pero eso no iba a ser.
Llegaron hasta una estructura rústica. Era de madera, pero se mantenía en pie como ninguna otra. Era la taberna del pueblo. Muchas personas, en especial los viajeros, decían que el corazón de una ciudad estaba en la taberna. Y, pues, ese corazón se veía humilde, pero con un aura propia. El cartel dejaba ver el nombre del lugar «Sombra Lunar». Nombre adecuado para el cielo que tenía encima.
Celdrik golpeó con el codo a Merryl. Este rio. Era un recuerdo divertido para él. La última vez que ambos estuvieron en un sitio similar fue en una misión de rastreo. Un ladrón de poca monta que estaba causando el suficiente lío como para tener que ser apresado con rapidez. Merryl lo encontró ebrio en un sitio casi idéntico al que tenía delante.
Se adentraron en la taberna. No era especialmente interesante. Varias mesas de madera circular se agrupaban frente a una barra. En una de las paredes había una ventana junto a una puerta. Se podía ver la cocina detrás. Fuera de lo normal, el único grupo de clientes eran unos cuantos guardias, un tanto ebrios, sentados cerca de un rincón.
Merryl y Celdrik caminaron hasta una mesa en el rincón opuesto a los guardias. Cuando se sentaron, una mujer vestida con una camisa blanca y un mandil sucio se acercó a ellos. Era joven, con el pelo recogido hacia atrás.
—Hola —dijo con poco entusiasmo, y fingiendo apariencia producto de todas las horas de trabajo—. ¿Desean algo para beber o comer?
—Solo algo para beber —dijo Celdrik—. Una cerveza, nada más.
—Yo solo quiero agua —dijo Merryl.
La camarera miró raro a Merryl y se retiró hacia la puerta que daba a la cocina. Cuando estuvo fuera de la vista, Merryl y Celdrik comenzaron a hablar durante unos minutos. No había mucho de lo que conversar fuera de lo que era habitual en esos días: la guerra. Entia se acercaba poco a poco a las fronteras, y muchas personas abandonaban la capital, entre otras cosas.
Mientras hablaban, las puertas de la taberna volvieron a abrirse, aunque nadie lo notó, excepto Merryl. Debajo del marco, una mujer entró caminando con pasos que no produjeron ruido. Vestía completamente de negro, salvo por una camisa blanca que sobresalía por sobre su pecho. El conjunto consistía en unas botas negras altas junto a un jubón adornado con algunas cadenas finas a los lados. Su rostro visible era pálido, con rasgos finos y llamativos.
Lettah se giró para ver a Merryl, y sonrió. Camino hasta estar frente a la mesa.
—Hace mucho que no te veía —dijo mientras se sentaba.
La camarera volvió con el pedido y trató de hablar con Lettah, pero ella la rechazó con estilo con una de sus manos. La mujer volvió hacia la cocina después de dejar el agua y la cerveza en la mesa.
—Hace mucho que no sabía de ti —dijo Merryl—. Pensé que ya te habías marchado hacia el este.
—Aún tengo trabajo aquí —dijo Lettah, mientras juntaba sus manos delante de ella—. Qué hay de ti, Celdrik, ¿has leído algún libro nuevo?
—No voy a caer de nuevo en eso —dijo Celdrik, mientras sorbía de su trago—. Pero gracias por preguntar. Me alegro de ver que estás bien.
—¿Qué te trae aquí? —preguntó Merryl, mirando a su amiga.
—La capital tiene casi todos sus recursos logísticos atareados —dijo Lettah con calma—. Estaba cerca de su capital, y escuché que necesitaban un mensajero urgente, y, aquí estoy.
Un mensajero, eso es a lo que Lettah se dedicaba en esos días. Su trabajo consistía en entregar mensajes sin que nadie se enterara cuando las águilas no podían hacer su trabajo o eran interceptadas en una guerra. Lettah podría pasar a través de todo un campo de batalla sin que nadie notara su presencia, o podía colarse en cualquier lugar sin siquiera que alguien llegara a notar que ella estuvo allí. Solía moverse por los bajos mundos, pero a veces, aceptaba trabajos de altas esferas por una buena paga.
Esa habilidad misteriosa para moverse en silencio era su mejor aliada. Era un don que sabía explotar de formas que nadie más podría. Se decía que alguna vez entró a un campamento de guerra sin que la vieran. Y por eso, muchas veces la contactaban para que asesinara a alguien. Pero Lettah siempre rechazaba aquello porque sus padres estarían avergonzados. No importaba cuánto dinero le ofrecían.
Pasaron los minutos mientras conversaban cuando las puertas de la taberna volvieron a abrirse. Esta vez, hicieron un chirrido que hizo que todos se giraran en dirección al origen del sonido. En la puerta, Morth y Brav entraron con vergüenza.
Ambos se dieron cuenta quienes estaban en el sitio. Se dirigieron hacia ellos.
—Hola, no pensé que fuera a verlos de nuevo —dijo Brav con entusiasmo, mientras acomodaba una silla para sentarse—. ¡Oh, perdona mis modales! Soy Brav —le dijo a Lettah.
Morth se limitó a saludar con la cabeza y con una reverencia a Lettah. Seguía avergonzado. Lettah se limitó a saludar con la cabeza en un pequeño asentimiento. No le gustaba hablar del todo con extraños. Prefería actuar con calma y discreción, no porque quisiera, sino para mantenerse viva. Entre sus costumbres se encontraba viajar solo de noche. Era algo que quizás pudiese sonar peligroso, pero a ella le funcionaba bien. Conocía tan bien los caminos como la palma de su mano. Sabía dónde dormir sin que nadie la molestase y reanudaba su paso tan pronto el sol se escondía. Ese era el motivo por el que solía usar ropa negra, para poder camuflarse en las penumbras.