El Último Dios

Capítulo 1, parte 9: El rey.

Merryl.

Volver a mi patria se siente distinto luego de todo el tiempo que pasó. Haber visto todas esas culturas subyugadas, aunque no destruidas, me hace pensar un poco las cosas. Nuestra labor fue cuando menos violenta, pero completamente necesaria. O a lo menos eso quiero creer. ¿Era de verdad imposible buscar otra solución?

Bellum, la capital del imperio que llevaba el mismo nombre. Extensa e imponente eran las palabras para describir la ciudad. Calles inmensas pavimentadas con ladrillos rojos. Casas en su mayoría enormes, combinadas con arquitectura extravagante pero cuidada. Barrios extensos y edificios que no existían en ningún otro lugar. Uno de los cauces de los Ríos Gemelos cruzaba justo por la capital. Y por, sobre todo, un castillo que se veía soberbio en lo alto de la montaña.

Era colosal, casi impenetrable. Grandes murallas rodeaban todo el lugar, protegidas además por la colina. La única forma de entrar era por unas escaleras que subían por toda la colina (también había una pequeña rampa a un costado para el acceso de suministros). Torres se levantaban en todas las direcciones. Grandes murallas de un grosor inmenso levantaban la estructura general, la que solía brillar cuando el sol se ponía por detrás. Por si fuera poco, varias puertas bloqueaban el acceso en varios tramos.

Lo que más sobresalía del castillo era la «Torre del Cielo», una estructura descomunal, más que cualquier otra torre del mundo. Pasaba por encima de la montaña, dando una vista general de casi todos los alrededores. Su altura era casi como alguna de las más pequeñas de las Montañas de los Gigantes. La única estructura similar en cuanto a altura era la que estaba en la Fortaleza del Alba. Aunque esta igual era imponente, no se comparaba de forma alguna a la de Bellum.

Dentro de la torre había una escalera de caracol que permitía llegar hasta arriba luego de varios minutos. Aunque casi estaba en desuso por un ascensor tirado de poleas reforzadas que permitían llegar hacia arriba de forma más rápida.

Se decía que la Torre del Cielo se construyó por un rey antiguo de Bellum, quien intentó también conquistar los cielos. También se decía que se construyó para poder tener vigilados los territorios que Bellum iba anexando en su tiempo pasado. Sea cual sea el verdadero motivo, se perdió con el tiempo; pero la torre quedó para la posteridad.

Pero a pesar de todo, a día de hoy la capital había perdido parte de su brillo. Las calles, por muy inmensas y estilizadas, no son nada sin la gente que las usa. Muchas parecían vacías, como si estuvieran abandonadas, casi melancólicas; como si anhelaran los mejores días.

La gente empezaba a abandonar la capital por la guerra, y no era por miedo, sino por resentimiento. Bellum era un imperio que en su momento conquistó todo el continente, esparciendo la lengua y su cultura. La guerra estaba en su sangre. Pero la guerra actual, para la gente común e incluso para los que integraban las filas del ejército, no tenía sentido alguno. Y todo era culpa de un rey que no debía serlo. Uno al que la gente no le guardaba afecto alguno por sus acciones.

Merryl y Celdrik estaban bajando de la carreta. Se había detenido al frente de las escaleras que daban acceso al palacio. Tan pronto el pequeño grupo entró a la capital, cambió su semblante. Muchos parecían molestos y tristes. Ninguno quería volver a la capital, menos en ese momento. Hubiesen preferido seguir intentando ganarse una nueva vida.

—Nunca he estado en el castillo —comentó Morth, mientras bajaba de la carreta —, esta será mi primera vez.

—Necesito estirar las piernas —dijo Merryl, ignorando a Morth—, ya no las siento —comentó dándose pequeños golpes en ellas.

—¿Cómo es que nunca has estado en el castillo? —preguntó Celdrik, pasando al lado de Merryl luego de bajar.

—Por lo que sé, solo los mejores entrenan en el castillo. El resto entrenamos en los cuarteles alejados —explicó Morth, encogiéndose de hombros—. Sé por rumores que movieron a casi toda la base de operaciones al castillo. Tendré que reportarme aquí de ahora en adelante.

—Supongo que es normal —habló Merryl—, deben buscar tener todo controlado de forma más eficiente.

—Supongo… De seguro me envíen a patrullar calles durante un tiempo —dijo Morth con un suspiro—. Ojalá por mucho tiempo. Soy joven después de todo.

Esa última frase era una especie de recordatorio interno. El rey había enviado a pelear primero a los más jóvenes e inexpertos. En su cabeza era guardar lo mejor para el final. La gran mayoría de los soldados expertos y diestros aguardaban su turno para pelear con paciencia dentro de las murallas del castillo. La guerra pudo terminar mucho antes, y sin tantas bajas, si el rey hubiese sido inteligente.

Lo peor de todo es que el plan funcionó durante los primeros meses. Era un pronóstico en contra que se vino abajo. Fueron pocos los generales experimentados que fueron enviados, por recomendaciones expresas y constantes. Los generales habían logrado estructurar y guiar a todos los jóvenes hacia algunas victorias consecutivas. La moral iba subiendo cada vez más a medida que se adentraban en el territorio enemigo. El objetivo era llegar a la capital.

Sin embargo, cuando llegaron las noticias de los Bosques Rojos, los altos mandos supieron que había problemas. Los pocos generales y capitanes experimentados habían muerto. Un solo general había salido vivo, ordenando la retirada de todas las fuerzas desplegadas en ese momento.

Durante los días siguientes, el ejército se había dispersado, retrocediendo en direcciones distintas. Los rezagados no tuvieron suerte, y nunca más se supo de ellos. Algunas cartas llegaron durante los días posteriores. «Podrían estar siendo torturados, o estar muertos en el mejor de los casos», era lo que rezaba la escritura.

Merryl iba a decir algo para intentar animar a Morth cuando un grupo de soldados y guardias se acercaron a la caravana. El que más destacaba de todos ellos era un general. Su mirada era fría. Se detuvo frente a ellos. Los miraba con desprecio, examinando uno a uno a todo el grupo. Su mirada se detuvo justo en Merryl, deformándose al contacto. El general tomó su cinturón con una de sus manos y se irguió aún más.




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