Merryl.
Esperemos que nunca llegue a pasar. Rezo a algo, o a lo que sea, esperando que jamás se libere. Yo estaré muerto, y eso me tranquiliza; salvo que aún muerto mi alma perdure de alguna forma. Aun así, lo que encargamos a las futuras generaciones, en el peor de los casos, es indescriptible. ¿Cómo se frena lo imparable? ¿Cómo se derrota a algo invencible? ¿Cómo se es más inteligente que un ser que ha tenido la infinidad para aprender cosas? ¿Cómo se logra lo imposible?
Merryl yacía sentado en las escaleras de mármol que daban entrada al palacio. Miraba el cielo sin nubes que se extendía más allá de la ciudad. Repasaba lo que ocurrió solo hace unos minutos en la sala del trono. En su cabeza trataba de imaginar que pudo haber hecho distinto. Buscaba las opciones hipotéticas donde Logam terminaba con la guerra. Quizás otro enfoque, otras palabras. Tal vez otras acciones. Nada importaba en el fondo, porque las fantasías se pueden volver realidad o no.
Merryl volvió a suspirar. Parecía que llevaba todo el día haciéndolo. Una breve brisa golpeó su cara, lo que hizo que cerrara sus ojos. ¿Qué hubiera hecho mi padre?, fue lo que pensó, tal vez él hubiese logrado hacer entrar en razón a Logam. Merryl volvió a abrir los ojos. Sabía que pensar en aquello no tenía sentido. Su padre ya no lo acompañaba, y Logam aún necesita más tiempo para darse cuenta de sus errores. Aún me queda mucho que aprender, fue el otro pensamiento que asaltó su cabeza.
Se levantó.
Merryl suspiró una vez más. La última vez de aquel día, y se dispuso a recorrer la capital.
Mientras descendía por los escalones visualizaba la calle principal. Lo que alguna vez fue un tumulto de gente que iba y venía, que subía y bajaba esas mismas escaleras, ahora era solo eso: una calle y un recuerdo. Muy poca gente pasaba por allí, y ninguna se atrevía a dirigirse al castillo.
Cuando Merryl puso sus pies fuera de la escalera, giró en dirección a su mano izquierda, en dirección a uno de los brazos del río que envolvía al castillo. Su destino era el mercado. Aunque primero tenía otra parada.
Merryl caminaba de forma tranquila viendo hacia el cielo, específicamente hacia la posición del sol. Luego de avanzar unos metros, se detuvo frente a una casa pequeña de dos pisos algo desgastada en su color, pero que conservaba un encanto único con todas las flores en su exterior. Merryl volvió a ver el sol, y esperó solo unos segundos. Una pareja de ancianos salió desde el interior cargando algunas cajas con coloridas flores. Cuando la anciana vio a Merryl esbozó una sonrisa.
—Pero sí es mi muchacho —dijo la anciana con alegría.
Merryl le devolvió la sonrisa y se acercó a ellos.
—Supe que habías viajado cerca de la frontera —habló ahora el anciano.
—Sí —respondió Merryl con una pequeña risa—, nada serio, por suerte. ¿Necesitan ayuda?
La anciana y su esposo dejaron las cajas en el suelo y le sonrieron a Merryl, dándole las gracias. Era algo común, era la razón por la que él pasaba por aquel camino. El cazador tomó todas las cajas con ambos brazos. No eran pesadas para él, pero para aquella pareja de floristas ya era una tarea complicada.
—¿Para dónde esta vez? —preguntó Merryl.
—Cerca del mercado —respondió el anciano. Se giró a mirar a su esposa—. Quédate aquí, cielo, prepara los siguientes pedidos.
—Me alegro de que estés de vuelta, espero que te tengamos por aquí cerca un buen tiempo.
Merryl se despidió con un gesto de su cabeza, el cual fue correspondido por la anciana, quien dio media vuelta y volvió a su hogar. Tan pronto la puerta del hogar cerró con un característico sonido que provenía de la madera vieja, el anciano palpó el hombro de Merryl con una pequeña palmada, haciendo un gesto con sus manos para que lo siguiera.
Ambos emprendieron una caminata lenta, pues el anciano ya no podía moverse a una velocidad mayor. Sus músculos y huesos ya no eran lo que fueron alguna vez en antaño. Sin embargo, se mantenía fuerte para realizar todas las tareas cotidianas junto a su esposa.
Merryl y su acompañante giraron en la primera calle que había, una que, al igual que el resto de la capital, era solo una reminiscencia de lo que fue durante toda su historia. Había grupos de personas en algunas casas, principalmente en las puertas de los hogares. Charlaban con poco ánimo en palabras que no salían del círculo privado.
Mirando con más cuidado, Merryl notó que en todo el lugar no había un solo guardia patrullando, algo común antes del estallido de la guerra. Se lamentó en su interior por la situación. Pensó en empezar a hacer rondas de vigilancia para mantener la seguridad, aunque sea un poco. Pero mientras meditaba la situación, el anciano habló, sacando a Merryl de sus propias ideas.
—Estas flores van a la casa de Tyma —comentó el anciano con cierta tristeza.
—¿Ocurre algo? —preguntó Merryl, notando los sentimientos de su acompañante.
—Solo me invade la tristeza, joven cazador, sus hijos fueron enviados a la batalla durante los primeros asaltos… Ya sabes cómo terminó aquello —respondió el anciano—. Tener que despedir a su hijo y a su hija, sin siquiera tener la oportunidad de verlos una última vez, creo que me parte mi ya débil corazón.
Merryl guardó silencio, no porque no supiera qué decir, sino como una forma de respeto y solemnidad ante situación de la madre. El anciano también notó esto, y dirigió su cabeza hacia el cielo. También guardó silencio durante unos cuantos metros del trayecto. Pero una vez más, rompió el silencio.
—Me pregunto qué pasa por la cabeza del actual rey.
Merryl vio de reojo a su acompañante, el cual seguía enfocado en el cielo. Parecía estar pensando en su propia pregunta, intentando encontrar por sí mismo la respuesta. Dudo si debía responder a aquello, pues él conocía bien las intenciones del rey. Había intentado convencerlo hace solo unos minutos en el tiempo. Pero en su corazón sabía que la respuesta no era tan sencilla como buscar venganza, y mientras no entendiera aquello, su respuesta jamás sería sincera, por lo que decidió guardar silencio.