Merryl.
Merryl esperaba en el calabozo. La silla en la que se estaba apoyando rechinaba con cada balanceo del cazador. La luz de la vela era tenue, lo suficiente para ver hacia delante. Frágil y cálida, le hacía compañía en la oscuridad.
Era el calabozo de interrogaciones, dos pequeñas salas interconectadas por una puerta. Era la primera sala de un pasillo que poseía varias celdas. El calabozo de Bellum contaba con varios pisos subterráneos que fueron construidos debajo del castillo. La oscuridad era la única compañía en ese lugar frío y solitario. El mayor incentivo para no cometer fechorías era no caer en ese lugar y ser olvidado. Y en general, era uno bueno.
Era el peor sitio al que podías ir a dar si eras un criminal. Varias manchas de sangre seca adornaban el suelo y las paredes. Las historias eran horribles, y se notaba enormemente en el ambiente, como si el dolor de las personas que pasaron por allí permaneciera también.
Pasaron unos minutos mientras la vela seguía consumiéndose, hasta que la puerta se abrió. Celdrik y Morth entraron con algo de desconcierto, seguidos por un sujeto de mediana edad a unos cuantos años de la vejez. Su ropa era normal: una camisa de tela blanca cubierta por una casaca de color rojizo que denotaba su estatus social. Además, traía un bolso de piel en uno de sus hombros en donde portaba sus instrumentos. El sujeto parecía un poco molesto.
Luego de que Merryl y Lettah se las arreglaran para mover el cuerpo de un lugar a otro sin ser vistos; Merryl corrió hacia la habitación de su amigo. Había golpeado la puerta con tanta fuerza que Celdrik salió preocupado del lugar. Merryl no le explicó nada, solo le preguntó por un colega de él. Este colega era un profesor en la universidad donde alguna vez trabajó Celdrik. Era algo así como un profesor experto en biología y medicina, pero con el rasgo de que alguna vez pudo acceder a la abadía de la Orden de los Magos. Si alguien podía saber qué estaba pasando, era él.
Por otro lado, Morth, además de desconcertado, se veía confundido. Merryl lo había encontrado de camino y le pidió ayuda. Lo quería por si las cosas se complicaban. Él iba a tener que salir fuera tarde o temprano cuando Lettah encontrara el escondite del sujeto que lo atacó, y no podía dejar a nadie sin protección. No sabía quién estaba en peligro y quién no; y visto el nivel del sujeto, Morth debería poder encargarse ante la eventualidad de que hubiese otro más como él. O eso esperaba.
Merryl se levantó de la silla y se acercó al trío. El colega de Celdrik lo examinó de arriba hacia abajo, una y otra vez. Lo que quería era una explicación, y, además, una buena.
—Un gusto —dijo Merryl, tratando de imitar la formalidad—. Soy Merryl, de la Orden de los Cazadores.
—Soy Tiberius —dijo con molestia, pero extendiendo su mano hacia Merryl, quien le devolvió el saludo—. ¿Me puedes explicar qué es lo que está ocurriendo? Celdrik llegó con suma prisa a mi hogar, y no me explicó nada.
—Pues… no sé cómo explicarlo —respondió Merryl, juntando sus brazos—. Será mejor que lo vea por usted mismo. Acompáñeme.
Merryl guio a todos hacia la sala contigua. En ella, había una mesa con el cuerpo del atacante. Estaba inerte. La sensación que transmitía era rara, como si en cualquier momento fuese a levantarse e irse caminando.
La habitación tenía unas cuantas velas y linternas de recámara ubicadas en varias partes específicas para poder iluminar adecuadamente el sitio.
El colega de Celdrik puso una cara de extrañeza. Caminó hacia el cuerpo y lo examinó con la yema de sus dedos en trazos cortos. La piel era algo extraño para él, pero no presentaba ninguna otra clase de peculiaridad; a lo menos a plena vista.
El resto solo se miraban confundidos. Celdrik se acercó un poco a la mesa, pero se abstuvo de pegarse a ella. Parecía también intrigado por lo que estaba examinando. Morth, por otro lado, solo guardó sus distancias, quedándose en la puerta.
—¿Qué se supone que quieres de mí? —preguntó Tiberius con intriga.
—Pues, cómo le pido a alguien que abra un cuerpo —dijo Merryl.
—No puedo hacer eso —inquirió Tiberius con rapidez—. Sin autorización de la universidad o del imperio no lo tengo permitido.
—Créame cuando le digo que eso no importa mucho —replicó una vez más Merryl, mientras se acercaba al cuerpo—. La autorización no va a ser ningún problema —dijo esta vez mintiendo—. Es lo que no hay dentro de este tipo lo que sí me trae de cabeza.
—Querrás decir, lo que hay dentro —intervino Celdrik, tratando de corregir.
—Oh, no, estoy perfectamente seguro de que en este caso es lo que no hay dentro —confirmó Merryl con la cabeza.
Tiberius caminó una vez más rondando la mesa. Mientras lo hacía, examinaba los músculos, articulaciones y demás partes del cuerpo con sus manos y una delicadeza extrema. Su semblante cada vez se tornaba más en uno de preocupación a medida que iba recorriendo aquel cadáver. Cuando llegó al pecho, fue que su mirada cambió a una expresión de miedo. Trató de presionar la zona para buscar alguna pista de lo que ocurría, pero su mano se hundió por la falta de huesos en la zona.
—Muy bien, tienes mi atención —dijo asustado, pero bajando sus instrumentos hacia un lado de la mesa—. Si alguien no quiere mirar lo que está ocurriendo, es mejor que se vaya.
Morth dio unos pasos hacia atrás, pero al final se quedó quieto mirando todo. Celdrik, en cambio, dio unos pasos para estar más cerca de la mesa. También estaba intrigado.
Tiberius sacó varias herramientas extrañas. Muchas parecían filosas y puntiagudas, aunque con un cuidado excelente. Ante la luz, el pulido de estas hacía que brillaran como si de una estrella se tratase. Parecía como si un herrero experto las hubiera forjado a medida para él.
Ante la mirada de todos, cogió una de las herramientas. Era un cuchillo con una punta enorme y un filo sumamente diminuto pero efectivo. La herramienta se clavó justo en el pecho, abriéndose paso con violencia, y luego empezó a bajar con precisión. El sonido de la piel era extraño, como si un pedazo de tela se fuera desgarrando poco a poco.