El Último Dios

Capítulo 2, parte 3: Hermanos.

Tylon y Lina.

Llevamos ya una semana en este bioma. Es caluroso y seco. Casi no hay agua en ningún lugar, lo que ha dificultado nuestro avance. Hay grandes masas de arena que un soldado llamó «duna»; las que, por cierto, en muchas ocasiones son tan grandes como una montaña. Al parecer, lo escuchó de alguno de los nativos de la zona; quienes no nos recibieron con los brazos abiertos.

El sol penetraba en la piel más fuerte que nunca ese día, y el sudor escurría como una fuente de agua a través de los poros. El cielo estaba pintado de azul completamente, lo que hacía que todo aquel sufrimiento fuese mucho peor.

El olor a pescado y mariscos imperaba en el lugar. Pequeños barcos mercantes llenaban el Gran Río. Y en tierra, las personas paseaban con cierta alegría por todo el muelle, yendo y viniendo con la comida para el festival que se celebraba en aquella época.

La mayoría de los mercaderes estaban sin camisa, pues la usaban en su cabeza para mitigar el sol. Todos trataban de llamar la atención de Tylon, el chico de diecisiete años. Era alto y con un cabello corto de color rojizo. Su mirada, a través de unos ojos de color del mismo tono que su cabello, dejaba ver la ignorancia de su corta edad. Vestía con una de las prendas típicas de la región, una túnica holgada de color celeste.

Llevaba casi toda su vida en la Capital del Sol. Era una época especial porque le hacía recordar a su antiguo hogar; aunque ni siquiera lo recordaba en verdad. Así que su entusiasmo era mayúsculo cuando su padrastro le pidió ayuda para recoger la comida que iba a ser la cena de ese día. Un día de suma importancia para las relaciones políticas del reino.

—¿Estás seguro de que te alcanza el tiempo? —preguntó Tylon—. Los líderes de Karmino deberían llegar aquí en cualquier momento.

El caballero, vestido con una armadura plateada y con una capa en su espalda que simbolizaba un sol vigilante, giró su cuello en dirección a Tylon. El padre adoptivo era imponente, pero su mirada compasiva hacía que la confianza no fuera difícil de forjar con él.

—No debes preocuparte —respondió el hombre, sin dejar de avanzar hacia delante junto a sus acompañantes—, el día de hoy nos dieron el tiempo libre necesario para poder estar con nuestras familias.

Tylon solo asintió con su cabeza. No tenía más que saber. Mientras pudiera disfrutar del festival, él era feliz.

Fue su hermana mayor la que mostraba su molestia en su cara, la que no trataba de ocultar de ninguna forma. Lina era una muchacha de diecinueve años cumplidos. Tenía un cabello oscuro y recogido. Vestía un vestido de una pieza sin mangas con patrones solares de color azul oscuro. Un color que combinaba con su piel bronceada. Sus ojos gentiles contrastaban con su personalidad.

Lina dio un vistazo a su padre, y de reojo a su hermano menor. Ella tenía sus ideas claras en su mente, en especial con lo que podía ocurrir ese día. Cerró sus puños, y frunció aún más el ceño en su cara.

—No entiendo por qué debemos tener relaciones diplomáticas con Karmino —dijo elevando su voz en un tono frío—: fueron ellos los que nos golpearon por la espalda. Son ellos los causantes de que la mayoría esté muriendo de hambre. Son ellos…

—Ya basta —intervino su padre, poniendo uno de sus brazos en el hombro de su hija, quien ya atraía la vista y oído de la gente—. Si queremos salir de este agujero —dijo con un tono calmado—, es necesario llegar a un acuerdo. Si no dejamos atrás la historia, nunca podremos crear una nueva para nosotros, en especial para ustedes.

—Pues tú perdónalos, yo escojo no olvidar la historia tan fácil —dijo Lina con un tono bajo y frío, combinado con cierta rabia.

—Yo no pienso perdonar tan fácil lo que nos hicieron —respondió el padre con un tono más serio—, pero no voy a culpar a todos por la decisión de unos pocos —dijo mientras miraba a Tylon.

—Pues para mí, todos y cada uno de ellos son igual de culpables —intervino Lina una vez más, mientras ahora ella miraba a su hermanastro.

—Ya basta, es la última vez que te lo digo —sentenció el padre.

Tylon, que seguía caminando a su lado, no pudo evitar sentirse triste por las palabras de su hermanastra. Nunca tuvo buena relación con ella, pero sabía que sus palabras eran ciertas y no solo palabras que pronunciaba para irritarlo. Su padre intentó ya varias veces hacer que Lina aceptara la procedencia de su hermanastro, pero nunca lo logró. Las consecuencias de una guerra eran esas: fragmentar aún más a la gente.

No había mucho que hacer con el tema, así que los tres siguieron caminando en silencio y con cierta incomodidad en el aire.

Aunque, por suerte, no duró mucho. Unos metros más allá, una tienda relativamente grande se dejaba ver a la distancia. Estaba adornada con lienzos que atraían la vista. Además, cajas de distintos tamaños dejaban ver la mercancía junto a carteles para indicar los precios.

Dentro de la tienda, una mujer joven de la edad de Tylon atendía junto a su padre. Ambos tenían un atuendo ligero de tela, manchados por los aceites de su mercancía e impregnados por su olor. El padre de la chica reconoció a la familia de Tylon y Lina, y salió a su encuentro.

—¡Señor!, me alegra que viniera el día de hoy —dijo con sutileza y respeto—. Esperemos que la pesca esta temporada sea abundante.

—Gracias —respondió el padre de Tylon con respeto—. ¿Tienes mi encargo?

—Sí, lo traeré enseguida.

El comerciante dio media vuelta y le hizo unos gestos con la mano a su hija, seguido con un movimiento de cabeza. La chica, con una pequeña reverencia, corrió fuera de la tienda, y se dirigió hacia un callejón en el cual se perdió tras un giro. El mercader se disculpó con el padre de Tylon, y al igual que su hija, hizo una reverencia para volver hacia la tienda a seguir atendiendo al resto de la clientela.

Tras unos minutos, la chica volvió corriendo y cargando una caja de madera de color claro, la que dejó encima del mesón con un poco de esfuerzo.




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