Tylon y Lina.
La puerta de la casa se abrió de golpe. El padre adoptivo de Tylon entró tirando de él y de su hermanastra hacia dentro. Cerró la puerta con un golpe seco que resonó por toda la casa. Gritó llamando a su esposa, la que bajó preocupada y casi histérica por las escaleras. Cada pisotón por la misma lo demostraba. Sus manos temblaban y sus ojos estaban abiertos de par en par. Tylon y Lina nunca habían visto a su madre preocupada de esa manera.
Pero no era la única.
La respiración de ambos hermanos estaba agitada. Corrieron desde la plaza hasta su hogar en poco tiempo. Ambos aún estaban estupefactos por lo que presenciaron. Nunca en sus vidas vieron morir a alguien. O a lo menos no con una edad para recordarlo con tanta claridad. La mirada de terror. La sangre. No podían sacar las imágenes de sus cabezas.
Durante unos segundos, ninguno de los dos entendía lo que pasaba. Veían discutir a sus padres, pero no podían entender las palabras que gritaban. Tylon estaba quieto, sin hacer nada. Lina estaba de pie, cerca de una pared. Tocaba con una de sus manos el codo de su brazo contrario. Ambos miraban al vacío, tratando de comprender qué era lo que pasaría.
Pero lo sabían.
Lo que iba a pasar era la guerra.
No importaba el escenario.
Solo existía un resultado.
—Empaquen, ¡ya! —gritó su padre, dirigiéndose a todos—. ¡Solo lo esencial!
La madre de los hermanos asintió con miedo. Solo había escuchado los rumores que se esparcieron. Rumores que no creía hasta ese momento. Corrió, alarmada y aún más preocupada hacia arriba. Apenas podía sostener el pasamanos. Los pasos fuertes recorrieron toda la segunda planta. Se escuchó al niño llorar, y a su madre soltar palabras inquietas. Su voz sonaba apagada. Quería contener el llanto.
Lina, ante las palabras que provenían desde arriba, por fin salió de su trance personal. Cerró los ojos unas cuantas veces, y caminó lenta, pero firme, hacia su padre, quien estaba ya guardando algunas cosas en una mochila de piel. Lina agarró con fuerza el brazo de su padre. No por enojo, sino por preocupación y duda.
—¿Por qué tenemos que irnos? —preguntó asustada, mientras su padre se daba vuelta para mirarla a los ojos. Estos reflejaban una preocupación profunda, al igual que los de la madre. Lina entendió que era temor por la seguridad de su familia—. Ellos, ellos dijeron —decía tartamudeando. Sus nervios eran evidentes, e iban creciendo más y más—. Dijeron que solo los karminenses serían quienes debían ser capturados. ¡Nosotros no somos ellos!
—No —respondió el padre, tratando de reflejar toda la calma que podía mostrar. Durante unos segundos, guardó silencio mirando al suelo. Cerró sus ojos. Tenía que ser sincero con sus hijos—. Están capturando también a la gente de Rosea. Los vi tomándolos como prisioneros a los pocos que estaban en la ciudad.
—Pero… —trató de protestar Lina, soltando el brazo de su padre y tomando el suyo propio.
—Pero nada. Tylon… es de Karmino. Tenemos que salir del reino. No voy a permitir que maten a mi hijo.
Lina se hizo unos pasos para atrás. Parecía ya entender lo que ocurría, pero simplemente no quería aceptarlo. Miró a su hermano directo a los ojos. Reflejaban pena.
Tylon sintió una punzada en su corazón. ¿Lo que estaba ocurriendo era su culpa? Trago algo de saliva sin saber qué hacer. Sintió toda la culpa en sus hombros. Si no estuviera allí, tal vez las cosas serían diferentes.
—¡Pero! —gritó Tylon—. Yo, yo —dijo entre cortado. Sus ojos estaban rojizos y mojados.
—No —dijo su padre sin darse vuelta. Sabía lo que Tylon iba a sugerir. Dejo de guardar las cosas. La pena lo invadió durante unos segundos. No iba a dejar que la persona que consideraba su hijo se entregara para que ellos salieran ilesos. A pesar de todo, él tenía honor, y una guerra iniciada de esa forma no tenía honor alguno. Y tenía menos honor abandonar a alguien a quien quería—. Vamos a salir de aquí, juntos. Si ellos pretenden que sienta odio por todos los habitantes de Karmino y Rosea, entonces yo no voy a ser parte de esta guerra.
Tylon miró a su padre. Este volvió a su tarea. Ya no lo miraba, pero sintió que le devolvía el gesto de alguna forma. Asintió para su padre, aunque solo su hermanastra lo veía. Apretó los puños, tanto que sus dedos parecían que fueran a romperse contra su palma. Soltó aquella presión y corrió a la cocina.
En el trayecto sujetó a su hermanastra de la muñeca, y la empujo con él. Ella también sintió que tenía que hacer algo. No podía quedarse esperando a que vinieran por Tylon. No lo consideraba su hermano, pero, después de todo, sí tenía afecto por él. Era el único karminense por el que sentía cariño; por mucho que tratara de ocultarlo.
En la cocina, revolvieron todo. Sus manos los traicionaban, y el reloj corría contra ellos. Todos los del lugar sabían la procedencia de Tylon, incluido el rey, quien aceptó la adopción a regañadientes. Al principio el odio era evidente, pero al pasar del tiempo solo parecían ignorar el linaje del que procedía. Pero ahora era solo cuestión de tiempo para que intentaran llevárselo.
Tylon y Lina movían todos los gabinetes y cajones en busca de lo más esencial. Descartaban lo que no se mantendría, y ponían en la mesa lo que serviría para un viaje largo. Ninguno pensaba en dónde irían; confiaban en su padre para aquello. Tomaron la manta que cubría la mesa, y por encima guardaron todas sus provisiones con un nudo.
Sus manos no dejaban de temblar.
Escucharon desde el segundo piso un grito, y a la madre de los hermanos bajar a toda prisa. Los escalones esta vez crujieron aún más. Casi llegando al final, la madre dio un pequeño salto, y sin soltar la baranda asomó su cabeza y dijo algo a su esposo que la miraba. Lina y Tylon escucharon desde la cocina asustados. Se voltearon a ver. Lina comprendió lo que ocurría. El pánico se apoderaba cada vez más de ellos.