El Último Dios

Capítulo 2, parte 10: La ida.

Merryl.

Tan pronto terminó de leer la carta, se dirigió hacia los aposentos reales. Aún tenía muchas preguntas. Si había dos nombres como el suyo, y el de alguien a quien no conocía, cabía la posibilidad de que pudiera haber otros nombres involucrados. Eso era lo que le aterraba.

En su camino ignoró a todos. Estaba absorto en sus pensamientos. Ya tenía un lugar. Ahora solo le faltaban las respuestas.

Llegó a la torre de los aposentos reales. La mayoría de los que vio eran militares y nobles con ostentosos atuendos que iban y venían. No se les notaba especialmente preocupados. Los ignoró a todos, incluso a los guardias que trataron de hablar con él para saber qué era lo que pretendía en el lugar.

No se atrevieron a detenerlo.

Solo atravesó los pasillos. Subió con energía renovada. Llegó a un corredor, como todos los de la torre. Había cinco habitaciones. Aunque solo una de ellas tenía guardias apostados a sus afueras. Vestían armaduras doradas con blasones de color blanco. Portaban grandes alabardas con una tela del mismo color que la armadura.

Miraron a Merryl como si fuera un desconocido. Cuando levantaron sus manos para cortarle el paso, nada más las quitó del medio y con tranquilidad movió las puertas grandes y pesadas.

En el interior, el rey miraba por la ventana de su habitación. Un cristal fino que daba vista hacia las montañas verdes que cubrían a Bellum. El resto de la habitación era igual de impresionante. Una cama con un colchón casi tan grueso como un tronco. Grandes estantes se erguían por toda una pared, y dentro libros de todos los tamaños y colores se acomodaban. Una pequeña cortina de color magenta daba paso a una sala aledaña. Y lujosos muebles adornaban el resto: divanes, alfombras lujosas, escritorios y cuadros.

Pero eso no era lo que Merryl venía a ver. Al otro lado de la habitación, Logam se giraba para mirarlo con un creciente enojo. Su vestimenta era una túnica de seda color turquesa. No llevaba su corona, ni sus anillos o joyas; todos descansaban en una pequeña mesita de noche.

—Tengo que hablar contigo —dijo Merryl.

—¿Qué haces aquí? —cuestionó Logam, acercándose un poco.

—No escuchas, vengo a hablar —dijo Merryl, levantando sus manos y hombros.

—Pues, sea lo que sea, no es mi problema. Guardias —dijo mientras realizaba un gesto con las manos a los mismos que observaban la escena. El rey empezó a caminar hacia su lugar de descanso, dando la espalda a Merryl—. Buenas noches.

Los guardias dieron unos pasos imponentes hacia dentro. Tomaron el hombro de Merryl para intentar moverlo, pero él estaba quieto. Merryl solo les dedicó una mirada de molestia. Ambos guardias soltaron al mismo tiempo el hombro del cazador.

—Señor, por favor, acompáñenos —dijo el guardia, tratando de convencerlo.

—Intentaron matarme —dijo Merryl, ignorando a los guardias detrás de él—. Encontré una nota, tenía nombres escritos en su interior.

El rey se detuvo justo cuando estaba preparando sus lujosas sabanas para tomar descanso. Al fin parecía entender cuál era el propósito de la charla. Se dio media vuelta, y con otro gesto de manos les indicó a los guardias que se podían retirar. Con una reverencia formal, estos se retiraron, cerrando las grandes puertas por detrás.

Cuando escuchó el sonido de las bisagras, Merryl continuó.

—No te voy a mentir, el papel estaba chamuscado y la Orden solo pudo revelar dos nombres. No sé si el tuyo estaba dentro del listado.

El rey se sentó en la cama y miró hacia arriba, estirando su cuello hasta el límite.

—¿Cuál es la posibilidad de que mi vida esté en juego? —preguntó con seriedad.

—No lo sé. Solo te digo: si intentaron atacar a alguien de la Orden… la vida de cualquiera puede estar en peligro.

—Lo tendré en cuenta —replicó el rey molesto—. ¿Asumo que querrás protección para tus amiguitos? Incluso ese que hiciste que fuera tu guardia personal.

—Así que lo sabías —dijo Merryl alegre.

—Es obvio que lo sé. El que se encarga de planificar las guardias se reporta a Zoma, y él se reporta a mí. Si no hago nada al respecto, es porque no me importa en lo más mínimo —protestó con enojo.

—O quizá es porque te importa, solo que aún no quieres echar por tierra tu orgullo.

—Cuidado con tu tono —respondió aún más molesto—, te recuerdo que aún soy tu maldito rey.

—Deja de pretender que te molesta —alego Merryl—. Dices que no te importa, pero sabes que Morth está protegiendo a Celdrik, y no haces nada al respecto. Creo que ambos sabemos la razón. ¿No crees que es momento de dejar ya esta senda idiota que escogiste?

El rey parecía dispuesto a volver a contestar las palabras de Merryl. Su ceño reflejaba enojo. Apretó sus puños. Pero al último momento, cuando parecía hablar una vez más con ira, habló con calma.

—No es fácil —afirmó sin más.

—Nunca dije que lo fuera —añadió Merryl con amabilidad—, pero el primer paso es el más difícil. Aún estás a tiempo… Solo piénsalo.

El rey apartó la mirada. Parecía que al fin entraba en razón, pero quizá aún le faltaba tiempo. Con un poco de suerte, nadie más tendría que morir.

—De todas formas —continuó Merryl—, tendré que emprender un viaje espontáneo. Junto al papel, había un mapa. Marcaba un punto de encuentro. Iré a obtener respuestas y atrapar a quien sea que está detrás de esto.

—Muy bien —afirmó Logam con desgana.

Merryl entendió que Logam necesitaba momentos para pensar, y lo mejor para eso era la privacidad. No habían discutido sobre el extraño sujeto, ni sobre ningún detalle importante. Merryl no sabía si era bueno o no mantener el secreto sobre aquello. Pero espero que esa decisión no acarreara ninguna consecuencia.

Cuando Merryl se disponía a irse, escuchó la voz del rey una vez más. Sin darse la vuelta, lo miró de reojo.

—Mantendré a tu amigo protegiendo…, a Celdrik quiero decir —dijo con un tono de amabilidad poco habitual.




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