Tak.
Todos guardaban silencio. Ya había pasado la semana, y Tak y los demás habían tomado su decisión. Lo único que quedaba era aguardar.
El viento golpeaba con fuerza los muros del exterior. Eran rugidos violentos y amenazadores. La temperatura había bajado también, aunque la chimenea que utilizaban para todos los quehaceres mantenía el calor dentro de la casa rústica.
Nadie decía una palabra. Todos miraban a puntos distintos. Todos estaban perdidos en sus pensamientos. ¿Tomaron la decisión correcta? No importaba. Era uno de esos momentos donde no se puede retroceder. Uno de esos momentos donde lo único que se puede hacer es afrontar las consecuencias.
Tak se preguntó si el sujeto aparecería. Durante el tiempo que pasó pudo ser descubierto y asesinado. Después de todo, los habitantes de las Islas no eran conocidos por ser amigables. Ni siquiera eran conocidos por ser personas, sino salvajes.
Alguien tocó la puerta.
Tak se acercó a ella mientras el resto lo observaba. Apretó con su mano la cerradura poco fiable, y abrió. Allí estaba él, con la cabeza cubierta. La capucha recibía las gotas que caían desde el cielo oscurecido. Aswalt dio unos pasos hacia el interior del débil hogar. Cuando estuvo cerca del centro, se quitó la capucha para mostrar su rostro. Sonreía, como si un vagabundo comiera una comida caliente después de mucho tiempo.
Jest, Ert y Tila miraron con sorpresa. Ellos no lo conocían, y a sus ojos parecía alguien normal. No era «pura oscuridad», como lo describió Amana.
Tak cerró la puerta detrás de él.
Todos lo miraron unos segundos más.
Era momento de atender el acto principal.
—¿Ya pensaron mi propuesta? —preguntó Aswalt, mientras caminaba hacia las llamas de la chimenea. Se puso de espaldas a esta, en dirección a todos los demás—. Espero que me den buenas noticias —dijo con alegría.
Tak avanzó y se colocó junto a sus amigos. Miró a Aswalt de arriba a abajo, buscando algún indicio extraño. Pero no había nada. Usaba la misma ropa que el día que lo conocieron. Su cabello estaba igual que como lo vieron la primera vez. Nada había cambiado en él.
—Antes, queremos hacerte una pregunta —inquirió Tak—. ¿Por qué nosotros?
Aswalt dejó caer su cuello hacia un lado. Parecía no comprender la pregunta, o quizás solo quería hacer caso omiso a la misma. Se dio la vuelta, hacia el fuego y las chispas que saltaban de este.
—Porque ustedes son los que sufren las consecuencias de este mundo —dijo con frialdad—. Ustedes viven en este entorno por decisión de otros. Ustedes sufren las penurias por defender sus vidas. Díganme, ¿no les gustaría que el mundo dejara de ser de esta manera?
—¿Y cómo cambiaría el mundo por la muerte de unos reyes que nadie conoce? —argumentó Tak—. ¿Cómo haría que las penurias que pasamos desaparezcan? Lo que nos pregunta no tiene ningún sentido. Las Islas seguirán aisladas. La gente seguirá muriendo de enfermedad y hambre. Y por sobre todo, la gente del continente seguirá creyendo en su interior que nosotros no importamos.
—No estás viendo el panorama general —contraargumento Aswalt, girando un poco su cabeza hacia Tak. Lo vio de reojo, y volvió a mirar hacia el fuego—. La muerte de uno de los reyes que «nadie conoce» es solo el comienzo. Toda nuestra vida es un engaño. Y si no quieren dejar de vivir en ese engaño, entonces no hay mucho de lo que podamos hablar —dijo mientras se daba la vuelta a ver a todos una vez más. Su mirada parecía vacía y melancólica.
» De todas formas, en el continente los vientos del cambio ya empezaron a soplar. Depende de ustedes ser parte de ese cambio o no. Así que, ¿qué dicen?
Todos se miraron una vez más. Esperaban que la decisión que tomaron fuera la correcta. Fue Amana quien se levantó desde atrás y avanzó unos pasos hasta estar al lado de Tak. No le quitó la vista a Aswalt en ningún momento, incluso con la sonrisa que este le dedicaba.
—Aceptamos —dijo Amana con crudeza—. Pero sabemos que nos estás manipulando. Intenta cualquier cosa, y estarás muerto.
—¡Perfecto! —celebró Aswalt con alegría, sin negar las acusaciones de Amana—. Pues, entonces síganme.
—¿Hacia dónde? —preguntó Tak.
—Hacía mi pequeño transporte. Traigan una fuente de luz, por favor.
Aswalt volvió a ponerse la capucha con ambas manos y caminó hacia la entrada. Se quedó quieto justo en el marco. El resto se levantó. Se fueron uniendo con desconfianza.
Ya tenían todos una mochila preparada para irse del lugar. Sabían que lo harían durante un tiempo. Lo único que llevaban era comida, salvo Tila, que llevaba sus herramientas consigo en una mochila especial.
Tak y Amana caminaron hacia la chimenea. Cada uno tomó una pequeña antorcha y las pusieron sobre las flamas. Con la fuente de luz danzando sobre su pedestal, ambos se miraron. Asintieron. Si existía una pequeña oportunidad de retirarse, la habían desperdiciado.
Tak le entregó su fuente de luz a Amana. Tomó un balde abollado y oxidado con agua en su interior. Arrojó el líquido hacia la chimenea. Ahora solo quedaban restos. Sintió que sería la última vez que vería este lugar. No era melancolía. De hecho, no sabía qué era lo que sentía.
Cerró los ojos y cargó su espada una vez más. Amana le devolvió la antorcha.
Jest abrió la puerta. La oscuridad era densa.
Uno a uno, todos se fueron adentrando.
Aswalt lideró la marcha. Caminaba sin miedo entre la oscuridad. Detrás caminaba Tak, seguido por Jest y Ert; y Tila y Amana al final del todo. Avanzaban hacia el norte, hacia una formación rocosa cercana. Era un paso poco usado, ya que las Furias solían rondar el lugar durante algunas noches.
Todos guardaban silencio mientras caminaban. El único sonido que se escuchaba era el de las gotas de la lluvia chocando contra los alrededores.
—¿Dónde vamos? —preguntó Tak.
—No lo sé —dijo Aswalt, sin perder de vista el camino—. Ustedes aún no me dicen quién es su objetivo. Hablaremos de eso cuando lleguemos a nuestro destino.