Tylon y Lina.
A veces la vida es difícil. A veces es cruel e injusta. Y a veces, las cosas solo parecen ocurrir sin razón alguna. Eso era lo que sentían Tylon y Lina mientras caminaban por la arena.
El sol golpeaba con fuerza. El sudor se escapaba por todo su cuerpo. Y los sombreros improvisados que llevaban en su cabeza, elaborados con parte de su ropa, no servían de mucho. Sus labios estaban secos, sus ojos dolían, sus pieles ardían como nunca antes y sus pies dolían junto a la arena que se filtraba dentro de sus botas.
Por suerte, su travesía por el desierto y sus dunas no era complicado. Todo se resumía en caminar arduamente durante el día y descansar durante las noches. El trabajo más agotador fue consolar a Quallin, quien lloraba cada vez que las lágrimas regresaban a sus ojos.
Tenían otros problemas, como la comida que escaseaba y el agua. Ambas iban a durar hasta salir de Alsana, pero no para llegar hasta la capital de Rosea. Ya pensarían que hacer respecto a ello.
Los hermanos siguieron caminando un poco más hasta llegar a una roca que producía sombra. No era la mejor de las paradas, pero era suficiente para reponer fuerzas. Por suerte, el verde de las praderas y algunos árboles se dibujaban en el horizonte.
Se sentaron contra la roca.
Lina comenzó su ritual diario. Contaba los suministros una y otra vez. No era recelo o algo similar, sino para tener algo en que mantenerse ocupada.
Tylon miró a su hermanito. Quallin estaba callado. Miraba la arena y la tomaba con sus manos para dejarla escurrir en pequeños hilos.
—Oye, Quallin —dijo Tylon animado—, cuando lleguemos a Rosea, vamos a conocer a su rey. ¿Estás emocionado?
Lina lo miró preocupada, aún no era una posibilidad exacta. Pero prefirió no decir nada. Quizás era bueno que su hermanito recuperara algo de inocencia.
—Tal vez —respondió Quallin desanimado—. No lo sé… ¿Crees que su castillo sea grande? —preguntó con inocencia, intentando seguir la conversación.
—¿Qué si lo creo? —interrogó Tylon mientras se ponía al lado de su hermano—. Debe ser uno de los más grandes. Y sus jardines —dijo aún más emocionado, tratando de transmitirle el sentimiento a su hermanito—, son un montón de flores y árboles de todos los colores que se extienden por todo el lugar. Es más impresionante que un arcoíris.
—¿Eso es en serio? —preguntó Quallin con los ojos abiertos y con genuina curiosidad—. Hermana, ¿es cierto?
—Es lo que he leído —comentó Lina mientras cerraba la manta con la comida—. Supongo que podemos dar un paseo cuando lleguemos allí y comprobarlo por nosotros mismos.
Quallin sonrió. Parecía haber olvidado sus preocupaciones, a lo menos por el momento. Eso era lo bueno de ser un niño, olvidar con suma facilidad lo que pasaba.
—Tenemos que seguir en movimiento —dijo Lina suspirando—. Ya queda poco.
Todos se levantaron y limpiaron la arena de su ropa. Tylon tomó de la mano a su hermano, mientras volvían a caminar por las calientes arenas.
Luego de varios minutos caminando llegaron a una pequeña pradera. Los pastizales se extendían por varios kilómetros, acompañados de varias flores de colores amarillas y violetas. Algunas montañas pequeñas se levantaban con árboles que se movían al ritmo de un viento suave.
Nunca habían visto tanta flora en su vida. Lo normal era ver los cactus y una que otra flor del desierto. Se emocionaron. Durante un pequeño momento querían disfrutar de aquello. Una pequeña felicidad entre tanta tristeza.
Caminaron juntos entre los pastizales. Se sentían suaves en sus manos. Se movían como el cabello cuando es empujado para atrás. Entraron en ellos. Era como un mundo completamente nuevo. Avanzaron hasta unas pequeñas flores violetas, y Quallin corto alguna para dárselas a Lina. Esta las recibió con mucha alegría, una sincera para variar. Las puso en las mangas de su camisa de seda.
A pesar del momento, siguieron avanzando. Tylon tomó a su hermano, y esta vez lo puso en sus hombros, por sobre la mochila que cargaba. Así podría ver mejor el paisaje.
Mientras se iban moviendo entre la flora, notaron que por sobre una de las colinas surgía una columna de humo. Civilización. Ya les faltaba poco.
Avanzaron hasta unos árboles que se erguían separados del resto. Tomaron los sombreros que aún tenían en sus cabezas y los convirtieron en pequeñas capuchas. Se movieron hasta las colinas e intentaron rodearlas. El humo se hacía más evidente y el olor se hacía sentir.
Ante ellos se levantaba un pequeño poblado. Era rústico y poco llamativo. No era nada como la Capital del Sol. Las casas eran de madera con pequeñas chimeneas de piedra. El suelo era simplemente eso, suelo algo húmedo. No había caminos trabajados. Tampoco había un sistema de desagüe. Pero nada de eso importaba. Solo necesitaban pasar por allí, y con suerte, encontrar una caravana que saliera pronto; o en el peor de los casos, comprar más comida para resistir el resto del viaje.
Antes de entrar, Lina detuvo a sus hermanos.
—No podemos ir los tres juntos —dijo con preocupación—. Saben que somos tres, y Quallin es lo que más destaca.
—Estoy de acuerdo —consintió Tylon—. Iré yo primero, intentaré obtener información.
—¿Estás seguro? —preguntó Lina—. Será peligroso.
—Lo sé. Pero si entro solo levantare menos sospechas. Cuida a Quallin —dijo mirando al pequeño—. Nos reuniremos aquí. Solo mantente escondida.
—Toma —dijo Lina, entregándole una pequeña bolsa pesada—. Es el dinero. Si no hay caravanas, compra la mayor cantidad de comida que puedas. ¡Y busca un mapa!
Tylon asintió, y camino hacia el poblado.
Las calles eran demasiado básicas. Había grupos de casas con tiendas y posadas de aspecto común. La mayoría no destacaba en nada. El poblado era un lugar de paso, nada más.
También había poca gente, por suerte. Muchos se movían en una sola dirección cargando cajas. Algunos soldados ayudaban y daban órdenes al resto. Algunos niños jugaban de aquí para allá, molestando a los adultos que intentaban terminar el trabajo. Todos estaban tan ocupados para darse cuenta de Tylon.