El Último Dios

Capítulo 2, parte 17: Oscuridad.

Merryl/Tak/Tylon y Lina.

—¿No están nerviosos? —preguntó Relana, mostrando inquietud y emoción. Tenía su hacha de doble filo en sus manos cerca de su pecho.

—No, estamos preparados para morir hace mucho tiempo —dijo Tak, mirando al horizonte donde ya empezaba a dibujarse la isla del Rey Bestia.

—Pero no tenemos intenciones de morir —intervino Amana cerca de Tak. Estaba junto a unos barriles, acompañada por su hermano y Ert—, eso nos da suficientes motivos para salir vivos.

—Y que lo digas, hermana —confirmó Jest con entusiasmo.

El barco era enorme, a lo menos para la perspectiva de Tak y el resto. Las velas eran negras, el color de los cuervos. La más alta sobresalía justo en medio y se curvaba con el viento que chocaba en contra. Debajo de la cubierta había varios camarotes. Se escuchaban gritos y voces. La mayoría de los soldados que participarían en la batalla estaban pasando el rato charlando y perdiendo el tiempo. Arriba, otro pequeño grupo de soldados miraban maravillados y con nervios cómo las olas rompían contra la madera.

Cerca de la popa, Tak y los demás estaban esperando el momento sin más. Desde el día anterior no habían hablado. Pero a pesar de eso, todos estaban tranquilos. Menos uno.

Ert parecía más inquieto de lo normal. Desde que embarcaron guardó silencio, y del grupo él era el más hablador. Suspiraba cada cierto tiempo. Al igual que el resto, Ert ya estaba acostumbrado a la muerte y a tener que sobrevivir a ella en su día a día; pero ese día no ocultaba sus nervios. Pero a pesar de ello, nadie le quiso preguntar nada. Lo conocían, y ya soltaría lo que tenía en su mente.

Rela salió desde los camarotes. Mostraba mejor cara luego de soltar todo lo que su estómago tenía para devolver. Desde que zarparon, soltó su vómito por todo el mar y parte de la cubierta; lo más probable es que también en las camas. La pelirroja avanzó hacia el grupo, pasó su mano por sus labios y tocó su estómago.

—Odio esto —soltó sin vergüenza—. ¿Cuánto queda?

Aswalt bajó la vista. Estaba en el timón dirigiendo el curso. Parecía pensar. Miró al cielo y luego a la vela oscura que le daba velocidad al transporte.

—Yo creo que unos treinta o cuarenta minutos, dependerá de si el viento no deja de soplar en nuestra dirección —explicó.

Rela parecía volver a querer soltar el contenido de su estómago, pero tragó; su cara reflejaba el mal sabor. La reina rio con aquello, la pelirroja la calmaba. Ambas eran lo suficientemente serias para aquello, e incluso a pesar de lo que iba a pasar, se sentían a gusto la una con la otra.

Tak frunció el ceño, no le importaba. Todos guardaron silencio.

—¿Cómo aprendiste a dirigir esta cosa? —preguntó Jest con intención genuina—. Pensaba que eras un noble o algo así en el continente.

—No —dijo Aswalt, riendo a todo pulmón. También se mostraba a gusto con la situación y con la batalla que se acercaba—. Mi padre era navegante, era un comerciante entre la isla de Itopia y la isla de la Foca. Lo acompañé en algunas ocasiones con mi madre, y allí me enseño casi todo lo que sé.

—¿Foca? —preguntó Amana con incredulidad.

—Es un animal común en las costas sur del continente —explicó Aswalt—, aunque no sabría describirlas para ti. Supongo que podrás verlas cuando salgas de este lugar.

—¿Cómo pueden hablar con tanta tranquilidad sabiendo lo que se aproxima? —preguntó Relana—. Yo me estoy poniendo más nerviosa a medida que nos acercamos a la isla.

—No debería mostrarse débil y nerviosa —comentó Amana—, sus soldados la ven a usted como su líder. ¿Qué pensarán si su líder está asustada? ¿Es que acaso nunca participo en una pelea o algo similar?

—Pues, sí —dijo sorprendida del comentario de Amana. Pareció intentar guardar la compostura—. Pero eran peleas con algún idiota que intentaba sobrepasarse conmigo, o pequeñas batallas entre poblados antes de que los uniera bajo mi nombre… Nunca fue a esta escala. Creo que es la primera vez que se verá algo así en la historia de las Islas.

La reina miró para todas las direcciones. Era verdad, sus soldados también estaban nerviosos, ocultando el sentimiento con la ayuda de la novedad que suponía el barco. Eran pequeños indicios que lo mostraban: manos temblorosas, sus miradas, sus gestos, e incluso la forma en que hablaban. Quien iba a pensar que las personas que viven en un lugar donde la muerte era lo más común tuvieran miedo de esta. Quizás si era la escala de la pelea que se aproximaba lo que intimidaba. Pero a Relana no le importó. Avanzó hacia sus tropas que estaban en la proa y alrededores. Se movió con seguridad y orgullo, y cuando llegó hasta ellos comenzó a animarlos.

—Parece que se tomó en serio lo que acabo de decir —soltó Amana con seriedad—. A lo menos se toma su rol en todo esto de forma madura.

—Es obvio que se lo toma en serio —intervino Rela con tranquilidad y una pequeña sonrisa—. Creo que es la primera vez que alguien en las Islas se preocupa tanto por nuestro futuro.

—Quizás podrías intentar ocultar tus sentimientos un poquito mejor —bromeó Jest con bobaliconería.

La piel de la cara de Rela se puso roja. Trató de ocultarla dando una excusa que nadie oyó. Subió las escaleras hacia el timón, hasta la parte trasera del barco, y echó un vistazo.

—Sí, las tropas siguen estando detrás de nosotros —bromeó Rela con un grito desde lo alto, aunque con poca efectividad.

Nadie le prestó importancia. Se hizo el silencio, incluso cuando Rela volvió diciendo algunas bromas para intentar ocultar lo que habían descubierto. La ignoraron, y ella guardó silencio también de una forma incómoda.

Tak se cruzó de brazos y miró al suelo, cerró los ojos unos momentos y relegó de lo que ocurría a su alrededor. Pensaba en lo que estaba ocurriendo y si debía sentir algo al respecto. Pensaba en que debía estar entusiasmado con la oportunidad de poder salir de las Islas de una vez por todas y tener una vida distinta. Confiaba en la palabra de Aswalt, también lo necesitaba vivo para otro propósito, no solo a él, sino a todo su grupo. Pensó en el odio que guardaba en su corazón contra las personas que provocaron la situación en la que estaban. ¿Aún los odiaba? ¿O quizás el sentimiento fue disminuyendo con el tiempo? ¿Qué haría cuando los tuviera de frente? En su cabeza repasaba cada una de estas preguntas una y otra vez, y cada vez tenía una respuesta distinta.




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