Tylon y Lina.
Es curioso cómo algunas leyendas y folclor eran casi idénticos entre las distintas tierras. Supongo que es un síntoma de la influencia que ellos ejercían. Aun así, no deja de sorprenderme cómo la historia cambiaba pequeños detalles entre regiones. Bueno, algunas de esas historias siguen existiendo a día de hoy. Es curioso como cosas tan sencillas pueden perdurar incluso a imperios.
Todo el mundo sintió el frío recorrer sus espaldas. Una especie de aura maligna y sobrenatural estaba en el ambiente ennegrecido. Los animales parecían nerviosos. Demasiado. Empezaban a alterarse, moviéndose de un lado a otro, tratando de emprender la marcha en contra de la voluntad de su dueño.
Tylon, Lina y Quallin estaban aún escondidos en la parte de atrás de la carreta. Sus mentes estaban en blanco.
Las palabras parecían haber abandonado la lengua de todos. El viento también parecía haber desaparecido del lugar. Lo único que se escuchaba eran los bufidos de los animales.
Atal trató de calmar a los animales con su voz, pero Lanny empezó a llorar detrás de él. Ante la situación que escapaba de su comprensión, a la pequeña no le quedaba más remedio que mostrar su miedo de la forma más natural. Su hermano se acercó para tratar de hacerla callar, pero él también estaba a punto de caer en el llanto. La esposa de Atal se levantó con mucho cuidado, buscando puntos de apoyo en la oscuridad. Con cuidado logró alcanzar a los niños y los acurrucó entre sus brazos.
Los soldados por fin reaccionaron. El tipo delante de la carreta gritó.
—¡Maldita sea! ¡Una antorcha!
—¡Nadie trajo una! —gritó otro desde la oscuridad—. ¡Es con suerte medio día!
—Yo tengo antorchas —intervino Atal—. Por favor, alguno de ustedes sostenga las riendas mientras busco en la parte de atrás.
Dos soldados caminaron hacia el origen de la voz. Habían chocado entre ellos y la carreta. Entre ambos tomaron las riendas, aunque esto no hizo que los animales se calmaran. Uno de ellos acarició a uno de los animales, pero esto solo los asustaba aún más. Y no solo a ellos.
La oscuridad estaba afectando los sentidos de todos. Era como tener los ojos cerrados por debajo de una venda. Lo único que ayudaba para moverse entre las penumbras era la memoria y el tacto.
Atal removió la manta con cuidado. En la oscuridad era imposible que vieran a quienes se escondían. Tylon aprovechó la situación y con mucho cuidado movió su mano para buscar en los alrededores. Encontró la antorcha, y sin emitir sonido se la entregó a Atal. No podían ver sus caras, pero ambos sintieron el miedo del otro.
El mercader volvió a colocar la manta por encima, y con mucho cuidado encendió la fuente de luz luego de alejarse un poco. La luz parecía un milagro, un oasis en el desierto.
Todos miraron a su alrededor. La leve luz parecía volver todo más siniestro. Atal sostuvo la antorcha mientras los soldados en el suelo trataban de mantenerse juntos dentro del radio de luz. No era amplio, pero era lo suficiente para tranquilizar los nervios de todos.
Lanny dejó de llorar, pero manteniendo su cabeza pegada al hombro de la mujer que la consolaba. Lan se levantó y trató de divisar cualquier cosa que fuera de ayuda; no obstante, no había caso.
Tylon y Lina se vieron el uno al otro por fin. La luz que se filtraba permitía ver sus rostros.
Lina se asemejaba a un fantasma. Cerraba sus ojos cada cierto tiempo mientras trataba de respirar en silencio. Su valentía era la justa para no comenzar a gritar y llorar.
Tylon no iba por un camino distinto, pero trató de mantener sus nervios lo mejor que pudo por su hermano pequeño. Este tenía su pequeña mano agarrada con fuerza a la suya. Si Tylon no mostraba su templanza en ese momento, Quallin podría venirse abajo. Una señal, por la más mínima que fuera, y sus vidas estaban condenadas.
—Muy bien, ¿alguien sabe qué está pasando? —preguntó el soldado que detuvo el carro.
—Parece un eclipse —respondió Atal—, no se me ocurre otra explicación. Aunque soy mercader, no soy entendido en estos temas.
—Pff, ni ninguno de nosotros —bufó el soldado, moviéndose para un costado y para el otro—. Si es un eclipse, lo único que podemos hacer es esperar.
Una vez más el silencio se hizo. El absoluto silencio de la oscuridad volvió a acaparar todo.
El soldado volvió a gruñir.
—Así que… huyes de Bellum —dijo tratando de hacer algo de ruido—. Al parecer, las cosas se van a poner feas en todos lados.
—Supongo —respondió Atal, intentando evitar el silencio—. Las noticias que escuché de estas tierras tampoco son alentadoras.
—Para nada —afirmó el soldado—. Hasta hace poco estaba feliz montando guardia sin molestar a nadie en un pequeño pueblo. Paga fácil, demasiado diría yo. Y ahora tengo que buscar a prófugos en medio de la nada.
—¿Qué se supone que hicieron estos hermanos? —preguntó Atal.
—¡Y yo qué sé! —bramó el soldado—. Ya saben cómo funciona: si el rey quiere algo, el rey lo va a tener. De ser por mí los dejaría ir. Básicamente son niños. ¿Qué demonios podrían haber hecho para que todo un reino los busque?
—Supongo que a veces es mejor no saber ciertas cosas… — finalizó Atal.
Y una vez más, el silencio volvió. Pero parecía distinto. Más opresivo, más siniestro.
Esta vez todos esperaron con la mayor tranquilidad que el ambiente podía ofrecer. Pero, todos tenían una mala espina clavada. Todos miraban alrededor buscando que algo se moviera. Era extraño, como un instinto primitivo que advierte del peligro.
No se veía más allá de unos pocos metros, y eso era suficiente para sospechar de cualquier cosa. Atal giraba su cabeza varias veces buscando movimiento. Las sombras le jugaban varias malas pasadas. Era como si la cabeza buscara aquello, haciendo que hasta el más pequeño detalle hiciera saltar todas las alarmas en su cerebro.