El Último Dios

Capítulo 2, parte final: Batalla en el abismo.

Merryl.

Ellos eran su herramienta. Una de las muchas.

—¡Todos, detrás de mí! —gritó Merryl.

Todo el mundo se sorprendió. Pero fue el capitán Latimar quien repitió la orden. Todos se formaron al final del patio. Estaban amontonados los unos contra los otros en una especie de círculo. La mayoría no llevaba nada que sirviera para defenderse. El resto tenía un arma que sostenían con miedo y precaución.

Algo se escuchaba en la oscuridad, pero Merryl no podía describirlo. Era como sonidos de alas de insecto. Y se estaban acercando.

Adalan corrió hacia su compañero. Aún parecía aturdido, pero no estaba dispuesto a quedarse detrás.

—No pienso dejarte toda la diversión —dijo como broma, pero sus nervios delataban sus verdaderos sentimientos.

—Ni siquiera se te ocurra —respondió Merryl, mirando a su amigo—. No estás en condiciones.

—Soy un cazador también —replico con tranquilidad—, este es mi trabajo. No podemos dejar que lo que viene en esta dirección pase por encima de nosotros.

Merryl no respondió, sabía que eso era verdad. Iba a confiar en que su amigo saldría vivo de lo que fuese que se acercaba.

Miró hacia atrás.

El patio estaba bien iluminado, lo suficiente como para pelear sin preocuparse de cometer errores. El fuego de las antorchas ondeaba de un lado a otro, aunque no había viento alguno.

Solo quedaba esperar.

Ambos cazadores miraban a la oscuridad. Merryl sostenía su espada en su hombro. Adalan sostenía las suyas en ambas manos, con el filo hacia delante, listo para cualquier cosa.

El sonido de las alas se acercaba. Parecía un enjambre enorme, como si millones de moscas revolotearan alrededor de comida podrida.

Y finalmente, aparecieron desde la oscuridad. Rápidas y brutales se lanzaron sin advertencia. Eran similares a un insecto, pero mucho más grandes, casi del tamaño de un cerdo. Su piel era de un verde extraño y grandes garras afiladas emergían por la parte delantera. A su lado tenían seis alas enormes, las cuales juntas producían el sonido que provenía de la oscuridad. Era agudo, como un clavo contra el metal. Se movían demasiado rápido para su tamaño, casi de una forma antinatural.

Aquellos monstruos se lanzaron en caída contra todos. Eran demasiadas para dos cazadores.

Merryl lanzó varios cortes rápidos en círculos. En casi un segundo derribo y corto a varias docenas de esas cosas. Adalan también logró abatir a varias con movimientos precisos. Incluso siendo mayores en número, no eran capaces de superar a dos cazadores.

El problema era lo que estaba detrás de ellos. Varios de los insectos alcanzaron con sus garras a los soldados que estaban amontonados. El miedo no los dejó reaccionar. Los cortes fueron precisos y violentos. El sonido de la carne desgarrándose era aterrador. Esas cosas cortaron huesos y músculos como si nada.

—¡Adalan! —gritó Merryl sin dejar de pelear—, ¡protege a quienes no pueden luchar! ¡Yo las detendré aquí!

Adalan asintió. La pelea despertó una vez más sus sentidos.

Corrió con rapidez, atacando a varios de los monstruos y atrayendo su atención. Varios se abalanzaron sobre él, pero a diferencia del sujeto que encontraron en el bosque, los insectos eran más lentos. Adalan podía ver sus movimientos sin dificultad. Aunque para su mala suerte, el número estaba en contra. Uno de ellos logró colarse detrás de él, y con un movimiento atacó. Adalan se movió justo a tiempo, resultando en un pequeño corte en su ropa. Adalan partió al insecto de par en par.

Otro insecto intentó la misma táctica. Estaban coordinados, como si su mente y visión fueran una sola. Pero esta vez otra espada lo defendió. Latimar había cortado las alas de aquella cosa, la que cayó al suelo, emitiendo un chirrido atroz y gutural; silenciado por la bota pesada del capitán.

—¡Todos los que puedan luchar formen un círculo alrededor de los que no tienen armas! —gritó ante la mirada atónita de todos.

Antes de que los soldados se pudieran mover, un anillo de fuego rodeó a todos, formando una jaula que brillaba como el sol.

—¡Nosotros también podemos pelear! —gritaron los hermanos magos al mismo tiempo.

—¡No podemos aguantar por mucho tiempo! —gritó ahora Jip—. ¡Apresúrense!

Latimar volvió a gruñir las órdenes, y esta vez los soldados lograron moverse. Los insectos seguían atacando, pero se les dificultaba entrar a aquel lugar. Los pocos que pasaban eran eliminados por Adalan.

Finalmente, la formación se completó. No era la mejor, pero protegía a la mayoría. Los insectos entraban, y si no eran eliminados por Adalan, los soldados lograban interceptarlos en el aire antes de que pudieran matar a alguien desprotegido.

El grupo de monstruos parecía disminuir con rapidez. Hasta que, en un momento, se quedaron quietos en el aire, sobrevolando el lugar. Fue justo a tiempo, el anillo de fuego desapareció, evaporándose como si fuese agua. Los hermanos magos cayeron agotados. Su tono de piel había cambiado un poco. Pero habían logrado su cometido.

Los insectos sobrevolaron la fortaleza un poco más. Se replegaron, perdiéndose en la misma oscuridad de donde nacieron.

Adalan y Latimar se acercaron hacia Merryl. La masacre de su lado fue enorme. Miles de esos cuerpos rodeaban al cazador. La mayoría no pasó de ese punto.

—¡Por el Esposo! —dijo Adalan sorprendido—. ¿Cómo es posible siquiera que pudieras hacer esto solo?

—Supongo que es la edad —dijo Merryl en broma, aunque algo forzada—. ¿Están bien?

—¿Qué eran esas cosas? ¿Volverán? —preguntó Latimar, tratando de mantenerse sereno.

—No lo sé —respondió Merryl—, deberíamos tener cuidado. Que tus hombres busquen sus armas.

—No tienes que decirlo dos veces —gruño Latimar.

El capitán se dio la vuelta para dar la orden. Merryl volvió a ver a la oscuridad. Se quedó contemplándola unos momentos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.