Los Ocho Olvidados se encontraban observando hacia delante. La niebla se encontraba a ras de suelo, pero cada minuto subía y subía. Pronto, cubriría la visión de todos en una capa mucho más espesa de lo habitual. Aun así, todos solo podían observar, y llevaban una cantidad prolongada de tiempo en dicha tarea. Necesitaban saber que no hubiera un peligro. Necesitaban saber que el momento para adentrarse hacia las fauces de algo desconocido era el correcto. Necesitaban encontrar la suerte perdida.
Esquirla se cargó sobre una de sus piernas. Debajo de ella, la hierba gris y seca crujió como si fuese un hueso humano. Muchas veces sintió como el esqueleto y la carne eran cortados, y algo dentro del sonido debajo de sus pies trajo varios recuerdos y sensaciones que parecían tan distantes en ese instante. Como si estuviese viviendo otra vida.
Con otro movimiento, uno sutil de sus ojos, examinó al resto. Reiley se mostraba con ojos llorosos, pero quieto como una pintura, y una buena. Krelian, y sus tres soldados, esperaban con sus manos por encima de las empuñaduras de sus espadas. Aleran, por otro lado, se encontraba quieto junto al resto de integrantes, incluido el más joven.
Finalmente, alguien se atrevió a romper el silencio.
—¿Estamos seguros? —preguntó un soldado. Para Esquirla, esa pregunta era similar a la anterior. Nada iba a cambiar.
—Por un lado, sí —respondió Krelian—. Estuve días observando este pequeño sendero, y no capté ni un movimiento con mi pequeño amigo —afirmó, apuntando a su ojo izquierdo.
—¿Y en todos los otros puntos de acceso? —preguntó el joven, aterrado.
—Siluetas deformes y chillidos leves.
—Solo debemos avanzar por aquí —añadió Esquila—; nuestro trabajo es lograr un camino seguro. Nada más.
—Exacto, solo un camino seguro de 20 kilómetros, y estaremos en casa, llenos de oro y mujeres.
—No me interesa ninguna de las dos —dijo Esquirla, sin ánimo.
—A mí no me interesa que te interese —bromeó Krelian—. Y… en cualquier caso, ya alargamos mucho las presentaciones. En marcha…
Todos asintieron, no porque estuvieran de acuerdo, sino porque no tenían otra opción. Cuando Esquirla vagaba por las calles de la capital, buscando monedas en rincones oscuros y en limosnas de rostros sin ojos, aprendió que las oportunidades hay que buscarlas. Lo que no aprendió en su momento fue que las oportunidades son capaces de asesinar para protegerse. Algo que su madre solía decir mientras estaba en cama era: «Lo malo de vivir en este maldito reino es que hasta el más imbécil de los imbéciles sabe cómo quitar órganos sin desparramar la sangre». Esquirla llegó a comprender cada letra de aquella frase. En especial cuando era ella quien debía mancharse las palmas de sus manos.
Entre todos alistaron las mochilas con provisiones y utensilios. No poseían mucho, lo suficiente.
Revisaron todo una última vez. Y avanzaron.
La primera muralla de árboles se sintió distinta a todo lo demás. Incluso Esquirla no pudo evitar voltear en todas direcciones mientras formaban una línea continua. No fue exclusivo de ella, pues todos suspiraron al sentir la presión del lugar. A diferencia de algo mental, el peso que sentían era real, como si vistieran armaduras pesadas. Lo peor era el desconcierto. El aire era espeso, sin olor. Los árboles muertos no dejaban ver mucho más allá de unos pocos metros. Y sonidos sin nombre se podían escuchar a la distancia. Pero había algo más; y nadie podía entender o describir qué era.
Caminaron en línea recta durante unos minutos. Hasta que la niebla se levantó como una venda. A diferencia de la normal, esta no dejaba más allá del propio cuerpo. Todos se pegaron los unos a los otros, con miedo y temblando.
—No podemos avanzar así —dijo Krelian, molesto y tratando de ocultar su propio terror—. Si alguien da un paso equivocado, será su fin.
—No podemos quedarnos quietos tampoco —dijo Esquirla—. ¿Cuerda?
—Yo tengo una —dijo el joven.
Sin moverse ni un centímetro, la mochila cayó al suelo en un estruendo. Todos tensaron sus cuerpos mientras sentían ojos que se posaban sobre ellos. Pero nada apareció. ¿Era paranoia o un peligro real? En ese lugar, podían ser ambas.
Nadie dijo nada. Los cuerpos de todos se ataron desde la cintura y sin producir ni un sonido, dejando poco espacio entre ellos.
—Como medida de seguridad extra, todos tomen sus manos —ordenó Esquirla con un susurro.
Todos asintieron, sin contradecir. Incluso Krelian mostró su aprobación.
Esquirla tomó la mano del joven. La sangre parecía no transitar por las venas de ninguno de los dos. Esquirla jamás se había llegado a sentir de esa forma. Durante su vida llegó a suprimir y olvidar varios de sus sentimientos. Pero ahora volvían a salir a flote.
La avanzada comenzó nuevamente. Daban pasos flojos, tardándose varios segundos en volver a dar otro. Necesitaban asegurarse de que no había nada alrededor. No podía decirse con certeza que no estuvieran solos. Si había algo observando entre la niebla, no se darían cuenta hasta muy tarde.
Algo recorrió sus pensamientos. Esquirla fue la primera en notarlo. Leves voces, como susurros frágiles y sentimentales, llegaron a su mente en oleadas fragmentadas. No reconocía ninguna de ellas. Algo las bloqueaba, como si permanecieran olvidadas.