El Último Dios: Tierras Malditas.

Capítulo 3: Los que vinieron antes.

El frío llegó a Esquirla en un sentimiento de peligro. Sus ojos se abrieron mientras su cuerpo temblaba y su aliento salía por la boca. Fuera, una fina capa de nieve caía como si fuese el peor de los inviernos.

Esquirla se puso de pie y frotó sus manos. Con la mirada busco a los guardias. No estaban. No podía ser verdad. Maldijo con una voz cortada. No había tiempo que perder.

Cuando logró acomodarse en su tren superior, avanzó hasta Krelian. Su pie dio de lleno. Esquirla no creía en el Esposo o la Esposa, pero pidió que estuviera vivo. Por suerte, los ojos del capitán se abrieron de la misma forma, dándose cuenta del peligro. Ambos se vieron temblando. Ninguno dijo nada.

Ella avanzó hasta las provisiones. Las maderas y mantas eran la única salvación. Pero el frío era atroz, y apenas podía hacer algo. Con algo de voluntad logró encender el fuego, el cual irradió como una esperanza perdida. A los lados, las voces comenzaron a resonar. Ninguna ocultando el miedo. Todos se abalanzaron contra las llamas.

—¿Qué está… pasando? —preguntó Aleran—. ¿Qué, en toda la gracia del Esposo, está pasando?

—¿Dónde…? —preguntó Reiley.

—No lo sé —completó Krelian—. No están dentro… —finalizó, acercando sus manos hacia el fuego y frotándolas con violencia.

Esquirla tembló unos segundos más. Era un milagro sobrevivir. Suponiendo que no existían secuelas de haberse encontrado tanto tiempo expuesta a ese frío.

—¿Estamos todos? —preguntó ahora el chico.

Krelian negó con su cabeza. Todos giraron un poco su cuello. A lo lejos, uno de los hombres yacía muerto. Su cuerpo estaba en forma de óvalo, sujetando sus piernas. Las colchas no eran suficientes para ese ambiente. Y no iban a servir sabiendo que era pleno verano.

—¿Es esto una broma? —preguntó Reiley, entrando poco a poco en calor—. Solo somos cuatro… No podemos.

—Seguiremos avanzando —dijo Krelian con una voz robusta—. No podemos detenernos. Ni lo haremos.

—No necesitamos a ocho para completar la tarea —dijo Esquirla—. Nos moveremos con las mantas como protección.

—No podremos dormir —dijo el chico.

—Pensaremos en algo en su oportunidad —dijo Krelian, cerrando sus ojos—. Mientras tanto, tenemos que movernos; el humo atraerá a criaturas.

Los sobrevivientes comenzaron a empacar. Esquirla aprovechó el momento para observar los alrededores una vez la tela que los protegía se desvaneció. No había huellas, ni rastros. ¿Dónde se metieron los guardias? Peor aún, ¿por qué no dieron alarma? Contemplo con preocupación hacia atrás. ¿Por qué solo ellos cuatro seguían vivos? Sin respuestas a ninguna de sus preguntas, dirigió su mirada hacia los cielos neblinosos. ¿Qué estaba ocurriendo?

Nadie esperó. Comenzaron a avanzar en línea recta sin mirar a aquel que fue parte de la expedición. Daba igual enterrarlo. Nadie lo iba a recordar de todas formas. Todos, menos Esquirla, aunque Krelian parecía saber, en algún punto contaron los motivos personales que los llevaron hasta donde se encontraban. Ese hombre no tenía familia, ni amante. Solo una deuda horrible. ¿Para qué gastar espacio en la tierra por un olvidado en vida? No necesitaban aquello. Solo necesitaban seguir moviéndose.

Y así lo hicieron, se movieron sin hablar, sin detenerse, sin contemplar, con miedo y esperando lo mejor.

Esquirla, bajo ningún concepto, abandonó la empuñadura de su espada. Por algún motivo, sentía la necesidad de usarla. La misma necesidad cuando formaba parte de su banda. A veces necesitaba combatir, matar a alguien para que su sed de sangre no se extendiera. Y ahora mismo, necesitaba aquello. Quizás necesitaba encontrar una bestia a la que cortar la cabeza; quizás solo para demostrar que no debían meterse con ellos. Necesitaba demostrarle a ese sitio que debían dejarlos en paz hasta completar su misión. Y ese sentimiento sí la aterraba, porque no creía ser capaz de pelear en esas condiciones. Cuando batallaba para salvar a la banda, ella era la depredadora. Ahora, no sabía si era lo suficientemente fuerte.

La marcha se detuvo. Frente a todos se encontraba una pendiente que llevaba hacia la niebla. Todos observaron, tratando de decidir el curso de acción sin compartir sus pensamientos. No podían detenerse. A un lado, una bajada empinada, pero transitable.

Esa fue su mejor opción.

Se deslizaron tomados de las manos. El frío aún invadía la sangre de todos ellos, pero ya era tolerable.

Llegaron a una especie de río seco. La niebla allí abajo no estaba presente, pues seguía concentrándose sobre sus cabezas. Pudieron distinguir con toda claridad el lugar por donde antes corría una fuente de agua. Pero había algo más. Pronto se dieron cuenta de que cuerpos y huesos adornaban todo el recorrido. El chico soltó un grito que fue detenido por Esquirla a su lado.

Cuando el chico guardó silencio, examinaron los restos. Había algo mal. Muchos huesos no se correspondían con el tamaño ordinario de un humano. Eran grandes, gruesos y en segmentos sin un orden aparente. Pero algo más llamó la atención. Los cuerpos que seguían enteros no se descomponían. En cambio, todos se encontraban en un estado similar a la piedra. Al menos los humanos.

—Ya… no sé… —dijo Reiley.

Nadie dijo nada. Nadie quería replicar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.