El Último Dios: Tierras Malditas.

Capítulo 5: Nada más que oscuridad.

—No pienso avanzar. —Esquirla levantó su espada.

—Hmm. —El pensamiento fue retenido—. Lamentablemente, te necesito.

—No me interesa lo que quieras.

Todos observaron sin intervenir. El lugar, la situación. Todo era aterrador.

—¿No quieres el dinero?

—No. Necesito mi vida. Nada más.

—¿Sabes quién fue la persona que movió sus hilos para tenerte aquí?

—Déjame adivinar: tú.

—No, no soy tan influyente —dijo Krelian, divertido—. Ya te lo dije, hay alguien mucho más importante detrás de esta expedición. Y esa persona, Esquirla, puede ayudar a que encuentres a quien provocó tu caída. ¿Cuánto tiempo lo has buscado? ¿Veinte años?

—El asesino de mi madre es mi problema, y de nadie más.

Krelian carraspeó. Molesto.

—¿Qué puedo hacer para convencerte?

—Nada. Puedo ver a través de tus palabras. Necesitas que asesine a lo que custodia el objeto que tanto deseas.

—Eres bastante aguda.

—No eres…

El recinto tembló. Un grito agudo resonó a la distancia. Provenía de todas partes. Gutural y atormentado. Esquirla no pudo deducir de qué se trataba. Era humano… No. ¿Qué era? ¿Dónde estaba? No importaba.

—No haré tu trabajo sucio —dijo convencida.

—Esa cosa nos matará. Debe venir hacia nosotros en estos mismos momentos. Apenas pude evadirla, ¿sabes?

Esquirla sintió la necesidad de levantar su espada y matar a quien estaba delante.

Y lo hubiese hecho; de no ser porque algo se adentró en la sala con ellos.

Algo saltó en la oscuridad. Esquirla apenas pudo evadir el golpe. Con uno de sus brazos tiró del joven hacia abajo. Aleran, por puro instinto, e imitando a sus pares, se arrojó al piso. El único que no logró nada fue Reiley. El cuerpo del mercader estaba muerto. Partido desde su hombro derecho hacia el estómago. La cabeza ya no estaba en ningún lugar.

Esquirla se levantó. ¿Dónde estaba?

—¡¿Qué era esa cosa?!

—Te lo dije. —Krelian estaba pegado a la estatua—. Esa cosa nos matará… A no ser que hagas algo al respecto.

—No me interesa. —Levantó la vista, en dirección a las escaleras—. Huyamos, ¡ya!

—Oh, no, no —dijo, victorioso—. No nos dejará ir. Nos perseguirá hasta el final si es necesario.

Esquirla apretó su mandíbula. El golpe fue a dar directo a la mandíbula de Krelian.

—¿En qué nos metiste?

—En nuestra verdadera misión.

La sala comenzó a temblar. La escalera, como si nunca hubiese estado en ese lugar, desapareció. ¡¿Qué?!, exclamó Esquirla para sí. Todos se vieron igual de aterrados.

—El tiempo aquí fluye de una manera particular… Pasado y presente. Tendrás que esperar a que vuelva a ser pasado.

Esquirla vio a su compañero mientras se levantaba.

—¿Qué quieres decir? ¿Cómo sabes tanto de este lugar?

—¿Quieres salir o aumentar tu conocimiento?

Esquirla quiso propinar otro golpe. Pero el grito vino de nuevo. Lejano. Cercano. Ambas.

—¡Ahí! —gritó el joven. A un costado, cerca de unos pilares, otro sendero.

—¡Maldita sea! —gritó Esquirla—. Muy bien, andando. Si esa cosa quiere morir, necesitaré mejores condiciones.

Todos se adentraron al pasillo. Corrían sin mirar atrás. Salas pasaban y quedaban atrás. Ninguna importaba. La luz de Esquirla guiaba en una sola dirección. No podía girar. Lo que fuese que los perseguía estaba atrás.

Otra sala. Distinta. Al centro, había una especie de barrera. Resplandecía en un tono azulado, llenando toda la sala con el mismo. Cerca de una pared, un altar mostraba una especie de gema similar a un zafiro en un pedestal sofisticado. Su color violeta era de una tonalidad no vista en ningún lugar del continente. No hasta entonces.

Corrieron. La barrera era similar a la luz. Fue Aleran quien, presa del pánico, la atravesó primero. Nadie se detuvo a pensar. Todos se adentraron hacia el otro lado.

El grito una vez más. Todos se dieron vuelta. La criatura estaba constituida en humo, en una figura semihumanoide y alta. Debajo de su piel gris y flotante, una especie de esqueleto, compuesto por huesos de un color cobre, se dibujaba. La criatura tenía dos cuencas vacías, pero con las que divisó al resto de los ocupantes.

Esquirla levantó su espada.

La criatura avanzó. No parecía mostrar signos de violencia.

—¿Por qué decidieron venir a morir aquí?

Todos quedaron perplejos. Su forma de expresarse era idéntica a la de un humano, por mucho que esa cosa no lo fuera. Su acento era neutro, sin emoción. Carente de significado.

—No puede ser —dijo Aleran—. En todos mis años de investigación y desarrollo he visto algo similar.

—¿Por qué no nos matas? —preguntó Esquirla.




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