La puerta resonó con los nudillos. Esquirla esperó unos segundos. No sabía qué decir con exactitud. Una mujer abrió. Sus ojos eran idénticos a los de él. Tosió una flema seca frente a sus manos. Su vestimenta era la de alguien lista para morir: sencilla.
—¿Sí? —dijo con debilidad.
Esquirla no dijo nada. Levantó una bolsa llena de oro. La mujer abrió los ojos al ver el contenido.
—¿Por qué?
—Es… lo que correspondía a su hijo… Por la expedición. Él quería que tuviera esto.
La mujer llevó una de sus manos a su boca. Las lágrimas no se dejaron esperar. Un llanto tan atroz como ese no era fácil de soportar. Esquirla cerró los ojos. De alguna forma, esa era la parte más dura de todo lo vivido. No del todo. Una niña, de quizás unos catorce años, apareció para ayudar a su madre.
No quiso enfrentar esa situación.
Dio la vuelta y comenzó a caminar sin rumbo. Intentó olvidar. Tenía tanto dinero como un rey. Pero… no le servía de nada. Por primera vez en su vida se sentía vacía. ¿Sanaría? Solo ella lo sabía en esos momentos. Porque incluso en la capital, rodeada de miles y miles de personas, estaba sola.
Se adentró en una posada. La habitación era barata. Pero a ella no le importó en lo más mínimo. Pagó con una cantidad excesiva. Ya en su habitación, se dejó caer en la cama. Apenas dormía, no por las pesadillas; hacía mucho que ya no tenía de aquellas. Todo era por las preguntas que no pudo contestar.
Y todo se resumía en un algo. Todo en una sola pregunta.
¿Quién era la persona detrás de todo lo que vivió?