El Último Dragón

Capítulo 7: Tiempo de viajar

El tiempo es cruel.

Los felices días en familia parecían haberse quedado muy atrás.

Nahuel fue el primero en irse.

Una tarde de verano, un grupo de machos atacaron a la manada y Nahuel acabó muy mal herido al enfrentarse a 3 machos al mismo tiempo. Los esfuerzos de las hembras por ayudarle solo acabaron con la vida de las más jóvenes. Fue una larga noche que acabó dejando muchos huérfanos.

Los cachorros fueron quienes más lloraron al despedirlo.

Y Bal, una mañana se fue a cazar y no volvió. Sus últimas palabras fueron:

-Bairam, yo siempre te estoy observando, así que pórtate bien. No hagas travesuras.

Le dijo con su usual sonrisa que la caracterizaba.

Todos la buscaron durante semanas y nunca la encontraron. Bal se fue de este mundo sin dejar rastro. Ahora ella vive entre las sombras de la pequeña isla sin nombre.

Y así también se fue Jary. Y con el tiempo también el pequeño Jar. Luego Bara. Seguido de Rua. Las estaciones seguían pasando y las vidas de su familia también. Todos crecían y se iban. Pero él, seguía tan joven y pequeño como el primer día.

El último dragón se sentía más solo que nunca.

Una nueva líder era como una nueva familia. Los miembros eran distintos y el tiempo que compartían juntos era muy poco, al menos así lo sentía el pequeño Bairam. Aún si todos lo llamaban “hermano Bairam”, el sentimiento ya no era el mismo.

Bairam había dejado de ser feliz junto a la manada.

Al cumplir los 152 años, decidió que ya era su hora de irse. Dio las gracias a la líder y una noche se fue sin despedirse.

Durante años había estado preguntando a los animales sobre otros como él. Ninguno supo darle una nueva respuesta. Los cocodrilos solo sabían que su padre se fue y no regresó. Y tras tanto esperar a su padre desaparecido, decidió que ya era hora de ir a buscarlo.

En la una cálida noche de verano, el pequeño dragón emprendió su viaje. Y con el corazón decidido se lanzó desde un acantilado.

Con sus alas extendidas intentó volar, pero le fue imposible. Sus pequeñas alas no tenían la fuerza suficiente para cargar su peso. Al ver que sería imposible volar, desistió de luchar, y se dejó caer directo hacia el mar.

Fue un duro golpe contra el agua, más su dura piel apenas lo sintió.

Pataleando y moviendo su cola, al igual que los cocodrilos, emprendió su viaje.

-¡A por las ballenas!

El animal más longevo y sabio que existe. Las únicas que podrían darle respuestas.

Y nadando y nadando, el pequeño dragón se adentró a lo profundo del mar. Nadó hasta que todo rastro de su isla desapareció.

No sabía a donde iba.

No sabía si estaba en el camino correcto o no.

Tampoco sabía si encontraría a la ballena.

Ni siquiera sabía dónde estaba ahora mismo.

Todo en lo que podía pensar era en seguir nadando.

Porque detenerse era morir.

Había muchos peligros en el mar, desde tiburones hambrientos hasta tormentas furiosas. Viajo durante días y noches; hasta sentir su cuerpo pesado y sin fuerzas. Todo lo que podía comer eran peces y solo bebía agua cuando una tormenta caía sobre él.

Fueron 5 años de puro pesar.

Más al final obtuvo su recompensa.

Había nadado hasta el fin del mundo. Donde todo está congelado, incluido el tiempo.

La gaviota dijo: “Reconocerás a la ballena por su bello cantar y lo enorme que es.”

Y así fue.

Nunca había escuchado un canto más hermoso, ni se había sentido tan pequeño en toda su vida.

Toda una familia de ballenas estaba nadando a su alrededor.

-¡Ballenas! ¡Escúchenme! ¡Por favor! ¡Díganme! ¡¿Han visto a otros como yo?! ¡¿Saben que soy yo?!

Los enormes ojos de las ballenas lo miraban al pasar a su lado. Las más jóvenes estaban muy curiosas, pero las mayores fueron más precavidas. Todas cantaron aún más fuerte por el pequeño valiente que les hablaba sin miedo a ser comido. Pero pronto callaron, la más mayor nadó desde lo más profundo hasta la superficie.

Una gran ballena blanca lo miró fijamente con su único ojo.

Era más grande que las islas de hielo y más blanca que la nieve. Con muchas cicatrices en su inmenso cuerpo y arpones rotos en la aleta de su cola.

La gran ballena dijo muy lentamente:

-El mundo temblara una vez más. Familia, saluden, al último dragón de este mundo.

El pequeño, al fin, había descubierto lo que era. Y su corazón no pudo regocijarse.

-El último dragón… de este mundo.

El último.

La inmensa soledad que lo abrumó fue más grande que la gran ballena blanca. Se sentía ahogado, mientras su pesado cuerpo se hundía cada vez más y más en una profunda tristeza tan helada como el hielo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.