El Último Dragón

Capítulo 11: Un dragón entre los humanos

El mundo era grande.

Había aprendido a volar a los 492 años y lo amó desde el primer día.

Volar era su pasión.

Bairam voló por todo el mundo sin límite alguno. Recorrió desde las islas heladas del norte hasta las arenas calientes de los desiertos del sur. Su existencia, ahora conocida, provocó el terror entre los humanos y demonios.

El último dragón de este mundo era odiado por todos.

Había dado la vuelta al mundo más de 5 veces, con la esperanza de encontrar a otro como él.

-No puedo ser último dragón. Quizás alguno se esconde al igual que yo.

Y por mucho tiempo estuvo buscando desesperadamente. Bairam estaba cansado de estar solo. El tiempo que no tenía clemencia, transcurría lento cuando estaba solo y muy rápido cuando tenía amigos. Habían pasado más de 500 años desde su última reunión con Dabria. Más de 500 años sin hacer otro amigo. Todo lo que deseaba ahora era buscar una compañía que no lo temiese ni lo odiase. Más su larga búsqueda no tuvo sentido; antes de dar la vuelta al mundo por décima vez, él decidió rendirse.

-Estoy solo… solo.

Recluido en su isla sin nombre, e inmerso en su inmensa soledad, el último dragón se quedó dormido. Y durmió por más de 400 años, hasta que el mundo se olvidó de él. Pero una noche, el retumbar de su isla lo despertó. Un temblor todo lo sacudió y él pensó que era hora de salir de su aislada soledad.

Quería intentar ser feliz una vez más, aún si fuese una felicidad efímera.

Amaba viajar por el mundo, pero como dragón no podía disfrutar de sus viajes. Porque los humanos solo le temen e intentan cazarle. Más una vez tuvo que huir como un cobarde al ser rodeado por magos. Hasta el noveno héroe intentó matarle en más de una ocasión.

-Si tan solo no fuese un dragón…

Lo deseó y recordó.

Dabria le había enseñado antes, en sus clases de magia, que los Dragones tienen la habilidad de cambiar de forma. Más el precio a pagar, sería desprenderse de su propia piel. Y solo mientras la piel esté a salvo, él podría volver a ser un dragón. Bellinor se había opuesto mucho a esa idea, por lo peligroso que es.

Más ahora ninguno de ellos estaba, y él estaba cansado de estar solo.

-Quizás… Los dragones sin piel están viviendo entre los humanos. ¡Tal vez no soy el último dragón de este mundo! ¡Debo encontrarlos!

Con esa nueva determinación en su corazón, no dudó en transformar su propio cuerpo y desprenderse de su preciosa piel escamosa. Sus enormes cuernos se convirtieron en una larga cabellera, su hocico en una nariz y boca, y sus patas ahora eran brazos y piernas. Ya no había cola, alas, ni garras o colmillos. Aún peor, ya no había escamas.

El último dragón de este mundo se había convertido en un humano.

Y lo hizo porque en este mundo no podía ser feliz siendo él mismo.

Su resplandeciente piel con escamas negras destellaba como un manto de estrellas bajo la luz de la luna. Solo con esta hermosa piel podría regresar a ser un dragón. Así que la escondió.

Se adentró hasta lo más profundo de su nido, cavó el hoyo más profundo que sus brazos de humano fueron capaces de hacer, y delicadamente doblada enterró su piel de dragón.

No había lugar más seguro que su hogar.

Tras enterrar su piel, vagó por su isla una última vez. Esta era su despedida para Bal, aquella pantera que vive entre las sombras de la isla sin nombre.

-Me voy a portar bien, seré un dragón bueno.

Dijo al despedirse de su primera amiga.

Aquella misma noche se lanzó al mar para irse nadando hacia el sur.

Puede que ahora sea humano, pero no es un humano como el resto; no importa la apariencia que tome, él siempre será un dragón en su corazón.

En el mar del sur se encontró con los barcos del ejercito Demonio. Robó uno y navegó hacia el oeste. Luego hacia el este y del norte al sur. Viajo entre todos los mares hasta cansarse. Luego se adentró en los continentes y caminó entre pueblos sin nombre y caminos olvidados. Conoció el mundo a su gusto y se divirtió a lo grande. Hizo amigos en su camino y enemigos también.

Se divirtió mucho, aún si era una alegría creada a través de una mentira. Los humanos lo aceptaron solo porque aparentaba ser uno de ellos. Bairam decidió esconder esta verdad en lo más profundo de su solitario corazón.

También, descubrió que el ave de su infancia tenía razón: El mundo estaba plagado de maldiciones.

No importa a donde fuera, una maldición siempre estaba cerca. Más él a toda aventura hace frente, porque un dragón a nada le teme. Y tuvo todo tipo de aventuras a lo largo de su viaje.

Hubo una vez que llegó a un reino muy inusual. “El reino de la felicidad”, así lo llamaban los viajeros, porque en el reino no existe persona triste. Desde el más pobre mendigo hasta el más rico es feliz. Incluso los gatos sonríen. Solo se escuchan risas en el reino y ningún solo llanto. Más en este reino de risas solo una persona es inmensamente triste. El solitario rey encerrado en su castillo es un ser miserable. No hay día ni noche que el rey no llore.




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