El último elegido

Prólogo.

En aquél sótano oscuro, solo iluminado por una cuantas velas, un hombre estaba invocando a los Principes, su cuerpo y rostro estaban ocultos, cubiertos por una toga negra.

En está ocasión nada más respondieron al llamado dos de los Príncipes. Aunque el hombre había observado muchas a través de los años como se aparecían, no dejaba de sorprenderse.

El piso estaba marcado con un gran circulo en el cual adentro estaba dibujada una estrella, toda la figura estaba llena de fuego, pero no era un fuego normal sino que estaba lleno de colores, parecía un caleidoscopio, los colores que emanaban del fuego eran infinitos, hasta habían colores que quizás, y solo quizás, solamente existían en lugares celestiales e infernales, colores que podías pasar horas y horas admirando por lo hermosos que eran y nunca te cansarías.

Una voz fue lo primero que salió del fuego, incluso antes que poco a poco emanará la figura de su portador.

—Has tardado mucho en llamarnos. Te hemos estado esperando —Su voz era grave y emanaba respeto y terror a la vez. A medida que iba hablando su figura iba creciendo haciéndose cada vez más notoria.

Media aproximadamente dos metros, era hermoso, pero no una clase de hermosura humana, sino sobrenatural. Su piel resplandecía, y toda su aura denotaba poder y majestad. Pero eso no era lo que más llamaba la atención de aquél hombre, debajo de su cabello debidamente peinado y negro como la oscuridad más plena, se encontraban sus grandes ojos amarrillos los cuales brillaban de manera aterradora, en ellos se podía observar mucha inteligencia, cualquier persona normal lo hubiera visto y confundido con un ángel, pero el encapuchado no, conocía lo suficiente del mundo infernal como para ver la malicia en los ojos del Príncipe, aunque toda su aura denotara poder también emanaba malas intenciones, engaños y lujuria.

El hombre se arrodillo antes de responderle al Príncipe.

—Mi señor Azazel, es un placer encontrarme con usted de nuevo, disculpe por no haberles llamado antes, es que no tenía nada relevante que informarles.

Azazel sonrió mostrando sus dientes completamente blancos y el hombre no pudo evitar tener un escalofrío.

—Pero mi querido amigo, no eras tú quien tenía buenas nuevas que contar, sino nosotros.

Dicho esto el hombre sintió como sus pies comenzaban a escocer volviéndose cada vez más y más fuerte, llegando al punto en el que la pierna que sostenía a la que estaba inclinada, fallo haciéndolo caer y pegar un grito de dolor.

—Azazel, hermano mío, deja tranquilo al pobre hombre, ya no lo castigues —dijo otra voz saliendo del fuego mientras reía, está era completamente diferente a la de Azazel, parecía la de una serpiente siseando siniestramente—. Nunca antes habíamos tenido algo que informarle. Pero supongo que los tiempos cambiaron, ¿o no es así, muchacho?

Y era verdad, cada vez que el hombre hablaba con alguno de los Príncipes ellos solo escuchaban sus informes y si era necesario le ordenaban una que otra tarea, pero ellos nunca habían requerido hablar con él para contarle alguna noticia.

—Mi señor Aamon —dijo este con respeto, agradecimiento y temor—. Les pido mil disculpas por mi incompetencia. Estoy a sus órdenes, díganme, ¿qué es lo que puedo hacer por ustedes?

Aamon era completamente distinto a su hermano, éste era rubio y aunque su piel también resplandecía y sus ojos verdes a la vista de cualquier humano normal, eran realmente como los ojos de una serpiente, color verde tierra y con una rendija simétrica en forma de árbol de navidad.

—Hace nos días que notamos que las tropas del cielo estaban más alborotadas que nunca, como bien sabrás, estamos en los últimos tiempos y el apocalipsis y se acerca.

Y era cierto, el hombre, debido al gran poder que tenía se podía enterar de cosas que las personas normales tardarían meses en saber, como los abundantes rumores de guerra que comenzaban a escucharse entre las personas más importantes. No solo eso, sino que también últimamente habían ocurrido más desastres naturales alrededor del mundo que los que acontecían normalmente.

—En un principio no entendíamos porqué —siguió Aamón—, hasta que ayer sin pleno aviso pudimos sentir el aura del último elegido.

Esto sí que realmente sorprendió al joven hombre, este último siglo la presencia del último elegido había tardado en darse a conocer por la extremadamente importancia que tenía, siendo su aura oculta por años.

—¿Y qué quiere que hagamos, mi señor? ¿Quiere qué lo maté?

Esta vez fue Azazel quien respondió.

—Lamentablemente esta vez no es un hombre a quien nos referimos, sino a una chica. Mudsa Johnson, y no será tan fácil matarla como piensas.

La boca del invocador se entreabrió, ¿una chica? Por las historias que había oído, aunque había habido mujeres elegidas nunca tomaban más importancia de la debida, y que la última de ellos y la más importante, fuera una mujer traía muchas confusiones y dudas.

—He tenido dos revelaciones –confesó Aamón mientras jugaba con un anillo que tenía en su mano en forma de serpiente y luego añadió con tono de despreció refiriéndose a Dios—. Él nunca liberaría el aura de la chica sin dejarle una protección.

»Lo he visto, lo ha mandado a él —Dicho esto sonrió causando que el hombre tuviera un escalofrío, sus dientes aunque blancos eran completamente afilados, como los colmillos de un vampiro.

—El gran Arcangel Miguel—musito Azazel con ironía—, aquél que fue el único con el poder para derrotar en su momento, a nuestro querido y gran hermano, Lucifer.

Fue sorprendente notar el tono en el que dijo aquello último, ya que si un Demonio era capaz de sentir amor, apreció y respeto por alguien, aquél por quién lo sentiría era Lucifer.

—Hemos comenzado a desencadenar una considerable cantidad de Deviens y Bestias —siguió contando mirándolo con aquellos ojos que tanto miedo causaban a quienes mirará—. Debemos conseguir el poder y la disposición de la mayor cantidad de aliados que podamos, eso es lo que nos hará más fuertes en esta guerra. Además de eso, tenemos una tarea de suma importancia para ti.




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