El último haiku del cerezo

Una segunda oportunidad

Durante dos mil años de un ciclo sin fin, entre los giros de las estaciones, el cerezo había sido testigo de múltiples batallas, encuentros, rupturas, amor, felicidad y tristeza. En su tronco resguardaba con sumo cuidado cientos de promesas, quizás ya olvidadas por sus protagonistas, pero en él seguían latentes. Sin embargo, ninguna existencia lo había conmovido tanto como la de aquella joven que eligió morir bajo su sombra.

El cerezo rompió un capullo y de su yema brotó una flor azul, única en su especie, la más hermosa jamás vista. Como una lágrima celestial, esta cayó sobre el pecho sin vida de Haruko. El último haiku del árbol, ahora escrito, dormía dentro de ella. Cada sílaba, cada verso, fluyeron hacia su ser, y en su pecho la sakura palpitó con fuerza. El cuerpo de Haruko se alzó del suelo, envuelto en pétalos y hojas que la abrazaron, devolviéndole el aliento. Su carne, casi adherida a los huesos, se hinchó de vida nuevamente. Su cabello, antes opaco como la ceniza de una hoguera, ahora caía por toda su espalda como una cascada oscura teñida de reflejos azulinos, como si la noche misma hubiera tejido en él un manto de constelaciones. Los ojos, que vagaban entre las nieblas de la muerte, comenzaron a brillar como dos esmeraldas recién pulidas, pero en sus centros un misterioso destello de zafiro latía, como un vestigio de la flor que le había devuelto el aliento. Las mejillas, pálidas y frías como copos de nieve, se sonrojaron como el rubor de los primeros pétalos de primavera, frágiles y transitorios, como recordatorio de que su vida no era ahora más que un préstamo. Porque nada es perfecto; todo tiene un precio.

Y por primera vez inhaló Haruko, el aire de un mundo que ya no le pertenecía.

Voces, miles de voces como un eco infinito comenzaron a susurrar en su mente, no con palabras, no, sino con recuerdos de personas que en su vida había visto; llegaban a ella como fragmentos: risas de niños que corrían entre las flores silvestres, promesas de amor que terminaban en un juramento roto, traición, envidia y guerras silenciadas por el tiempo. ¿Qué es todo esto? —se preguntó Haruko —sumida entre aquellas memorias que la atormentaban.

—Tu destino, Haruko —le susurró una brisa que traía consigo hojas del cerezo—. A partir de ahora serás la escriba de cada haiku grabado en mi corteza, la guardiana de las promesas sepultadas en mis raíces. Y ahora, Haruko, cobraré mi gracia.

Terminadas de decir aquellas palabras, en su pecho latió con fuerza la flor y, con cada latido, una ausencia se filtró en su alma. Al tocarse la sien, descubrió que el rostro de su madre, grabado con fuego en su corazón, comenzaba a desdibujarse como tinta en la lluvia, llevándose consigo lo único que conserva de su madre: su recuerdo.

Ese era el precio del pacto. El cerezo le había otorgado una segunda oportunidad, y por ello, cada invierno, un pétalo de la flor azul se desprendería, llevándose consigo el recuerdo más preciado, hasta no quedar ninguno.

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