El Último Hechicero

Capítulo 6

—¿Te sientes bien? —la pregunta volvió a repetirse—. Siento haberte asustado.

Sullivan, recobrando su respiración, vio acercarse a una joven que se detuvo justo al lado suyo. Carraspeó para aclarar su garganta y por fin pudo responder:

—Ya me encuentro bien.

Ella se apoyó en la barandilla de tal modo que sus antebrazos descansaban sobre la misma y sus manos se cruzaban exhibiendo unos finos guantes de seda de color amarillo pálido. Sullivan contempló de reojo a aquella joven, cuya mirada de interés recaía directamente sobre la carroza real.

Una espectacular cascada de cabello negro con tonos un poco azulados caía en ondas sobre su espalda. Su rostro era redondo y delicado, de facciones tan bellas que denotaban una piel muy bien cuidada, distinta al tipo de pieles que solían tener las jovencitas de Babhur. En cuanto al maquillaje, era sutil y sólo se encargaba de realzar los labios y de aportar un poco de bronceado a la blanquecina piel de su cara y de su escote. Sullivan aclaró su garganta y se obligó a apartar la mirada de ella.

—Esa carroza es hermosa.

—Sí, es magistral.

Una suave y cálida brisa agitó los vuelos de la falda de la dama. Sullivan volvió a reposar su vista en ella y se fijó en su vestido. Era simple y bastante sencillo, quizás el más sencillo que hubiera visto durante toda la noche. No obstante, se ceñía a ella y acentuaba sus armoniosos atributos femeninos.

—Viniste en ella, ¿verdad? —la pregunta lo tomó desprevenido.

Sullivan entrecerró los ojos con suspicacia.

—Sí, claro. Supongo que me has visto descender junto al rey...

—Pues no. Llegué absolutamente tarde con mi acompañante.

Un profundo silencio se cernió entre ellos. Sullivan, por su parte, rememoraba esa sensación tan extraña en sus manos acompañada de ese miedo tan intenso al contemplar el fuego. Era como si se hubiera sentido atrapado, acorralado, con un deseo intenso y básico de supervivencia; como si hubiera querido defenderse con sus propias manos de... No sabía realmente de qué. Negó con la cabeza repetidamente al tiempo que reconocía que después tendría el tiempo suficiente para procesar lo ocurrido.

—¿En qué piensas? —le preguntó ella.

—Disculpa, ¿acaso te conozco? —preguntó él girándose para mirarla con detenimiento. Sus grandes ojos azules se le hacían familiares, pero, ¿de dónde?

—Soy Maya Hayhurst —extendió su mano enguantada—. Me lastimé en su castillo y fuiste el único que salió a mi auxilio.

Entonces por fin Sullivan la reconoció. Era la muchacha que había visitado el castillo. Estrechó su mano mientras la notaba diferente, incluso mucho más bonita que la primera vez. Sin poder evitarlo, un calor lo sofocó alrededor de las mejillas de sólo recordar su primer encuentro.

—Ahora lo recuerdo.

—Hasta te confundí con alguien de la limpieza —añadió ella, soltando una ligera risita que le pareció bastante coqueta.

—Sí —contestó Sullivan arqueando ligeramente la comisura de sus labios—. ¿Y en qué viniste?

—En un carruaje. Por supuesto, no tan elegante como el suyo, pero lo pasé estupendamente. No había tenido la ocasión de viajar en uno.

Sullivan abrió bien grandes los ojos ante tal respuesta. Escudriñó su rostro, buscando alguna pista que le indicara que estaba burlándose de él. Sin embargo, la serenidad en la expresión facial y la sinceridad empleada en la voz le incitaban a confiar en ella. De una manera extraña, creía en ella, aunque de cierto modo era inaudito que una joven de Babhur nunca se hubiera desplazado en un carruaje. ¿Sería una extranjera? Pero, aunque lo fuera, los carruajes se hallaban naturalizados en casi todas las partes del mundo. ¿Sería acaso una mentirosa con claras intenciones de gastarle una broma? No se lo parecía en absoluto. Entonces, de dónde provenía...

—Disculpe mi atrevimiento, señorita... —comenzó diciendo.

—Maya. Maya Hayhurst —recalcó ella.

—Pero, ¿de dónde es su procedencia? No recuerdo nunca haber hablado con una joven que no haya subido antes a un carruaje.

El silencio se apoderó de ella. Sullivan fijó su vista en el temblor que aquejaba a sus labios entreabiertos. La había pillado. Sólo era otra preciosa señorita con un sentido del humor sarcástico y bastante malintencionado. Pero él ya no era el mismo sujeto, blanco de burlas y sátiras por parte de todos. Y de pensar que, por poco le había creído...

—¿Acaso viene usted de una cueva? —preguntó Sullivan mordaz. Él también podía ser un bufón y jugar a ese juego.

Un destello de furia cruzó por los ojos azules a la vez que adoptaba una posición rígida y a la defensiva. Maya cerró fuertemente los puños mientras le encaraba de frente.

—Pues permítame decirle, señor Hart, que puede que no haya hablado con mucha gente entonces, o tal vez, no con aquella que todavía no ha podido darse el lujo de subir a un carruaje.

Sullivan se arrepintió en el acto de sus desafortunados dichos. La voz dolida de Maya, por alguna razón, le produjo una punzada de dolor. Sus mejillas estaban teñidas de carmesí a la vez que respiraba notoriamente agitada. No había evaluado lo dolorosas que podían ser sus palabras.

Y lo cierto era, que Sullivan efectivamente no se relacionaba con demasiada gente fuera del castillo. Su círculo más íntimo estaba compuesto sólo por su padre y Nelson Barnes. Sin embargo, si Maya no pudo acceder durante toda su vida a un carruaje, eso sólo podía significar que procedía de orígenes muy humildes.

—Deberías ver tu cara —dijo ella entonces.

—¿Cómo?

—Te perdono. Reconozco que no ha sido tu verdadera intención causarme daño.

—Yo... lo lamento.

—Está bien.

Ella le sonrió y luego inspiró profundamente. Algo le decía a Sullivan que ella había estado muy aburrida.

—¿Has disfrutado el evento? —le preguntó.

—Por supuesto. Está muy bien organizado y el despliegue de artistas fue increíble.




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