El Último Hechicero

Capítulo 12

Aunque se había mantenido solo la mayor parte del tiempo que había transcurrido su vida en el castillo, no imaginó jamás una auténtica soledad que le hiciera volverse tan depresivo. Sullivan pasaba sus días tratando de subsistir a base de lo poco que cazaba y el agua que bebía. A veces pensaba rendirse, pero el recuerdo de su padre y cómo le había pedido que sobreviviera le hacían desistir. Tal depresión era notoria en cómo había dejado de asearse y pasaba la mayor parte de su tiempo durmiendo. Aunque no tuviera sueño, se obligaba a dormir con tal de no pensar. Debía reconocer que ahora sí extrañaba el alcohol y sus días en que esa bebida le hacía olvidar la muerte de su madre y el abandono por parte de su padre. Las palabras alentadoras del tabernero ahora parecen causarle gracia. ¿Cómo podría buscar su lugar en el mundo? Había sido engañado toda su vida y la que creía su propia familia, en verdad no lo era.

A veces piensa que el único lugar que merecía la pena era la taberna. Allí nadie lo miraba de manera reprobatoria ni lo juzgaba, ni siquiera se burlaban de él. Sólo era un borrachín más y, de quien creía que se burlaba de él, había resultado ser una verdadera adivina. Efers no era una oportunista como él la había catalogado, sino la primera en transmitir las pistas de que estaba siendo engañado. Y no sólo eso, había predicho que era un hechicero. Parte de lo que dijo su padre respecto a cómo aprendía de rápido el echir, el punto de vista de Efers y el cómo reaccionaba en el Odeum, le hacían constantemente cuestionarse si el poder residía en él. Pero ya lo tenía claro. Esa forma en la que reaccionaban sus manos frente al fuego de la fogata, el miedo y la falta de control que experimentaba, cada vez de manera más intensa, le convencían de que algo extraño sucedía con él.

Echaba de menos a Nelson. A pesar de que en muchas ocasiones fuera demasiado estricto, era su único amigo, quien le había enseñado sobre la supervivencia y cómo desenvolverse en la vida silvestre. Sin sus enseñanzas, Sullivan ya podía darse por muerto. Aunque el lugar en el que se encuentra se distingue demasiado del bosque en el que habitualmente trabajaba, reconoce que por todos los conocimientos que aprendió, hoy puede mantenerse a salvo.

Recostado sobre una manta, donde pasa la mayor parte del tiempo pensando y divagando, recuerda a Wheeler. ¿Qué habrá sido de él? ¿Qué hará? Pero por, sobre todo, ¿cómo será su nuevo mandato en el castillo? En caso de así serlo, ¿qué le habrá sucedido a su padre? ¿Aún seguiría vivo? Todos estos interrogantes eran los que lo volvían cada día más depresivo, si es que podía estarlo más, e hicieron que cayera en un profundo sueño durante aquella tarde.

En vez de estar despertando, Sullivan creía que estaba soñando. El olor a algo que se quemaba era cada vez más notorio. Estaba seguro de que no había dejado nada en la fogata pues durante el día no había salido de caza. Ni siquiera la había encendido. Por fin, despertó y era su manta aquello que amenazaba con quemarlo vivo. La aventó lejos de él lo máximo que pudo protegiéndose. La manta rodó hasta la fogata apagada, pero pareció ser la chispa necesaria para encenderla y una pequeña llama hizo aparición.

—¡No, no, no!

Sullivan se apresuró con otra manta en mano para tratar de sofocarla. Se sorprendió al comprobar que, con cada una de sus insistencias por apagarla, esta más se avivara. Obtenía como devolución una amenazante llama que curiosamente no quemaba su rostro ni sus manos. Continuó durante unos segundos más hasta que el fuego se había acrecentado tanto que tan sólo el agua sería capaz de atenuarlo. Era inútil seguir insistiendo así que, con varias aproximaciones hacia el estanque y el agua vertida sobre la fogata, logró apagarla.

No era la primera vez, pero sí la más intensa de todas las situaciones que le vinieron ocurriendo. Aún miraba hacia la fogata y su respiración todavía estaba agitada. Se da cuenta que algo está sucediendo con él. Debe de ser su naturaleza que poco a poco comienza a manifestarse y tarde o temprano tendrá que no sólo enfrentarla sino dominarla.

Se encontraba anormalmente alterado e inquieto. Tales emociones las experimentaba muy de vez en cuando, sólo cuando su presencia en la noche se aproximara. Había sido Nelson también, quien le había enseñado cuando la luna llena se haría presente. Hoy, iba a ser una de esas noches y la primera en la que se mantendría a salvo y no tendría que esconderse para no verse perjudicado.

Sullivan sufría serias lesiones cuando se convertía en hombre lobo. Aunque desarrollara increíble fuerza, agilidad, tamaño y todas sus facultades mentales persistieran sin cambio en su psique, debía protegerse de los que creía sus hermanos licántropos. Lyre, Nelson y los demás cambiaban drásticamente y hasta llegaban a herirle. Desde que tenía uso de razón, algo nunca anduvo bien con él, se sentía excluido. ¿Por qué no podía ser como sus hermanos? ¿Por qué él no manifestaba las conductas propias de los de su clase? Cuando la luna llegaba a tal fase, siempre debía ocultarse y observar cómo sus hermanos perdían la razón y luchaban salvajemente entre sí hasta acabar muy malheridos. No existían vencedores ni perdedores, sólo fieros combates y auténticos aullidos, de verdaderos hombres lobo. Desde pequeño tuvo que huir ya que por alguna extraña razón él podía conservar la cordura y no enloquecer como todos sus hermanos y hermanas.

Por lo menos esa noche, no tendría el temor de atacar en defensa propia o ser herido por alguno de los otros. Estaba lejos del castillo de Babhur, solo y perdido en el recóndito bosque mucho más allá de sus alrededores por lo que Wheeler ya no podía hacerle daño. ¿Qué sería de él? ¿Lo buscaría para asesinarlo?, ¿estaría ya oficialmente casado con Maya Hayhurst? No la había vuelto a ver desde aquel cumpleaños. Al igual que a la simpática Fey. Quizá podrían haber llegado a ser amigos o algo más. A Sullivan también le hubiera gustado presentar formalmente una novia y hasta anunciar un compromiso. No había encontrado todavía a alguien adecuado, pero suponía que Fey podía ser una compañera interesante y de lo más agradable. Tal como había sido su Rosely, quien fuera en un principio una de las novias de su hermano. Con ella había conocido el amor y sentimientos muy fuertes por primera vez. No solo se enamoró de ella porque demostrara interés en él, sino porque había sido capaz de dejar a Wheeler y renunciar a todos los lujos que este pudiera ofrecerle. Habían sido inseparables, muy confidentes y aunque, jóvenes y poco experimentados, se entregaban a ese amor con ternura y adoración, pero por, sobre todo, se amaban el uno al otro. Sullivan suspira al recordar que ya no está debido a una enfermedad que se la llevó muy joven de este mundo. Una de las mayores razones del por qué acudía a tan temprana edad a la taberna.




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