El Último Hechicero

Capítulo 15

No podía encontrar paz y mucho menos concentrarse. Decidió durante el resto del día desistir de su proyecto ya que todo el tiempo se acordaba de ese joven. En su mente no dejaba de repetirse la sonrisa de satisfacción de su padre y menos, olvidarse del gran parecido físico que posee hasta con ella misma.

Cleantha Bell siempre seguía las normas. Una joven que casi nunca desobedecía a su padre y si lo hacía, era por pequeñeces sin sentido. Es muy curiosa y le encanta aprender cosas nuevas, de allí su gran creatividad y gusto por desarrollar artefactos únicos para su gente. Sin embargo, algo le decía su desarrollada intuición que tenía que ver a ese esclavo.

Pasado el atardecer y llegando la noche, vigiló la entrada del calabozo. No había nadie, eso sólo significaba que lo tenían abandonado y quién sabe si le acercaban un plato con comida. Sin darle más vueltas al asunto, se adentró hacia donde estaba el esclavo. Intentó abrir la puerta para causar el menor ruido posible pero inmediatamente él elevó el rostro. Ella se sobresaltó, se propuso no sentir miedo y demostrar valor. Interiormente, se hallaba temblando, no sólo de recordar el castigo del día interior sino de estar frente a él. No lo conocía y no sabía sus intenciones, pero había algo en su mirada que le hacía tener lástima y compasión.

Él la observaba por ratos, pero luego esquivaba su mirada desviándola hacia otro rincón del encierro. Ella no pudo evitar mirar su brazo y se impresionó. «Cuánto dolor» recapacitó al ver la herida y el sello que habían dejado inscripto. El silencio la inquietaba hasta que se animó a preguntarle susurrando:

—¿Cómo te llamas?

Tal como decían en la Catastrófica Casa de Llamas, él no hablaba.

—Yo soy Cleantha Bell. Vivo aquí en la cueva y me dedico a inventar cosas —se presentó mientras trataba de evitar que se notara el temblor en su voz.

Él ni siquiera le prestó atención, pero no desistió.

—¿Tienes familia? —preguntó mientras esperaba su respuesta.

«Quizá prefiera continuar estando solo» intentó convencerse Cleantha, así que se dio la vuelta y sorteó en el camino alguna piedra para evitar tropezarse. Justo cuando acercaba su mano para abrir la puerta, le oyó:

—Estoy solo.

Se giró para verle. «¡Él estaba hablándole!». Su respuesta le hizo perder el miedo y encontrar el modo de volver a acercarse.

—¿Y el rey?

—No sé si aún viva. Lo extraño, pero él no era mi padre.

—¿Qué?

—Me lo contó antes de que huyera del castillo.

—¿No eres hijo del rey?

—No.

Cleantha no podía creer que se atreviera a confesarle aquello. Tan evidente era su asombro que él no pudo evitar decir lo siguiente:

—Veo tus ojos. Hay bondad en ellos.

Quiso preguntarle por qué no hablaba con los demás. Por qué no respondía o se defendía, pero no quiso alterarlo. Su mirada recorrió sus cicatrices, pero también se dirigió al sello en su brazo.

—¿Todavía te duele?

—Mucho. Si pudiera curarme... pero ya ves, estoy atrapado aquí —sonrió y Cleantha le imitó.

—Quizá pueda traer algo para curarte —añadió acariciando su mano.

Había olvidado todos sus temores y había entrado en confianza con aquel desconocido. Ese Hart no podía ser tan malo como todos en la cueva divulgaban.

—¡Cleantha! —la voz de Nara la sorprendió y retiró su mano—. ¿Qué haces aquí?

—Yo... —se sorprendió cuando ella la tomó del brazo sacándola del lugar.

—¡No vuelvas a acercarte a él, Cleantha! ¡Es peligroso! —le pidió cruzándose de brazos una vez fuera.

—¡Pero si él no ha hecho nada!

—¡Es un Hart!

—No lo es. Me lo ha dicho.

—Puede decir muchas cosas. No podemos confiar en él. No olvides que se aproxima una guerra —le recordó sujetándola del brazo.

—Esa guerra ni siquiera ha comenzado —intentó discutir.

—Como sea. No debes acercarte a él —advirtió soltándola.

Cleantha se marchó indignada. No podía entender el razonamiento de Nara, el de su padre ni el de ninguno de ellos. Se refugió en su habitación mientras muchos pensamientos se debatían en su mente. «No es un verdadero Hart y está siendo culpado injustamente como si fuera uno» pensó Cleantha. «Además, no tiene familia. ¿Podría ser?» dejó de atormentarse con preguntas e hizo lo primero que se le vino a la mente. Buscó un botiquín y fue a su auxilio. Ese joven la necesitaba como ella necesitaba sus respuestas.

Todavía recuerda que le advirtieron que no se acercase a él. No entiende a Nara ni el por qué, si ni siquiera parece peligroso.

Llegó de nuevo hasta las proximidades del calabozo y no vio rastros de nadie. Ingresó nuevamente al lugar y le halló durmiendo. Era lógico ya que todos debían estar así.

—Eh, despierta —susurró—. Traje algo para curarte.

—Hola —susurró él débilmente.

—¿Cuál es tu nombre?

—Sullivan.

—De acuerdo, Sullivan. Voy a desinfectar tu herida.

—Creo que no deberías estar aquí.

—Lo sé. Pero tu herida luce muy mal.

Cleantha se puso a curarle mientras Sullivan contemplaba el cielo como si intuyera algo.

—Puedes ponernos en peligro a ambos.

—Tranquilo. No me han visto.

—No lo digo por eso.

—Entonces, ¿por qué?

—Habrá luna llena.

—¿Cómo sabes eso? —preguntó asombrada.

—No sé cómo reaccionarías y tampoco quisiera lastimarte. Es mejor que te marches ahora mismo —trató de advertirle.

Tarde fue cuando Cleantha comprendió el por qué. Para cuando recapacitó en lo que Sullivan decía, comenzó a sentir los dolores de la transformación, pues la luz de la luna llena se divisaba e ingresaba por las ventanas del calabozo. Retrocedió unos pasos mientras surgían sus garras y se incrementaban sus sentidos. Aumentó de tamaño y reconoció asustada que a Sullivan le ocurría exactamente lo mismo. Él aumentó tanto de tamaño que creyó que su transformación nunca iba a detenerse. La cadena del techo que lo suspendía se cayó a un costado y aquellas que le inmovilizaban se habían roto completamente. Aunque estaba libre, los grilletes aún estaban asegurados a sus extremidades. El miedo la paralizó. «Me lo ha advertido y no le he hecho caso» pensó horrorizada. Parecía que era ella quien estaba aferrada a cadenas ya que no podía moverse, como su rival tampoco. Sullivan permanecía erguido hasta que se sentó sobre sus largas y musculosas piernas. Ambos se miraban atónitos imaginando quién atacaría primero, sólo que no hubo ataque alguno.




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