El Último Hechicero

Capítulo 21

Había algunas herramientas sobre la mesa de fabricación de Cleantha con las que no estaba familiarizado. Lucían extrañas al igual que ella con esa máscara que protegía su rostro y sobre todo sus ojos de la exposición a la fundición de los metales. También solía llevarla cuando cortaba madera. Ella le había explicado que se protegía de la dispersión de astillas mientras que a él nunca le había importado proteger sus ojos cuando hachaba árboles en el bosque.

¿Quién diría que su hermana era una auténtica inventora? Aunque a él le parecía más una excelente artista. Había visto la cueva decorada con estatuillas hechas por ella. La que más le gustaba era la de Edwam. Era la más grande y se notaban los retoques muy detallados sobre las escamas del lomo del dragón.

—Alcánzame ese rollo —pidió Cleantha.

—¿El que dice ''brazaletes de pelea''? —leyó Sullivan.

—¿Qué dijiste?

—''Brazaletes de pelea''.

Cleantha se sacó lentamente la máscara que la cubría y se quedó mirando a su hermano.

—¿Sabes echir?

—Sí —respondió Sullivan encogiéndose de hombros.

—¿Cómo lo aprendiste?

—Me lo enseñó mi madre en el castillo.

—Mmm. Es extraño —dijo Cleantha.

—¿Por qué?

—No todos aquí lo saben. Algunos simplemente lo han olvidado.

—¿En serio?

—Sí. Dejó de ser importante para nosotros. Debíamos ocultarnos de la otra civilización.

Sullivan se puso a pensar cuanto había sufrido el clan ocultándose durante siglos por esa absurda disputa. Le parecía absurda. ¿Por qué su padre no le dio las tierras que les pertenecían si Dock Ward era prácticamente de ellos? Su padre no había sido completamente sincero y no le había revelado toda la verdad.

—Brazaletes de pelea, ¿eh? —dijo Cleantha asumiendo el nuevo reto de construirlos.

—Así dice.

—Serás el primero en probarlos. Anda, alcánzamelo.

Le dio el rollo a su hermana y la ayudó. Cleantha reconoció que nunca había construido algo tan rápido. Todo fue gracias a que Sullivan le había leído las instrucciones. Juntos se desempeñaban tan bien que no sólo fabricaron los brazaletes sino también otros artilugios que les servirían en la guerra.

Una vez que terminaron de construir, Cleantha le propuso que se probara los brazaletes.

—¿Realmente serán mágicos? —preguntó Sullivan.

—Así decía. Pruébatelos —le pidió Cleantha empujándolo.

Sullivan sonrió y se puso los brazaletes en sus muñecas. Se ajustaban fácilmente y ninguno de ellos imaginó lo que sucedió a continuación.

—¿Qué es esta luz? —preguntó Sullivan viendo una luz roja rodear a ambos brazaletes.

—Por Edwam... Es cierto lo que dijo mi padre —dijo Cleantha—. Eres un auténtico hechicero. ¿Lo eres?

—Bueno. No sabría responder con exactitud.

—¡Mira eso! —advirtió Cleantha observándole las manos—. ¡Están ardiendo!

—Ay, lo siento —Sullivan se rio y apagó las llamas—. Sucede a veces.

—Eres el hechicero de fuego que tanto hemos estado buscando —añadió Cleantha feliz.

—¿Hechicero de fuego?

—Sí. Nuestros padres fueron los mayores hechiceros del clan.

—¿Fueron? —preguntó Sullivan.

—Es que, con la muerte de mamá, papá fue perdiendo sus poderes y poco le importó.

—Nadie me ha hablado de... mi verdadera madre.

—Siéntate. Tenemos rato para charlar.

Sentados en el banquillo que allí había, Sullivan fue conociendo un poco más sobre sus verdaderos orígenes en aquella tarde.

*****

El anochecer había llegado y Sullivan leía cuentos para los más pequeños en el comedor. Hacía gestos y muecas para asustarlos con sus historias de terror. A algunos les causaba risa. También proyectaba sombras sobre el fuego que interesaban a sus espectadores.

—Se dará cuenta.

—¿Qué?

—Que sonríes como boba.

—¿Yo? —preguntó Nara desviando la atención de Sullivan.

Cleantha resopló.

—¿Cuándo dejarás de evitarlo?

—¿Evitarlo?

—Se ha dado cuenta. Además, los he visto en la armería de Wellson. Hay química entre ustedes.

—Cállate —dijo Nara sonrojada—. No aparecí más por tu habitación porque ustedes necesitan más tiempo para conocerse —agregó con poco convencimiento.

—No es cierto. Ya no nos espías porque lo único que quieres es no aceptar tus sentimientos.

—¿Yo los espío? —preguntó con dramatismo.

—Nara... sé que anduviste por allí... —dijo Cleantha riendo de escuchar el suspiro frustrado de su amiga.

Ambas miraron a Sullivan y sonrieron. Él les deseaba buenas noches a los niños que tenían que ir a dormir. Luego ellas se quedaron a solas y siguieron charlando mientras bebían su típico té.

*****

A kilómetros de allí, en el castillo de Babhur, se llevaba a cabo una importante reunión que mantenía en vilo a sus espectadores.

Wheeler al mando debía hacer entrar en razón a los comerciantes que trabajaban con su padre de que había que matar y eliminar del mundo a los hechiceros.

—Hay que acabar con esa plaga de una vez por todas —dijo golpeando con su puño la mesa.

Wheeler se paró y caminó alrededor de la mesa y de sus colegas.

—¿Por qué es tanta su insistencia, rey? No han aparecido en siglos —cuestionó uno de los comerciantes.

—No debemos confiarnos. Debemos prepararnos. Uno de mis hombres murió en pleno combate. ¿Saben a manos de quién? —preguntó viéndolos negar—. De Sullivan. Sullivan Hart. Quien probablemente ya haya revelado todos nuestros secretos a los hechiceros.

—Eso es imposible —negó uno de ellos.

—Sullivan Hart nunca haría eso. Era un hechicero, pero también era un buen muchacho —añadió el más anciano.

—Wisym, por favor hazlo pasar —pidió Wheeler.

Wisym ayudó a pasar al hombre que Sullivan había herido en la pierna. La tenía toda envuelta en vendajes. Allí, delante de todos, testificó lo ocurrido y, algunos de los comerciantes que se rehusaban a creer, comenzaron a ver al ilegítimo hijo de Lyre como una amenaza para el reino. Finalizada la reunión, todos se marcharon quedando el rey y Wisym a solas.




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