El Último Hechicero

Capítulo 24

En el castillo, Wheeler estaba sentado en el asiento que le pertenecía a su padre. Mucha de la decoración del despacho y del castillo había cambiado. Los retratos familiares habían desaparecido, muchos muebles habían cambiado de ubicación y los maravillosos jardines habían empeorado y su belleza ya casi no era perceptible. Muchas de las modificaciones le habían quitado vida y color convirtiendo al castillo en un lugar sombrío y visiblemente preparado para albergar armas.

Le pidió a uno de los criados que le sirviera más vino.

—¿Le preocupa algo, rey?

—Wisym no regresó todavía.

—Tal vez se tarde en encontrar la cueva de esos hechiceros.

—No —negó Wheeler—. Wisym siempre regresa con éxito de todos mis encargos. Mejor... deja la botella y retírate —pidió con la voz afectada.

—Sí, rey. Con su permiso.

—Adelante —murmuró cerrando la puerta y conteniéndose de darle un portazo.

Golpeó con el puño la pared hasta bajar la mano lentamente. Observó a su alrededor con detenimiento y registró la botella así que volvió a sentarse. Continuó sirviéndose vino mientras ya daba por muerto a su amigo. Bebió todas las copas que pudo hasta que se durmió en el asiento con la certeza de que se hallaba más solo que nunca.

A la mañana siguiente, la luz ingresaba por el ventanal que daba hacia los mustios jardines de jazmines y lo despertó. Era tan consciente de su dolor de cabeza como de la realidad. No sólo se había bebido el vino sino también otras bebidas que había escondido en el despacho. Su afligimiento era tal que lloró como nunca antes lo había hecho. Las lágrimas se desprendían de sus ojos casi rojos y ardían quemando sus mejillas. Había perdido a sus amigos y, sobre todo a su compañero de toda la vida, Wisym. Lo había perdido todo a causa de Sullivan. El único responsable de sus muertes.

Mucho más tarde, había convocado con urgencia a sus asistentes para que una reunión se llevara a cabo. La había organizado previamente para anunciar algo de sumo interés para todos.

—Le daré caza por mí mismo —anunció Wheeler parándose de su asiento.

Hubo jadeos de asombro y demasiados murmullos. Los comerciantes se miraban unos a otros. Nadie se atrevía a contradecir a este nuevo rey, pero la situación era delicada si ponía su propia vida en riesgo.

—Pero mi rey, puede delegar esa tarea a los soldados. Mande una escolta —sugirió el más anciano de todos, quien se atrevió a hablar.

—¡Todos son unos incompetentes! —la voz de Wheeler resonó con rabia—. Por su culpa, Sullivan huyó de este castillo.

Muchos bajaron la mirada y otros se quedaron en silencio. El rey tenía razón. El accionar de los soldados era bastante cuestionable. Recordaron que aquella noche no sólo Sullivan escapó, sino que no vigilaron con cautela a Lyre, quien engañó a todos.

—Entonces, ¿qué será del reino? —preguntó otro.

Wheeler soltó una risotada.

—Claro que tendré éxito —aseguró con orgullo—. Volveré con vida y con la cabeza de Sullivan en mis manos. La única forma de que ese clan se arrodille ante mí es acabando con él —dijo dándose la vuelta mientras su capa se ondulaba.

Wheeler salió airoso de la discusión y sin ningún tipo de cuestionamiento por parte de sus consejeros así que la reunión se dio por finalizada. Mientras caminaba de regreso al despacho también pensaba cómo se prepararía para enfrentar al hechicero.

—Maldito... Acabaste con mis amigos. Esta vez será la definitiva. Esta vez sí —se prometió sacando el puñal del cofre y examinando su filo.

*****

En la armería de Wellson los entrenamientos se habían intensificado. No sólo permanecían allí más tiempo, sino que se habían vuelto más exigentes todos y cada uno consigo mismos.

—Sé lo que te inquieta, Sullivan. La única forma de que domines tu poder es entrenándolo por ti mismo.

—¿Cómo puedo hacer eso?

—Hay un volcán cerca —le avisó Fredic con completa naturalidad, pero al ver la cara de Sullivan, añadió—: Es estable. No entró en erupción desde hace muchos siglos, si te preocupa.

Sullivan pensó en su oferta. Debía dominar su poder, no sólo por la guerra, sino porque los peligros siempre lo perseguirían. Si bien era capaz de lanzar hechizos de fuego, estos aún no eran tan potentes como él quisiera y dependía en gran medida de su espada.

—Está bien. Iré a entrenar allí —aceptó.

—Pero no irás solo. Es peligroso que salgas por allí desprevenido. Te acompañaremos.

Él sabía que podía dar más de sí mismo y ser un mejor hechicero, además de que ahora tenía una razón mucho más fuerte. Salvar a su pueblo de una guerra inminente. Los soldados podían invadir Dock Ward cuando quisiesen.

En esa misma tarde emprendió su rumbo al volcán para entrenar. A medida que fue acercándose más a la elevación sobre la que estaba, miró hacia atrás. Su grupo se mantuvo discretamente alejado para no interrumpir su sesión. Algunos se situaron alrededor de algunos arbustos mientras que otros se escondieron dentro de ellos. ¿Cuándo había pasado él a ser así de importante? Miró hacia lo poco que le quedaba así que siguió subiendo el cerro y, una vez que llegó hasta lo más alto, la vista lo impactó. El calor de allí abajo le entibiaba la cara mientras contemplaba toda esa lava boquiabierto. Se sorprendió aún más cuando vio que un puente bien reforzado permitía cruzar hasta el otro extremo del volcán. Sus piernas se sintieron inestables y hasta pensó en desistir del entrenamiento, pero no podía permitir que el miedo lo venciese ahora que había llegado tan lejos.

«Nunca más» pensó Sullivan.

Puso ambas manos en las cuerdas del puente colgante, aspiró una gran bocanada de aire y comenzó a dirigirse al centro con determinación. La respiración se le cortaba cada vez que veía que, con cada paso que daba, la lava burbujeara bajo sus pies. Apenas llegó al centro, estaba todo transpirado, ya que sintió un molesto sudor deslizarse por todo su cuerpo, pero se concentró en lo que debía hacer, así que entrenó. Separó las manos lo que más pudo a la altura de sus hombros y las prendió en llamas. Comenzó a lanzar sus bolas de fuego sin temor de donde impactaran. Su ropa estaba totalmente empapada para cuando trató de practicar su último hechizo aprendido: las cadenas de fuego. Con mucha concentración lo logró dos veces mientras continuaba adiestrando sus habilidades.




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