El Último Héroe

Prólogo

Este mundo está plagado de maldiciones, pero la maldición más antigua que prevalece es la maldición del Dragón Negro Nox.

Todo empezó cuando un Héroe mató a un dragón.

En los tiempos antiguos, los dragones fueron deidades de este mundo; pero eso cambió cuando los humanos comenzaron a cazar dragones. Porque se creía que la sangre de dragón otorgaba la inmortalidad. Debido a la codicia humana el número de dragones comenzó a disminuir con los años, hasta el día en que solo quedó uno.

Nox, el Dragón Negro, o más conocido como el “Eclipse Negro”, había destruido ciudades y aterrorizado continentes enteros. Era una gigantesca bestia que podía cubrir el sol con su cuerpo, poseía un abrumador poder oscuro capaz de tragarse reinos enteros entre sus sombras. Nox no era solo un dragón, era el monstruo que los humanos habían creado. Cargaba sobre él la ira de su especie y castigó a los humanos por sus horrendas acciones. Nox, el último dragón de este mundo, solo deseaba destruir a aquellos que mataron a su raza.

Era como un castigo divino.

Los reyes del mundo ya estaban planeando matar a Nox, la iglesia estaba dispuesta a colaborar con su caza; y cuando Nox fue avistado en el extremo norte del continente decidieron que era el momento de matarlo. Sigurd, el sexto Héroe de este mundo, fue elegido para esta misión.

Así inició esta tragedia.

Según los registros, Sigurd encontró a Nox descansando en una tundra helada y sin intercambiar palabra dieron inicio a su batalla.

Fue una feroz contienda que duró 8 días y 7 noches; Nox usó sus garras y poderosa magia oscura hasta cambiar todo el terrero y Sigurd empleó solamente su espada sagrada mientras más de mil magos sagrados lo apoyaban desde la retaguardia. No fue exactamente una batalla justa.

En la octava mañana, el Héroe Sigurd apuñaló el corazón del dragón.

-¡El último dragón ha muerto!

Gritó el Héroe mientras la caliente sangre del dragón goteaba de su cuerpo y se escurría entre sus labios.

Ese fue el momento que cambio el destino del Héroe Sigurd.

La euforia de la batalla aún nublaba el juicio de Sigurd; había sido la contienda más dura a la que se había enfrentado en toda su vida, y estaba seguro que no tendría otra igual, pudo haber muerto en más ocasiones de las que fue capaz de contar. Estaba cansado, adolorido y se sentía insignificante. La mejor batalla de su vida la había ganado únicamente gracias al apoyo de los magos sagrados. Él nunca fue un digno contrincante contra Nox; esa idea lo enfureció.

Antes de que los magos sagrados pudiesen reaccionar, Sigurd apuñaló el cadáver del dragón hasta bañarse completamente con su sangre y con sus manos comenzó a comer la carne.

Los dragones son seres sagrados poseedores de una abrumadora magia y están bendecidos con la eternidad por los Dioses. Sigurd deseaba todo eso y sin dudarlo mordió el corazón de Nox.

En ese preciso instante, el mundo se oscureció ante los ojos de Sigurd. Y una desquiciada risa resonó dentro de su cabeza.

“Maldito Héroe, todo él que codicie el poder divino ofende a Dios, y el castigo es algo peor que la muerte. Yo soy la oscuridad que Dios ha creado y te quitaré toda luz que habita en tu alma. Jajajaja, Disfrútalo, criatura maldita abandonada por Dios.”

Tras escuchar las últimas palabras de Nox, la sangre de Sigurd comenzó a hervir de ira; algo dentro de él estaba cambiando.

-¡Héroe, aléjese del dragón! ¡Ese cadáver le pertenece a la Iglesia! ¡Tenemos órdenes de llevarlo a la Santa Sede!

Pidieron los magos sagrados mientras lo rodeaban. Aquellos que hasta hace poco habían luchado a su lado, ahora apuntaban sus armas contra él. Sigurd solo podía reír por tan ridícula situación. Toda su vida había sido el “perro” de la Iglesia, su título de Héroe no valía nada dentro de la Santa Sede; él no era nada más que un peón que se usaba políticamente.

Estaba cansado de su patética vida.

Podía sentir un gran poder crecer dentro de él y no dudó en usarlo contra los 542 magos sagrados sobrevivientes. Aquella carnicería marcó el inició de su locura.

Ya no obedecería las órdenes de nadie más por el resto de su vida. Era hora que él mismo controlara su propio destino.

Cegado por su codicia masacró a los reinos del extremo norte, se apropió de los territorios y fundó un nuevo reino. Construyó un castillo en aquella tundra helada y sobre el cadáver del último dragón levantó un templo donde se le adoraba a él mismo como a un Dios. Sigurd, el antiguo héroe, ahora era un rey que somete a su pueblo con miedo.

¿Por qué nadie lo detuvo?

La Iglesia lo intentó, mandaron varios grupos de subyugación para matarlo, pero no hubo resultados. Todo lo que pudieron hacer fue “cambiar” la historia:

“Sigurd, el 6° Héroe elegido por Dios, había sido herido de gravedad tras su lucha contra el dragón y falleció apaciblemente en la Santa Sede como un valiente héroe.”

Esa fue la verdad que se contó al mundo.

Mientras tanto, en las aisladas tierras del norte un genocidio se estaba dando. Los humildes ciudadanos del norte solo tenían 2 opciones: someterse o morir.




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