El Último Héroe

Cap. 2: Madres

La cacería de brujas fue una práctica que nunca se perdió.

Ya habían pasado más de 1 800 años desde la fundación del reino, y los calabozos debajo del Templo del “Dios Sigurd” aún estaban llenos, aunque ya no tan repletos como lo estuvo en un inicio. La población de brujas había disminuido drásticamente tras casi 2 mil años de cacería, y era por eso que el valor de las brujas había aumentado.

Ser “Cazador de Brujas” era un título oficial y un trabajo muy bien remunerado por cualquier noble. Las recompensas eran tan altas que podías llegar a convertirte en un noble de bajo rango solo por atrapar a una bruja y si atrapabas a un brujo la recompensa era inimaginable.

Y fue la codicia humana la que atrapó a Bertha.

-¡Caminen más rápido!

Los guardias estaban trayendo a las nuevas brujas capturadas, entre ellas se encontraba Bertha, una bruja con un destino tejido por Dios.

Mientras todas sus “hermanas” temblaban de miedo, Bertha solo pensaba en maneras de escapar. No es que fuese valiente, todo lo contrario, era una cobarde, pero muy astuta y obstinada, el típico carácter de una vieja bruja. Y fue por esa obstinación que todavía no se había rendido, en su cabeza ya estaba planeando maneras de escapar.

Y como respondiendo a sus deseos, una gran explosión sacudió los cimientos del Templo. El eco de la explosión resonaba entre los pasillos como si fuese el rugido de un dragón; los nerviosos guardias salieron raudos a ver lo que estaba pasando y no notaron que la puerta de la celda quedó abierta.

-Es ahora o nunca.

Bertha no dudó en aprovechar el momento para escapar.

-¡Corran!

Gritó a sus compañeras antes de salir huyendo de su celda.

Las brujas no son como las magas sagradas, ellas no usan un poder sagrado dado directamente por Dios a través de la oración. La magia de una bruja se basa en tomar la energía de la naturaleza directamente, poseen un instinto natural para sentir la magia y una profunda afinidad con las energías oscuras. Solo las más habilidosas brujas son capaces de integrarse a la oscuridad, fue así como Bertha pudo escabullirse entre los oscuros pasillos subterráneos.

-¡Traigan agua, el fuego está muy alto!¡El pabellón del príncipe está ardiendo!

Gritaban los guardias mientras el fuego corría en las paredes buscando por donde salir. Ni la agonía de las brujas que rogaban ayuda entre las llamas detuvo la carrera de Bertha, está iba a ser su única oportunidad de escapar y lo sabía. Podía sentir el calor en su piel y el olor a carne quemada en su nariz, y todo esto solo la motivo a seguir corriendo escaleras arriba.

-¡Oye! ¡No me empujes!

-Yo no te he empujado.

La invisibilidad de Bertha la ayudó pasar entre los guardias sin ser detectada. Pero entre más subía, más perdida se sentía. Aquel lugar era un laberinto de pasadizos sin sentido creado por un rey loco. Y entre más se perdía, nuevas explosiones sacudían el lugar y los gritos de desesperación pronto fueron opacados por las risas eufóricas de cientos de mujeres que maldecían desde sus celdas.

Bertha siguió corriendo sin mirar atrás.

Cuando llegó a los pisos superiores pudo escuchar los gritos de una mujer, estaba maldiciendo mientras pedía ayuda para parir.

-¡¿No hay nadie?! ¡Malditos! ¡El bebé ya viene! ¡Juro que los arrastré al infierno cuando sea un fantasma!

Sonaba como una mujer con mucho carácter. El pasillo estaba vacío, los guardias estaban demasiado ocupados con el fuego y los sirvientes de togas blancas fueron los primeros en correr asustados cuando el lugar empezó a sacudirse; Bertha pensó que no haría mal en dar una mirada.

-¡Ya sale! ¡Aaaahhh! ¡Ya te vi! ¡Ven aquí! ¡¡Ayúdame!! ¡He dicho que vengas!

Bertha obedeció por costumbre cuando la mujer la señaló, había sido sirvienta cuando fue joven, seguir órdenes era algo que estaba en ella.

-Empuja, la cabeza ya está afuera. Es un bebé grande, te va a doler.

-¡Lo sé! ¡Me está partiendo a la mitad!

Gritó furiosa la mujer que estaba completamente envuelta en vendajes blancos.

-Por favor, no grites… Nos van a escuchar.

La vendada mujer no hizo preguntas innecesarias y comenzó a morder su propio labio para no gritar.

-Ya casi… un poco más. Da un gran empujón y será todo.

Tras un último esfuerzo una nueva vida había nacido. La exhausta mujer pidió ver al bebé.

-¿Qué es?...

Solo entonces Bertha se dio cuenta que los ojos de la mujer eran negros. Un negro tan profundo como un abismo. Ese color negro maldito solo le pertenecía a la familia real.

-Es… una niña.

La aterrada Bertha entregó la bebé a su madre.

-Bien… Mi pequeño monstruo… jajaja.

Mientras la madre miraba a su hija, Bertha examinó el cuerpo de la madre. Entre sus vendajes sobresalían horrendas quemaduras, su rostro estaba completamente desfigurado y no quedaba ni un solo cabello en su cabeza.




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