Birsha y Brunhild abandonaron la seguridad de su hogar a los 20 años.
Con sus libros favoritos en su maleta, el Héroe salió a su destino.
Viajaron con cautela, sin llamar la atención lo más posible, dieron rodeos largos y tomaron rutas menos transitadas hasta llegar a la zona sur del reino.
Tras casi un año de viaje, vieron el mar.
-¡Birsha! ¡Mira! ¡Es el mar! ¡Es inmenso! ¡¿A qué no es lo más hermoso que has visto en tu vida?!
-No.
-¡Oh!~ No digas eso~ ¡A mí me gusta!
Lo más hermoso que existía para Birsha era la sonrisa de Brunhild.
-Brunhild… Los ciegos no ven.
Se lo recordó el preocupado Birsha mientras señala las vendas que cubrían sus dorados ojos. Brunhild a veces olvidaba que su hermano fingía ser ciego.
-¡Eso no importa! ¡Ven! ¡Subamos a un bote!
Brunhild era un torbellino que lo arrastraba a donde ella quisiese. Había sido así desde niños y seguía siendo así incluso de adultos.
-¡El mar es magnífico! ¡¿Qué tan lejos podemos ir?! ¡Barquero!
-Hasta la barrera que encierra el reino. ¡Señorita, deje de moverse, va a voltear mi bote!
-¡Birsha! ¿Crees que si nadamos bajo la barrera mágica podremos salir?
-No lo hagas…
Antes de terminar de hablar, Brunhild ya se había lanzado al mar. Y no tuvo otra opción que ir tras ella. El enojado barquero se quedó dando gritos al aire maldiciendo a la pareja de idiotas que se murieron antes de pagarle.
Brunhild nadó hasta llegar a la barrera mágica que encapsulaba todo el reino maldito de Gudbrand y se sumergió en lo profundo del mar buscando el final de la barrera. Nadó a gran velocidad por varios minutos, pero no encontró lo que buscaba. Pero pudo percatarse de que los peces eran capaces de traspasar la barrera mágica. Y si los peces podían entrar y salir, ¿por qué ellos no?
Cuando Brunhild tocó el suelo marino se dio cuenta que no había salida en esta prisión.
Ella odiaba sentirse atrapada.
Reuniendo todo su poder mágico en su mano derecha, dio un puñetazo contra la barrera mágica. El mar se sacudió con la fuerza de su golpe, pero la imperturbable barrera seguía intacta. Furiosa comenzó a dar golpe tras golpe, más todo esfuerzo fue en vano.
Escapar era imposible.
Esa idea la desesperó más. ¿Por qué debía ella pagar con un pecado que no cometió? Ella y Birsha estaban atrapados en este maldito reino. Y según lo que escuchó ese día a escondidas, es un requisito ser descendiente de Sigurd para poder romper la maldición. Eso causó gran preocupación a su Birsha, y por eso quería ella tomar su lugar.
Si Dios necesitaba un descendiente de Sigurd, entonces ella lo haría. Dios podría usarla tanto como quisiese y eso le daría igual.
Haría lo que sea con tal de que Birsha sea feliz.
¡Porque no era justo que ellos dos sufrieran por las acciones de un antepasado!
Sus frustrados gritos se quedaron en lo profundo del mar.
Cuando Birsha la encontró ya estaba casi sin aire.
La cansada Brunhild se sentía vencida mientras era llevada a la costa.
Lo que ella más odiaba era la derrota. Brunhild vivía para pelear y ganar, la derrota nunca era una opción.
Ambos se sentaron en la playa hasta bien llegada la tarde. Esa fue la primera vez que ambos vieron un ocaso tan anaranjado y colorido a través de las nubes; y por un momento olvidaron todo para disfrutar del momento.
-Lo que yo deseo… es pasar toda mi vida a tu lado.
La confesión de Birsha sacudió el corazón de Brunhild.
-¡Yo también! ¡Quiero vivir toda mi vida a tu lado! ¡Mi Birsha! ¡Yo! ¡Yo!
Brunhild quería decir en voz alta sus sentimientos, pero sentía miedo de ser rechaza cuando su hermano adoptivo supiera lo que en realidad sentía.
-Sé lo que sientes, Brunhild… Porque no estoy ciego.
Los dorados ojos de su Birsha la miraban llenos de luz y amor, al igual que cada día que estuvieron juntos. Brunhild por fin comprendió que esto que sentía era mutuo.
-Te… amo.
Susurró la joven antes de cerrar sus ojos.
El beso que se dieron esa tarde nunca lo olvidarían.
Por desgracia, el sol rojizo no fue el único testigo de su amor. Ambos amantes no se dieron cuenta que estaban siendo observados con codicia. Unos Cazadores de brujas los tenían en la mira.
El destino estaba siguiendo su curso.
Durante unos días pasearon por toda la ciudad portuaria y visitaron los hoteles más lujosos con el dinero que robaron a los transeúntes despistados. Estaban tan felices por celebrar su nueva relación que no controlaron los despilfarros.
A pesar de que el reino de Gudbrand era uno inculto e iracundo, las personas aún conocen un limitado número de palabras y números para administrar sus negocios, de esta manera el valor del dinero aún no se ha perdido. Aunque las absurdas subidas y bajadas del valor del dinero hacen que no haya una estabilidad económica.
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Editado: 23.05.2025