Zillergard, onceavo planeta del Círculo.
Promedio de aura; 45,3 puntos.
Raza; Humana, Gel’goz, Marretihd.
Año 498 d.C. (después de Castordia)
Se quitó la camisa que llevaba puesta; el sudor empezaba a escocerle la piel. Quedó de pie largo rato, mirándose por el reflejo de un vidrio empañado. Los baños del Distrito de mercenarios dejaban mucho que desear. Ciertamente, era una de las partes más pobres de la ciudad, donde ningún noble oscilaba en ir. Los plebeyos andaban desnudos, gran parte del día, a causa del insoportable calor de Baltia, la ciudad más al oeste de Zillergard. Se le conocía como la ciudad de piedra, por sus altísimas murallas del mismo material refinado que, antaño, soportaron guerras y sitios importantes. La ciudad más cercana, al noroeste de Baltia, era Nalgia, la ciudad más poblada y concurrida de toda la región norte del planeta. Allí, los burgueses y comerciantes destinaban sus sueldos en ropajes de seda de araña. El material más lujurioso, por encima de aquellos tejidos a mano por las ancianas de Durk, una pequeña pero legendaria ciudad ubicada al suroeste. Nalgia no era de esas ciudades enemistadas con otras, como sí era el caso de Baltia, y la ciudad más al este posible, cerca del Conclave María y las abruptas ciudades en ruina de Melias, Salgia. Sus más de quinientas batallas y más de treinta guerras, eran conocidas en los libros de historia. Todas, sin embargo, con un objetivo en común; demostrar poderío militar de asedio. Las catapultas y fundíbulos resaltan en ambas ciudades. Pero Salgia tenía un don para las gloriosas rocas de fuego y los barriles repletos de carne podrida. Casi todos los soldados y guardias de ambas ciudades habían estado en alguna guerra o batalla conocida. Cada uno de ellos, había probado ya de la sangre humana, sangre hermana, del mismo tallo y de la misma flor, pero con diferente sabor. Los humanos no eran precisamente la especie más respetada por los diez planetas restantes del círculo, ni siquiera por aquellos que en algún momento de la historia decidieron apoyar a la Oscuridad, para rendir tributo a la Verdad en lugar de la ignorancia. La única razón por la que seguían siendo considerados “competentes” se debía al nombre de dicho planeta. Alguna vez, la humanidad logró ser grande e importante. Ahora, componían vestigios y cantares de lo que algún día resultó ser.
Los estandartes ondeaban junto a las banderas de la plaza mayor. Los caballeros de reluciente armadura entraron por la puerta oeste de la ciudad, gritando a voces; “¡Quítense del camino!” Sus espadas relucían bajo el oscuro emblema de la ciudad, teñidos de negro en los jubones amarillos que rezaban; “Sin guerra, no hay camino”. La serpiente roja delante de la cruz de hierro negro representaba la corona de Baltia y a su benevolente señor y rey. Lord Parius Pentadrioll, caballero y capitán, líder y señor de la quinta infantería de Baltia, se bajaba de su yegua blanquecina, al momento de reiterar las palabras del lord comandante de la ciudad y señor de los Yotvias, Silius Mograine Garra de Trueno Veragracia:
- ¡Escuchen perros sarnosos! -vociferó, de pie en un escenario inexistente. -El rey de Salgia ha metido sus narices donde no debe, y ahora proclama la ciudad del oeste de Oliva como suya, por derecho legítimo.
La mayoría susurraba, al tiempo que murmuraban los quejumbrosos y fastidiosos pronombres del rey de Salgia, como insulto. En voz alta, aquellos más pobres e ignorantes, gritaban y preguntaban, pues no comprendían la ubicación de dicha ciudad costera al oeste de Salgia, abandonada y en disputa. Por derecho, le correspondía al rey de Nalgia. No obstante, dicho rey, conocido por todos como El pacífico, nunca había llevado a sus hombres a ninguna guerra. Por eso, su ejército no contaba con la capacitación adecuada, y los guardias de su ciudad eran casi inservibles para cualquier acción beligerante. Por eso, es que lo reconocían como un rey temeroso, sin constancia, sin orgullo, sin rastro de valor. En cambio, los reyes de Baltia y Salgia, no titubeaban al mandar a miles de cientos de hombres a morir por disputas sin sentido, como lo era una ciudad costera abandonada y sin ningún uso. Nalgia era la ciudad más rica, por ser la más pacífica, dedicada única y exclusivamente al comercio exterior con otras ciudades. Su rey no entendía de riquezas. Por eso, la mayor parte de todo su tesoro, lo donaba con fines caritativos, sin esperar nada a cambio.
- ¡Bestias sin seso! -gritó por segunda vez el capitán Pentadrioll. -El rey los convoca, obligatoriamente, a todo aquel que pueda portar un arma, y tenga la edad de dieciocho años en adelante, a la batalla por la recuperación de la ciudad costera de Oliva. -los plebeyos a su alrededor, comenzaron a mirarse los unos a los otros, esperando respuestas de alivio a la insípida cuestión. Las madres con hijos en brazos, se retiraban sigilosamente de la plaza mayor. Lamentablemente, ni los soldados ni guardias del distrito pudieron reclamar en ellas un acto de devoción maternal. Crearon una barricada y no dejaron que se marchara nadie. Los baños públicos se encontraban más allá de la calle de la plaza mayor. Aun así, muchos guardias se las arreglaron para amontonarse en cadena humana sobre sus alrededores, sin dejar huir a nadie. Los gritos y súplicas comenzaron a esparcirse. Los empujones y patadas hacia los escudos no tardaron en aparecer. Ritz Stronghold, de diecinueve años de edad, pasaba por allí en el momento de ser aprisionado por uno de ellos.
- ¡Tiene la altura de un adulto, pero la cara de un niño! -lo encaró un soldado raso, con su armadura perfecta y brillante. Su armadura podría haberla comprado recientemente, ya que sus botas de acerco reflejaban la luz del cielo, sin presentar un solo rasguño o mancha de suciedad. Nada de él parecía gastado, siquiera su persona. Los soldados rasos, en general, tenían experiencia en batalla. Aquel que encaró a Ritz Stronghold, estaba excluido por completo de dicha regla.
Editado: 27.07.2023