1|El día que todo comenzó
4 años atrás.
ALEXANDER.
***
Solo quería paz.
El ruido en la casa era ensordecedor. Risas, música alta, conversaciones que se superponían sin orden ni control. No podía creer cómo un día era yo el que se encontraba en medio del caos en el que ahora están mis compañeros de equipo, con bebidas en las manos, gritando a todo volumen y Lucho sosteniendo a Sara, la cumpleañera, mientras bailan muy pegados.
Yo, en cambio, estaba en la esquina de la cocina, apoyado contra la encimera con un vaso de agua en la mano, sintiéndome un poco fuera de lugar. No porque no me llevara bien con los chicos —eran mi equipo, mis amigos y algunos los consideraba familia—, sino porque, a veces, el bullicio me pesaba más de la cuenta. Demasiada gente, demasiada energía, demasiadas expectativas de que me sumara al desenfreno, lo que me causaba demasiada presión y tendencia a decepcionar.
Giré el vaso entre mis dedos, sopesando la idea de desaparecer sin hacer ruido. Lucho me lo echaría en cara para que Sara no se sienta mal, pero tal vez después de un par de cervezas lo olvidaría.
La idea de escabullirme fue interrumpida cuando Kevin aparece saltando en vez de caminando. Se limpia el sudor de la frente mientras exclama salvajemente y se ríe, moviendo su cabeza al compás de la música mientras abre la heladera para buscar otra cerveza.
—¡Mierda! —exclama con un bufido—. ¡No puede hacer tanto calor!
Lanzo un bufido. Una de las ventajas de vivir en el sur es que ni siquiera en verano hace calor.
Kevin cierra la heladera de un portazo y se reclina en el mesón a mi lado, dándole un trago a su bebida.
—¿Cómo va la fiesta en el comedor?
Alzo una ceja hacia él para luego mirar alrededor. Solo estamos nosotros.
—Nunca la había pasado mejor —respondo, dándole un trago al vaso de agua.
Kevin lanza una carcajada y golpea mi hombro.
—Vamos hermano, solo tenés que aguantar... —Se fija la hora en su celular—. Catorce minutos y cumpliste con tu acto de presencia.
—Los catorce minutos más largos de mi vida —murmuro.
Masajeo mi frente tras el dolor de cabeza que me producen las luces y la música a fondo. Necesito dormir más.
—¿Hasta qué hora te quedaste con ese chico anoche? Hermano, necesitás dormir más.
—Hasta que pudo pararse en los patines sin caerse.
Él silva, conociendo la situación de Andy. Un chico que empezó hockey y que me ofrecí a entrenar hasta que esté listo para empezar sus lecciones grupales.
—Iré fuera un rat... —La oración queda a mitad decir cuando veo desde lejos la puerta de entrada abrirse.
Frunzo el ceño pensando en quién puede ser, ya que todos los amigos de Sara están acá y la puerta se abre tan lentamente que la otra persona pareciera estar pensando si entrar o no, sin embargo, todavía me punzaba la cabeza y no le presté demasiada atención al principio. Me enderecé para volver a decirle a mi amigo que saldría, pero mi mirada volvió a la puerta de entrada sin quererlo, entonces la vi tropezar.
No fue un tropiezo dramático, de esos que hacen que todo el mundo se gire a mirar. No, fue algo más sutil. Su cabeza chocó levemente con el marco de la puerta —el tope de abajo la había hecho perder el equilibrio por un segundo— y, por un instante, pareció que iba a caer de bruces.
Mi cuerpo se tensó por reflejo. Por un momento, estuve a punto de dejar mi vaso y acercarme. Pero entonces ella se enderezó con rapidez, como si nada hubiera pasado, alisándose el abrigo de lana.
Su reacción fue lo que me hizo quedarme en mi lugar, observándola.
Se llevó una mano a la frente, no con dolor, sino con vergüenza. Sus ojos recorrieron la habitación con rapidez, buscando si alguien había notado su torpeza. Yo fui el único, Kevin seguía tomando de su cerveza sin prestarle atención a nada más.
Cuando vio que nadie más había presenciado su pequeño accidente, suspiró y, en lugar de frustrarse, dejó escapar una sonrisa. Una de esas sonrisas que no están ensayadas, que simplemente aparecen cuando la vida se burla de ti y decides reírte con ella en lugar de resistirte.
Y ahí, en medio del ruido y la multitud, mientras el mundo seguía su curso como si nada, me encontré sonriendo también. No porque hubiera sido gracioso, sino porque había algo en la manera en que ella aceptó su propio tropiezo que me pareció... genuino.
Era… refrescante.
Ella volvió a alisar las arrugas inexistentes de su prenda de botones con una mano y entró en la casa con paso decidido.
Yo, sin poder evitarlo, me quedé mirándola por unos segundos más, sintiendo cómo, de repente, la idea de marcharme ya no parecía tan urgente, pero cuando Sara lanzó un grito y casi la arroja al suelo después de abrazarla, el dolor de cabeza volvió más fuerte y me escabullí de una vez por todas.
***
El porche trasero estaba sumido en una penumbra tranquila, apenas iluminado por la luz cálida que se filtraba desde el interior de la casa y de la luna y de las estrellas mismas. Me dejé caer en una de las sillas de madera y me recliné contra el respaldo, dejando que el aire fresco de la noche disipara el dolor en mi cabeza.
Las estrellas titilaban sobre mí, distantes e inalcanzables, y por primera vez en toda la noche, sentí que podía respirar de verdad. Lancé un bostezo mientras cerraba los ojos, tal vez así cesaría un poco.
Ya quería irme, pero el compromiso me anclaba a esta casa.
No sé cuánto tiempo pasó antes de que la puerta se abriera suavemente a mi izquierda.
Escuché un leve suspiro, unos murmullos apenas perceptibles y luego el roce de tela contra la madera cuando alguien se apoyó en el marco del porche.
Solamente abrí uno de mis ojos para echar un vistazo y así encontrarme con una espalda femenina de larga cabellera oscura, ondulada y llena de frizz. Era la última mujer que entró a la casa y la primera en salir de ella.