El último invierno

4| Afrontar.

Nyx.

❄️❄️❄️

¿Cuánto tiempo llevaba acá sentada en silencio y reteniendo lágrimas?

Las sesiones eran de 40 o 45 minutos y llevaba media hora observando el suelo, con la vista nublada y un nudo del tamaño de la estatua de la Pachamama de mi ciudad.

—Tengo miedo —admito con la garganta en carne viva, pero tan bajo que la loquera apenas me escuchó.

—¿Recordás las respiraciones? —me pregunta suavemente—. Hacelas mientras yo te guío. Inhalá profundamente. 1. 2. 3. 4. 5. Retené. 1.2.3.4.5.6.7. Exhalá despacio. 1.2.3.4.5.6.7.8. Muy bien Nyx, vamos de nuevo.

Respiraciones, las malditas respiraciones enumeradas ayudaban más de lo que quería admitir en estos momentos.

Cierro mis ojos y me repito internamente: "Estoy bien, soy fuerte y voy a superarlo. Solo es ansiedad que estoy exagerando. Estoy bien, no hay probabilidad. No hay probabilidad de que me muera de un ataque al corazón"

Trago saliva mientras froto mi corazón tras escuchar los golpeteos en mis oídos y la incomodidad en la zona.

¿Cuáles fueron sus palabras?

"—No vas a morir de un ataque al corazón. No te vas a morir asfixiada espontáneamente. ¿Es posible? Sí, Nyx, todo es posible, pero lo importante aquí es: ¿Hay probabilidad de que suceda? Piensa. Eres joven, sales a caminar, eres saludable. No hay probabilidad de que mueras, ese pensamiento solo lo produce tu mente, vos le das el poder y vos te lo crees. Repetí conmigo; No hay probabilidad."

—No hay probabilidad —murmuro luego de unos 5 minutos que parecen 5 horas.

—Muy bien —dice ella con aquel tono calmado y lleno de empatía.

Me atrevo a alzar la vista encontrándola con una pequeña sonrisa.

—¿Querés decirme de qué tenés miedo?

Tomo una última bocanada de aire.

—Recaer. Pero ¿No es lo que pasó? No quiero volver a vivir así.

—Nyx, las recaídas son parte del proceso. Uno no aprende a vivir con la ansiedad en un chasquido de dedos. Sabíamos que esto podía pasar y aquí estamos. Hablame: ¿Qué pasó últimamente? ¿Qué te tiene ansiosa?

—El día que te llamé atendí a una madre con su hijo. Santiago, cumplirá 7 años en agosto. —le informo.

Ella asiente lentamente mientras anota en la libreta.

—¿Qué sentiste al verlo?

Ruedo los ojos, echándome en el respaldo del suave sillón. Mis ojos van hacia el blanco techo.

—Dolor... —Trago saliva—. Culpa.

—¿Culpa por ser humana?

La escucho y siento como si me pusieran un dedo justo en la herida. Mis ojos se humedecen solos, como si tuvieran vida propia. Niego despacito, porque hablar me cuesta más que correr un maratón sin desayuno.

—No... culpa porque... porque verlo me hizo sentir... —me trago el resto, la garganta apretada. Ella espera. Dios, cómo odio cuando espera. Ese silencio suyo es peor que los mensajes en vistos sin responder. Me empuja a llenar el aire, aunque las palabras me den vergüenza.

Respiro hondo.

—Me da vergüenza incluso pensarlo... —murmuro—. Pero... seguir con mi vida.

Sale tan suave que casi ni me escucho yo.

Ella no dice nada, pero la siento ahí, firme. Yo sigo, porque es eso o atragantarme.

—Me duele, obvio, no voy a hacerme la fuerte. Pero hay minas que quedan destrozadas de por vida, minas que se van al pozo, que no salen más... y yo... yo quiero seguir viviendo. Y ahí es cuando me siento una basura. ¿Soy un monstruo? —Me río bajito, más cerca del llanto que del humor—. Pasaron años. A ese bebé lo quise con toda mi alma desde el minuto uno, nunca pienses lo contrario... y aún lo quiero. Pero... ¿está mal que, a pesar de eso, lo deje ir?

—Eras una niña cuando quedaste embarazada —dice ella, suave pero segura—. No tenías herramientas, madurez, educación sexual, ni la confianza que necesitabas. Pero lo amaste igual. Eso habla de vos. Lo que sentís ahora... es humano.

—Humana, madurez... pero al parecer muy madura para tener sexo, ¿no? —bufé con ironía—. Para eso sí me alcanzaba la madurez.

—Los jóvenes exploran su sexualidad temprano —responde—. Tu situación fue con alguien mayor, que sabía más, que tenía experiencia. Y vos no tenías información. Hay una diferencia. Él se aprovechó de tu falta de conocimiento.

Suelto una carcajada amarga.

—No puedo creer que me comí el "si eyaculo afuera no pasa nada". En serio... ¿quién me mandó a confiar?

—Él se aprovechó —repite.

Chasqueé la lengua, incómoda.

—No... no quiero hablar más de ese tipo.

Ella asiente; no insiste.

—Estábamos hablando de lo que sentiste hoy. Lo que te despertó ver a ese chico.

Trago saliva. Las imágenes me golpean de nuevo.

—A veces siento que lo traiciono por seguir... que debería estar destruida, rota para siempre.

—No —me corta ella, con una suavidad que me desarma—. Amar no es vivir encadenada al dolor. Amar a tu hijo también es permitirte vivir, aunque duela. El amor no se mide por cuánto sufrís.

Alzo la vista, como si su respuesta fuera un salvavidas.

—Entonces... ¿no soy un monstruo por querer seguir?

—No. —Su voz es firme, cálida—. No sos un monstruo. Sos alguien que pasó por algo enorme, demasiado grande para tu edad. Y aun así estás acá, tratando de entenderte. Eso es valentía.

Me río entre lágrimas.

—A veces me siento tan boluda por pensar que puedo... permitírmelo.

—No sos boluda —dice de inmediato—. Y dejá de tratarte así. Sos humana. Tenés derecho a una vida larga con alegría, con memoria y con decisiones propias. Sos demasiado joven para quedar clavada en un solo momento de tu historia.

Suspiro, temblando un poco.

—¿Y cómo hago para dejarlo ir sin sentir que lo abandono? Yo... era chica, pero lo quería. Lo quería de verdad.

—"Dejar ir" no es olvidar —dice ella—. Es aprender a caminar sin que el dolor te rompa cada día. El amor y el duelo pueden convivir.

—Pero me agarra culpa... —admito, bajito—. Como si cada vez que me río, me alejara más de él.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.