El último invierno

6| Decisiones, decisiones.

6|Decisiones, decisiones *Inserte voz de Jane Voulturi, pero menos seria*.

(Capítulo larguísimo)

Nyx.

***

Invento tantas historias románticas en mi cabeza en cada momento del día. A veces duchándome, otras lavando los utensilios de cocina, limpiando, cuando trabajo o de camino a algún lado mientras observaba a las personas y pensaba en que no solo pasaban por ahí, sino que me gustaba imaginarme historias sobre estos desconocidos.

Pensaba en cuántas de las persona que veía estaban profundamente enamoradas, cuántas se iban a casa siendo recibidos por su pareja, cuántas tenían planes de boda o de formar una familia, irían a una cita o... de manera vergonzosa admito que también pensaba si anoche habían tenido sexo, sin embargo, también pensaba lo opuesto, qué otro porcentaje sufría o sufrió alguna decepción amorosa, pero, ante pensamientos tristes, cambiaba el final de la historia y me imaginaba que cada desconocido que parecía decaído, al final del día se toparía con alguien que se le caerían hojas, cuadernos o el café encima del otro, se reirían del desafortunado suceso e intercambiaban números para luego casarse y ser felices juntos.

Me gusta darles un final feliz a todos porque yo no lo tuve en su momento cuando creí que sucedería. Me gustaba vivir observando el amor que otros se tenían porque creía que nadie podría amarme románticamente de aquella manera. Me gusta pensar que son y serán felices por siempre porque es lo que busco algún día.

Todo el mundo, exceptuando al tipo que me empujó en la fila de la heladería. A él todavía no le escribí un final digno. Capaz choque con su alma gemela y se cae de cara hacia la caca de algún perro, como debe ser.

Incluso en estos momentos, mientras estoy sentada en la mesa del comedor tratando de concentrarme en escribir una simple oración, veo a lo lejos a Kelly sentada en el regazo de Fred, los dos en el sofá viendo un partido de hockey sobre hielo.

La escena sería tierna si no se rieran tan fuerte cada vez que el equipo rival falla un gol, o si Fred no gritara: "¡Ese es mi chico!" como si todavía tuviera veinte y no dolor de cintura por agacharse a juntar medias que el mismo deja tiradas.

Sonrío al verlo tan feliz. Las arrugas en su rostro se acentúan por su estado de ánimo.

Desde que lo conozco y que me salvó la vida, lo había llamado por su nombre. Muy pocas veces me escuchó nombrarlo Papá, pero cada vez reaccionaba como si nunca hubiese ocurrido. Salta de la felicidad. Hace doce años que me adoptó y no hay acto suficiente para demostrarle mi aprecio.

El es mi mejor amigo.

Kelly por otro lado, es su nuevo amor. Una mujer encantadora con habilidades pasteleras igual de encantadoras. Ella no tuvo que decir mucho para ganar mi aprobación, solo hacer la mejor chocotorta de la historia.

Me enfoco en cómo se miran, cómo se sonríen, cómo celebran el triunfo de un equipo que ni siquiera es tan conocido —porque obvio, en Argentina el hockey sobre hielo lo juega un tal Müller y tres pingüinos más del sur—. Mientras ellos se dan una de esas caricias que dan vergüenza ajena, en mi cabeza surgen frases que seguro terminarán en algún capítulo romántico.

A veces me pregunto si alguna vez me amarán así, con esa mezcla entre ternura y ridiculez.

Fred y Kelly están juntos hace tres años, después de un año conociéndose, aunque recién hace seis meses se animaron a convivir. Bueno, a convivir conmigo, porque yo también vivo acá. Fred pasó días preguntándome si estaba bien que Kelly se mudara, como si yo tuviera derecho de veto o algo. Le repetí que no había problema, pero por dentro pensaba que preferiría que al menos no usaran mi taza favorita para el mate.

Kelly lo entendió cuando vio la cara de orto que puse al enterarme. Nunca más la tocó.

Desde entonces, cada vez que hacen una demostración pública de amor —léase: se besan al frente mío sin vergüenza alguna—, Fred me mira de reojo para asegurarse de que no esté incómoda. Lo aprecio, de verdad, pero a veces parece que me observa más que al televisor y eso es algo inimaginable.

Yo solo espero que algún día me toque algo parecido. Fiel, estable y con menos ruido, si se puede. Sin embargo, me estoy haciendo la idea que la única manera de tenerlo es seguir leyendo libros escrito por mujeres.

"Que te hayan roto el corazón una vez no significa que todos los hombres harán lo mismo. Siempre hay alguien allá afuera esperando por vos, pero no lo vas a encontrar nunca si seguís encerrada en tu habitación leyendo y fantaseando con esos personajes literarios que no existen."

Sí, esas son palabras de Fred. Mi papá adoptivo. El hombre que nunca fue de discursos largos ni de teorías complicadas, pero que entiende las emociones desde un lugar práctico y honesto. Cree en hablar cuando algo duele, en sentarse a escuchar aunque no se tengan todas las respuestas, y en estar presente incluso cuando no sabe exactamente qué decir. No promete soluciones mágicas; simplemente se queda. Y, muchas veces, eso alcanza.

Y lo peor es que tenía razón.

Me refugié tanto en los libros que terminé construyendo un mundo propio, uno en el que las historias siempre tenían sentido y las personas no se iban sin avisar. Si existiera algún tipo de reconocimiento por vivir entre ficciones, probablemente ya tendría un título en romances que no llegan a ser y en hombres que solo funcionan en papel. Mi rutina se volvió mínima: casa, trabajo, y nada más. No por falta de deseo, sino por cansancio.

Porque sí, quiero enamorarme. Quiero una relación tranquila, honesta, de esas que no se sienten como una apuesta constante. Pero no quiero volver a escuchar que "no era lo que buscaban" después de meses de promesas implícitas, ni tengo fuerzas para repetir una historia mal contada desde el principio. Mucho menos para otro Gael.

Mi ex. Mi error. La prueba concreta de que la intuición no se equivoca, incluso cuando una decide no escucharla. Fue una relación que se parecía al amor desde afuera, pero que por dentro me iba apagando de a poco; no porque todo fuera gritos o golpes, sino porque aprendí que lo tóxico también puede ser silencioso, amable y devastador al mismo tiempo. Si el universo me ofreciera la posibilidad de no volver a cruzarlo nunca más, la aceptaría sin dramatismos ni culpas, con la certeza tranquila de quien entiende que alejarse también es una forma de supervivencia y de cuidado propio.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.