Martes 13 de agosto de 2019 — 03:47 A.M.
La temperatura desciende sin previo aviso, como si el propio aire hubiera decidido contener la respiración. En la penumbra, junto a una chimenea apagada, una gata romana duerme enroscada sobre sí misma… hasta que algo invisible quiebra la calma.
Su lomo se eriza con violencia. Los ojos, antes serenos, destellan con un fulgor salvaje. El silencio, ahora tenso, parecía presagiar una grieta en la realidad.
Sin perder un segundo, la gata salta al sofá más cercano. Sobre él, un hombre duerme con un libro cerrado sobre el pecho. El peso repentino del felino lo saca abruptamente del sueño. Gruñe, y el libro cae al suelo con un golpe sordo, abriéndose como si sus páginas gritaran algo.
—Ziva… hazlo —ordena, la voz aún opacada por el sueño.
Con movimientos automáticos, comienza a calzarse mientras la gata desciende al suelo en silencio absoluto. Sus ojos se oscurecen como pozos sin fondo, y desde sus patas brota una sombra espesa que se expande con una gracia siniestra.
En segundos, fue envuelta por completo. La oscuridad toma forma, latiendo como un corazón olvidado bajo tierra.
La sombra crece sin obedecer geometría ni límites, deslizándose por paredes, grietas y techos. Traspasa materia como si nada existiera. Cuando por fin se detiene, una cúpula negra envuelve un kilómetro a la redonda, sellando la realidad en una noche sin cielo.
Scutum Tenebris
Magia de las sombras. Defensa absoluta. Protege de ataques físicos y mágicos mientras el invocador permanezca con vida dentro de su radio. Casi imposible de romper. Pero no invulnerable.
Ziva bosteza como si el conjuro no le costara más que desperezarse.
—Toth… el demonio ya sabe dónde estás. Perdiste tus reservas esta mañana. Sin ellas, no resistiremos esta batalla… ni las que vienen.
Toth termina de abrocharse los zapatos y la mira con una sonrisa leve, como si el desastre no tuviera dientes.
—Aún tenemos tiempo —dijo—. Tal vez nos encontró, pero aún no sabe que estoy sin magia… o eso espero.
La toma con cuidado, posándola, sobre sus piernas.
—Mientras lo ignore, tenemos ventaja. Aún busca lo que le escondí. Y eso nos da espacio para resolver lo urgente.
Ziva desciende de su regazo y salta a un banco.
—¿Te refieres a ese pequeño detalle de haber quedado sin magia?
Se recuesta, aunque sus músculos no hallan descanso.
—Bendalias está por encontrar la prisión que encierra a su fuerza de élite. Siento cientos de presencias siniestras acercándose. Y por cierto… tampoco recuerdas dónde escondiste lo que él busca.
Toth suspira, más resignado que molesto.
—Lo sé. Pero iré solo.
Toma el libro del suelo. Al cerrarlo, este se encoge entre sus manos, quedando del tamaño de una piedra preciosa. Lo guarda en el bolsillo interior de su chaqueta, pensando:
“Si también sabe que conservo este libro… entonces todo está perdido.”
Se pone de pie. Estira brazos y piernas como quien despierta para enfrentar algo más grave que el día.
—Según el libro, el sello principal de la prisión se rompió. Las barreras del planeta están debilitadas. Pero aún queda uno. Uno que resonará con las dagas.
Se recuesta de nuevo en el sofá, cruzando las manos sobre el abdomen.
—Ástral Itinerantur —susurró.
Su cuerpo queda inmóvil. De él se alza una figura translúcida que mantiene su forma, pero que ya no obedece la gravedad. Una sombra de sí mismo, libre.
Ziva salta de un brinco sobre el cuerpo dormido y se acurruca sobre su pecho, como si fuera su guardián eterno.
Ástral Itinerantur
Hechizo de la magia Letri. Permite liberar el cuerpo etéreo del hechicero para viajar libremente. Ambos cuerpos quedan vulnerables: si uno muere, el otro también. Invisibles para el mundo, salvo ante quienes usan magia.
Toth flota cerca de la gata, su voz ahora solo audible para ella.
—Márgara. Ella vendrá. Cuida mi cuerpo hasta entonces.
Ziva gruñe con fastidio.
—¿Y quién es esa vieja? ¿Y cómo es que sigues lanzando hechizos si no tienes reservas?
Toth sonríe, casi con orgullo.
—Ella es una ex bruja protectora. Hablábamos en el plano astral… hasta que me despertaste. Logré pedirle que viniera.
Se vuelve hacia la ventana. Más allá, todo esta negro como la tinta del abismo.
—Cuando llegue, tu escudo se debilitará. La reconocerás enseguida. Es poderosa, aunque su cuerpo está… desgastado.
Gira hacia Ziva.
—Perdí mi magia, sí. Pero no la conexión con las dagas. Nuestro hechizo me permite extraer energía de ellas. Es más agotador… pero funciona.
Ziva lo mira con ojos entrecerrados.
—¿No que te ibas? ¿Por qué sigues parloteando solo?
Toth frunce el ceño, confuso.
—Fuiste tú quien habló…
Ziva cierra los ojos sin responder. Él suspira una vez más.
—Olvídalo. Me voy. Cuídame.
Y asciende atravesando el techo como un espectro alado, dejando su cuerpo en manos —o patas— de la criatura más peligrosa de este lado del mundo.
ENCUENTRO FEMENINO
Apenas Toth atraviesa el techo, como un susurro que se disuelve en la niebla, Ziva siente cómo la atmósfera cambia. Una vibración indeseada se extiende por el suelo. El eco de una magia vieja y podrida le roza la nariz.
“Magia nigromante.” —Deduce mientras observa todo a su alrededor.
Las presencias se alzan más allá del escudo. Cientos. Marchan, reptan, vuelan. Todas con un mismo objetivo.
Ziva se yergue con pereza resignada, los ojos entornados con desprecio.
—Qué fastidio… solo quería dormir un poco más.
Sin previo aviso, su cuerpo desaparece. Se teletransporta fuera de la cúpula negra como un dardo de energía viva. Allí, el mundo es una sinfonía de pesadillas: criaturas aladas, deformes, cubiertas de escamas, hueso y humo; otras se arrastran entre raíces, tierra y restos de madera quemada.