El último Lumiel

Capítulo 2

Luego de cinco días de viaje, Robert llegó a las ruinas. Hubieran sido tres, pero su brújula no funcionaba. Robert se vengó de ella dándole veinte pisotones. Lo primero que vio fue un letrero que decía: Prohibido la entrada.

—Voy a ignorar ese letrero — dijo Robert y siguió con su camino.

Las ruinas eran de un gran palacio. El aristócrata que lo construyó fue asesinado por unos ladrones hace veinte años. Los ladrones se habían perdido en el bosque y cuando vieron al aristócrata solo pensaron en una cosa: comida. Se lo comieron en menos de un día y tuvieron indigestión durante tres. Se sintieron como unos idiotas cuando encontraron los sacos de maíz y la carne seca en una vieja bodega. Los ladrones caníbales se llevaron todo lo que pudieron y se fueron.

Momentos después, un terremoto arrasó con el pueblo y el bosque. El palacio estaba tan mal construido que se derrumbó al instante quedando solo la puerta y una bodega subterránea. La puerta era un arco ovalado de dos metros y medio lleno de algas y musgos. Unos guardias de piedra de casi dos metros custodiaban el lugar. Hombres de miradas estoicas, armaduras gruesas y largas lanzas.

—¿Dónde estaban ustedes cuando su jefe los necesitaba? — preguntó Robert con maldad.

Como jamás iba a recibir una respuesta entró. Retiró unas gruesas cortinas rojas que estaban colgadas en la puerta. Robert esperaba encontrarse los restos de un proyecto de vanidad y tierra estéril. Daba la impresión que la existencia de esas ruinas atraía la esterilidad. No había visto ningún árbol en un radio de diez metros.

Robert se tuvo que frotar los ojos hasta que estos empezaron a arderle para poder confirmar que lo que estaba viendo era verdad.

—¿Qué carajos?

Sus pies pisaron el pasto. Todo el jardín estaba lleno del mismo. Los olores eran agradables, mucho más que el olor a muerte del bosque de Lumiel. Seis huertos estaban separados, con un pequeño letrero en cada uno: maíz, zanahorias, tomates, papas, lechugas y cebollas. Los arboles custodiaban la zona mucho mejor que los guardias. Naranjos y manzanos.

Tuvieron que pasar dos minutos antes de que Robert pudiera hablar. ¡Que jardín más hermoso y lleno de vida! El jardín le impresionaba, pero la siguiente revelación le hizo sonreír. Un jardín así no pudo haber salido de la nada. Alguien sembró las semillas y las cosechó.

Eso solo puede significar una cosa: Glenda Leary sigue viva.

Hay tantos rumores que dicen que está viva como que dicen que está muerta.

Robert siguió avanzando, unos colibríes volaron hacia unas flores para beber de su néctar. Estaba tan enfocado en los colibríes que no se dio cuenta de la figura que volaba frente a él. Tenía el tamaño de su cabeza y una melena totalmente desorganizada.

—¡Hola! — exclamó la criatura emocionada.

Robert no compartió el mismo entusiasmo, retrocedió hasta pisar una piedra y caer de trasero al suelo. La figura movió sus alas para acercarse más al tumbado Robert, que retrocedía como si fuera un cangrejo poseído. Conocía a esas criaturas y sabía lo peligrosas que eran. Sacó un arma y apuntó al ser.

Con un mordisco fue suficiente para obligar a Robert a que suelte la pistola. La criatura tomó el arma con la boca, tenía una gama impresionante de colmillos, voló hasta la copa del árbol más cercano. Se quedó ahí por menos de un minuto, cuando regresó no tenía nada en la boca.

—No creo que necesitemos esas cosas.

La criatura era un caballo en miniatura de color amarillo con una melena rosada. Su pelaje estaba desordenado como si una niña le hubiera pasado por un cepillo muchas veces y sin preocuparse de que se viera bien. El animal tenía alas de murciélago negras y unas manos de uñas triangulares en lugar de patas delanteras. Las patas traseras eran pezuñas diminutas.

Era un Lumiel.

—¿Eres un Lumiel? — preguntó Robert poniéndose de pie. Se mantuvo alejado más de un metro de la pequeña criatura.

El evidente miedo de Robert no desanimó al Lumiel.

—Si, soy un Lumiel. Mi nombre es Harry. Mucho gusto en conocerte.

El Lumiel acercó una de sus diminutas manos a Robert. Con solo dos dedos sería suficiente para hacer el saludo. No obstante, Robert rechazó el saludo.

—Creí que se habían extinto — dijo con recelo.

—Si visitas el bosque de Lumiel solo me encontrarás a mí. Los demás emigraron. Este lugar era demasiado peligroso, ustedes no dejaban de cazarnos.

Robert frunció el ceño. Sintió un pequeño picor de valentía en el corazón.

—¿Qué esperaban? Ustedes se alimentan de carne y sangre. Y no se conformaron con nuestros animales. Una vez dejaron secos a nuestros ganados vinieron por nuestros hijos. Teníamos que hacer algo. Eran una plaga.

Harry recordó la primera vez que probó la sangre de un bebé. Que sabroso. Reprimió el recuerdo, no quería incomodar a su nuevo invitado. Robert sacó un cuchillo y se lo enseñó a Harry como si quisiera vendérselo. El mensaje era claro: Acércate a mí con esos colmillos y te cortaré.

El Lumiel levantó las manos en señal de paz. Robert no bajó la guardia.

—Se “alimentaban” querido amigo. Alimentaban — lo dijo más lento —. No puedo decir lo mismo de mis colegas, pero yo prefiero las manzanas a la sangre.




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