Harry tampoco la conocía. La primera vez que se conocieron fue la primera vez en la que Harry la asesinó. El Lumiel no tenía idea de la fama que le precedía. Tenía otras cosas mucho más importantes en las que pensar.
Como su propia supervivencia.
Harry estaba escapando de unos cazadores que querían disecarlo para convertirlo en un adorno para chimenea. Llevaban unas escopetas casi tan grandes como sus piernas. Con un solo disparo era suficiente para desintegrar a un Lumiel hasta convertirlo en un mechón de pelo con un agujero en el centro. Harry lo sabía porque había visto a varios miembros de su manada seguir su mismo destino.
Harry se encontraba escondido en un nido en la copa de un árbol frondoso. Dos de los tres cazadores estaban cerca. El Lumiel solo tenía que esperar unos minutos a que se fueran para que pudiera escapar. Los cazadores no se dieron cuenta de los pelitos que caían al suelo. Los nervios de Harry estaban a flor de piel.
De lo que si se dieron cuenta fueron de sus quejidos. Un pájaro estaba picoteando al intruso. Solo se detuvo cuando Harry le arrancó la cabeza. Un disparo ensordecedor destrozó la rama que sostenía el nido. Un poco de paja cayó en la cara de uno de los cazadores. Este se limpió el rostro. Este sería el momento más adecuado para escapar, pero Harry tuvo una idea.
Voló hasta la oreja del cazador del rostro pajizo. Le dio una mordida, sus colmillos se clavaron como si fueran pendientes. El cazador chilló como una niña. Su compañero le apuntó con su escopeta.
—No te muevas.
Fue la única advertencia que le dio antes de disparar. Mejor le hubiera dicho que se moviera. El cazador sin oreja se quedó más quieto que una estatua y aun así su compañero le voló la cabeza. La cara del cazador quedó manchada de sangre, incluyendo sus ojos. Harry soltó la oreja y le dio una buena mordida en la nariz. Esto no formaba parte de su plan. Lo que pasaba era que había probado la sangre y quería más.
Otro quejido de niña.
El segundo cazador soltó la escopeta. Utilizó sus manos libres para poder agarrar a Harry. No importaba que tanto le jalaba, los colmillos del Lumiel penetraban más su carne.
Un nuevo disparo.
El tercer cazador tenía peor puntería que sus compañeros. Destrozó el cuello de su compañero dejando su cabeza colgando. Lumiel voló lo más lejos que pudo, los disparos solo agujereaban árboles. El tercer cazador se tomó las cosas más personales, culpó al Lumiel por la muerte de sus compañeros. Quería cazarlo, disecarlo y convertirlo en un adorno para chimeneas en su honor.
Harry voló sin fijarse en la dirección. Eso era lo que menos le importaba. Solo quería perder al cazador. Voló por horas. De derecha a izquierda. De arriba abajo. Adelante a atrás. Solo se detuvo cuando una piedra golpeó su hocico. Se trataba del pecho de piedra de la estatua de un guardia.
Había llegado a las ruinas.
El Lumiel entró pensando en que sería un buen refugio. Se escondería ahí hasta que el cazador deje de perseguirlo. Lo que no sabía era que el tercer cazador había dejado de seguirlo hace muchas horas. Sin querer había pisado una trampa para osos que le destrozó la pierna. Intentó abrir el aparato y solo consiguió que se cerrara con más brutalidad pulverizando su pierna. Solo bastó tres intentos para que su pierna se separara de su cuerpo.
Una vez se hubo liberado, no de la manera que quiso, una manada de osos lo rodeó. El tercer cazador apuntó al hocico de uno de ellos. Disparó. Clic. El arma estaba vacía. Se había gastado todas sus balas en el futuro adorno para chimeneas. Uno de los osos le arrancó la mitad de la cara de un arañazo.
La cena estaba servida.
Un olor desagradable le hizo desear buscarse otro refugio al Lumiel. No, no podía darse ese lujo. Entró. El interior era igual de desértico y maloliente que el exterior. Las pocas plantas que crecían entre las piedras eran solo ramas moribundas. El olor a muerte era inconfundible. Harry la conocía muy bien. Demasiado bien para su gusto. Junto con las plantas deprimentes, el suelo estaba repleto de montículos de tierra removida.
Tumbas.
Este lugar le gustaba cada vez menos. Harry encontró una puerta semi abierta en el suelo. Era lo único habitable. Todo lo demás eran ruinas. Bajó por las escaleras y voló por un pasillo subterráneo. El olor era muchísimo peor y las moscas no generaban un buen augurio. El lugar estaba oscuro, la única luz disponible la proporcionaba el agujero a medio abrir.
Harry tenía una bolsa en la panza. Todos los Lumiel la tenían. Las hembras la usaban para cargar a sus crías hasta que sus alas se desarrollaran y aprendieran a volar. Los machos, por su parte, la usaban para cargar insectos, trozos de carne y cualquier bocadillo que cupiera dentro. Harry tenía varios tesoros que le había robado a los cazadores. Media navaja, unas canicas, un encendedor viejo entro otras cosas.
Harry sacó el encendedor y giró la ruedita. La llama azul le reveló a Harry una verdad desagradable. Cadáveres. Cadáveres y más cadáveres. Los suelos y las paredes estaban repletos de cuerpos infantiles. Carne negra y varias moscas dándose un festín. No había ningún lugar donde mirar que no estuviera lleno de muertos.
Harry miró hacia arriba. Grave error. El cuerpo de una niña de unos cinco años, sin brazos ni piernas, estaba pegado en el techo. Cubierta totalmente de una sustancia verduzca. Harry vomitó lo poco que había comido en los últimos días. Su vomito rojo resaltaba entre tanta carne negra. Siguió recorriendo el literal camino de la muerte hasta llegar a una habitación.