Harry no sabía nada de Glenda Leary más allá de que era una loca que gustaba de comer niños. No tenía idea de su historia ni de sus poderes. Y tampoco se tomó la molestia de informarse. Quemó todos los libros de brujería, los que estaban escritos en idiomas muertos. No entendía nada y el viento era inclemente. Necesitaba una fogata urgentemente. Solo se quedó con los libros de cuentos para niños. Eran entretenidos y tenían dibujos.
Harry no tenía ninguna idea de que estaba pasando. La bruja revivió antes de que Robert tuviera la oportunidad de realizar su hechizó y lo hizo del modo más extraño posible. El Lumiel quería largarse de ahí, pero no quería que la bruja se diera cuenta de su existencia. Harry pensó en la insaciable sed de venganza que la bruja tendría si lo llegaba a ver.
No quería moverse, pero tenía que hacerlo. La daga estaba muy cerca de sus patas.
Glenda Leary sabía que tarde o temprano la iban a matar. Lo supuso desde que comenzó a secuestrar niños y lo confirmó desde que comenzó a comérselos. Para protegerse y asegurarse de que tendría un futuro prometedor hizo un hechizo que la mantendrá con vida. En caso de morir a manos de un arma blanca, con solo retirarla de su cuerpo era suficiente para regresarla a la vida.
Era lo primero que hacían los médicos en las autopsias. Su tiempo muerto sería breve.
Para recuperar su juventud, belleza y poderes tenía que comerse a la persona que había retirado su cuchillo, y a otras cincuenta personas más.
En caso de morir quemada (la forma preferida de morir de las brujas) solo bastaba con que alguien oliera sus cenizas para que Glenda Leary tomara posesión de su cuerpo.
La ignorancia de Harry le salvó la vida. El Lumiel mantuvo la daga clavada en su pecho por varios años convirtiendo a la bruja en una presa de su propio cuerpo.
Mientras más forcejeaba más tendones envolvían su mano. En poco tiempo, la mano de Robert estaba totalmente envuelta como si de un guante de boxeo bien ajustado se tratase. Los tentáculos rojos envolvieron su muñeco. Robert aulló de dolor. Los tentáculos estaban rompiendo sus huesos, mientras que otros penetraban por su piel. Entraban por la punta del dedo meñique para salir por la entrada del pulgar. Los tendones irrompibles obligaron a Robert a meter la mano dentro de la herida latente de la bruja.
El interior del pecho de Glenda Leary era tibio y húmedo.
Robert siguió jalando, los tendones se alejaron de su mano y lo liberaron. O lo que quedaba de ella. Gritó. Era imposible determinar si se trataba de un grito de miedo o de dolor. Al lado de su muñeca solo había un poco de carne tibia y burbujeante. Su mano y sus dedos habían desaparecido por completo.
La bruja abrió sus ojos recién formados. Robert sacó una navaja, tuvo que estirarse más de la cuenta porque estaba en su bolsillo derecho. Aceptó la muerte de su esposa. Solo quería matar a ese monstruo. Las manos de Glenda Leary brillaban con un leve color rojo, formó un puño y juntó los dientes. Golpeó en el pecho a Robert antes de que este tuviera la oportunidad de atacarla.
Lo golpeó con tanta fuerza que lo mandó volando. Robert se estrelló contra la cabeza de piedra de algún dios olvidado. La bruja se puso de pie con dificultad. Caminó con pasos débiles hasta el cuerpo inconsciente de Robert. Un pequeño brillo apareció en su pecho. En el caso de la bruja, la herida de su pecho se cerró por completo, pero necesitaba comer más si quería recuperarse.
Estiró su brazo. Sus dedos eran huesudos y sus uñas, enormes. Eran garras. Arañaron la mejilla derecha de Robert. Eso fue lo único que pudo hacer. Uno de sus ojos se desprendió de su órbita, lo aplastó sin querer. La bruja cayó al suelo. Harry apenas tenía pelo, su corazón latía como el de un colibrí. Parecía un zumbido que otra cosa. Le dolía las manos.
El Lumiel había apuñalado a Glenda Leary en la cabeza, con tanta fuerza que todo el filo de la daga se metió dentro de su cráneo. El cuerpo de la bruja comenzó a convulsionar en el suelo. Como si alguien hubiera encendido una vela cerca de una figura de cera, Glenda Leary se derretía. La poca piel que había ganado y el otro ojo se convirtieron en un líquido espeso rojizo. Harry escuchaba como sus órganos internos estallaban débilmente. En poco tiempo no quedó nada de Glenda Leary más que unos huesos negros y un poco de carne seca.
Harry mordió los harapos que tenía por ropa y la arrastró hasta su trono de cristal. No fue una tarea muy difícil, la bruja pesaba menos en ese estado. La sentó y la dejó con la cabeza abajo. El Lumiel se dirigió a la alacena, tomó algunos frascos (se deshizo de la mayoría) y los mezcló en un tazón hasta formar una sustancia amarillenta y pegajosa. Cualquiera la hubiera confundido con miel.
Echó bastante de esa sustancia en la cabeza de la bruja, justo en el lugar donde se ubicaba la daga.
—Espero que este pegamento sirva.
Uno de los pocos libros de Glenda Leary que sobrevivió a la hoguera de Harry fue uno sobre carpintería y bricolaje. Esperó a que se seque, trató de quitar la daga de su cabeza. Lo intentó hasta que le dio un calambre en la espalda. Nada. La espada se mantuvo en su sitio.
—Perfecto.
Harry se disponía a dejar este repugnante lugar y volver a su paraíso personal para prepararse una compota de manzana con bastante canela, cuando se acordó de un detalle: el cadáver de Robert seguía en el suelo con los ojos desorbitados y la lengua afuera. El cuerpo estaba tan pálido que podría hacerse pasar por un fantasma sin problemas.