Pasé de la estupefacción al miedo, cómo era posible lo que mis ojos veían en este momento.
La luz se me acercó tanto que podía detallar con exactitud lo que era, y era más que eso.
El cuerpo de una mujer vestida de un brillo dorado ahora rozaba mis mejillas, sus ojos eran como piedras preciosas, su cabello caía en cascada y se veía como el movimiento que hacen las olas.
—Aeneas, oh Aeneas—.
Sólo podía guardar silencio, no sabía que hacer ni como actuar, si huir, gritar o sólo escuchar aquella melodiosa voz.
—Cuán grande estás, los sentimientos que ahora florecen no te lo podría explicar, pero no hay mucho tiempo mi Aeneas—. Sus manos tocaron con suavidad mis mejillas, y no sé porqué sentí una horrible nostalgia recorriendome.
Sentía enmudeser cada que intentaba pronunciar una oración, como si me estuviesen callando a propósito desde algún lugar.
—Hablame—. La extraña figura me dio un beso en la mejilla después de pronunciar aquello.
—¿Quién eres?—. Apenas y si me salía un hilo de voz, la sorpresa aún no se me iba del cuerpo, lo sabía por la forma en la que este temblaba.
Para mí sorpresa la figura se alzó frente a mí, flotando sobre la imterceción del mar con la arena.
—Hijo mío, ¿no me reconoces? Soy tu madre, soy Ariadme, vijesima reyna de Wiseltlist—.
Sus palabras se sintieron como estacas de fuego a mis entrañas, cómo era posible, porqué ahora, justo cuando me sentía tan libre, era imposible evitar lo que estaba frente mío, ¡mi madre! Oh Dios, oh por Dios. Veía como él pánico se apoderaba de mís escrúpulos, quise gritar pero no salió más que un chillido, estaba soñando, de seguro estaba soñando, y pronto Andry me levantaría diciendo que estaba todo bien, que los panqueques se enfrían, me pellizque por impulso, pero me dolió más la realidad que el moretón rojo.
—No hay tiempo—.Dijo la figura Interrumpiendo la crisis de mis pensamientos—. Pronto estarán aquí y no estaré para protegerte, este es el último fragmento de mi magia que guardé en tu corazón—.
Cada palabra que decía me dejaba con más dudas, quiénes venían, de qué debía protegerme, a dónde se iba...
—Yo no comprendo, ¿tú estás aquí por mi corazón? Y quienes vienen, tengo tantas dudas—. No podía aguantar ya la sensación de cansancio, sentía mi cuerpo entrar en un colapso por la emoción tan fuerte que estaba viviendo, pero ella me miró y por alguna razón esa mirada despejó toda sensación.
—Hijo mío, todas tus dudas te serán resueltas, aquellos que te quieren encontrar sólo esperan arrebatarte lo que por herencia te pertenece, no permitas que destruyan lo que queda de Wiseltlist, de tu hogar, y lugar en el trono, tú—Hizo una pausa mientras me entregaba una especie de relicario—. Hijo de Ariadme y Altaír, nuestro último mago—.
Y así cómo apareció, desvaneció...