El último mago

CAPITULO 17 (EL REGRESO DEL MAGO)

La oscuridad me envolvía como un manto pesado. Apenas podía escuchar mi propia respiración, acelerada, mientras aquellas palabras seguían retumbando en mi cabeza.

—Aeneas, mi señor… —la voz de Allison había cambiado. Era más grave, firme, como si ya no hablara como la chica que conocía, sino como alguien que llevaba siglos esperando este momento.

—¿Qué… qué acabas de decir? —logré balbucear.

—No tenemos tiempo. Si te encuentran, estarás muerto.

Muerto… Cuántas veces creí morir en la soledad del sótano, en los pensamientos de insuficiencia por tener que cargar con el nombre de “Recogido”. Al final, ¿qué era morir? Tal vez acabaría con este drama más rápido, con este giro sin sentido que había tomado mi vida.

Allison volteó una vez más y clavó sus ojos en mí.

—Ryan —dijo al fin—. No eres quien crees ser.

El corazón me golpeó el pecho con tanta fuerza que temí que se detuviera.

—Explícate —exigí, mi voz quebrándose entre miedo e incredulidad.

Allison se acercó y me tomó de la muñeca. Su piel estaba helada.

—No aquí. No mientras ellos nos buscan.

No logré responder. Un estruendo sacudió las escaleras por las que habíamos bajado; desde arriba se escuchaban los golpes de objetos cayendo. El polvo empapaba nuestros cabellos y ropa, y las luces titilaban como si reaccionaran ante la amenaza.

—¡Mierda! —murmuró Allison, apretando con fuerza mi mano—. Nos encontraron más rápido de lo que pensaba.

Los pasos estaban cada vez más cerca, más intensos.

—¡Por aquí! —se escuchó. Las voces invadían ya el sótano y yo apenas podía moverme.

Volteamos hacia la izquierda en un cruce. Vi a Allison sacar una pequeña daga de la parte trasera de sus botas; el lomo estaba adornado con el mismo símbolo del libro, teñido en un color rojo intenso. Todavía incrédulo de lo que veía, observé cómo Allison se rasgaba la piel con la misma daga. Antes siquiera de gritar, las gotas de sangre ya caían sobre el suelo.

Entonces lo vi, justo al frente, un gran símbolo. Nunca había visto algo parecido. Estaba tallado directamente en la roca, con inscripciones en un idioma imposible de reconocer, como si cada letra latiera por cuenta propia. Las cuatro puntas se interceptaban en el centro, y desde allí parecía emanar un resplandor tenue, casi imperceptible, pero suficiente para erizarme la piel.

Me acerqué un poco, casi de manera involuntaria, como si mis pasos no me pertenecieran. El destello viajaba por las líneas, al ritmo de un latido, y regresaba disparado al núcleo.

—No lo toques —dijo Allison por lo bajo.

Tragué en seco. Mis pulsaciones se aceleraban a cada segundo; todo pasaba tan rápido, cada palabra, paso, gesto y respiración se repetía en mi mente como un ciclo sin fin.

Me sostuve el estómago, recostándome a la pared de al lado.

El olor metálico llenó el sótano. La herida en el antebrazo de Allison mojaba el suelo con cada paso que daba hacia el símbolo. La vi tomar su otra mano y empaparla hasta cubrir por completo los dedos y las palmas. Tocó el centro del grabado y trazó las líneas después; la ruina parecía beberse la sangre como si tuviese vida propia.

Justo después, vi cómo se formaban dos grietas de manera instantánea, dando paso a un conducto adicional.

Un aire frío se coló desde el interior, impregnando nuestros rostros de sal y humedad, como si detrás de esa pared se escondiera un océano en reposo. El resplandor de la ruina se adhería ahora a la piel de Allison, justo en la herida, como si la reconociera.

—Allison, ¿qué es esto? ¡Qué carajos está pasando! —reclamé, aunque mi voz sonaba más como una súplica.

Ella no respondió. Su respiración llenaba el vacío, igual que el olor a sangre.

¿A qué suplicaba? Era evidente, no tenía sentido, y estaba totalmente seguro de que nunca más lo tendría.

Un sonido agudo me arrancó de mis pensamientos. Los golpes se hacían más violentos; estaban en el pasillo ya, era cuestión de minutos para que nos encontraran. Lograba escuchar sus voces, y cada paso lo sentía en mi cuello. Todo mi cuerpo estaba en alerta.

—Nos alcanzaron —susurró Allison al fin. Su mirada ardía con una determinación que nunca le había visto—. No tenemos opción. Si entras al sello, Ryan, ya no habrá marcha atrás.

Estaba estupefacto, viendo aún cómo las gotas gruesas de sangre recorrían el suelo. Sentí un tirón en el estómago.

Un crujido me arrancó de mis pensamientos.

Ya estaban aquí…




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