El último mago

Capítulo 6

Respira. Respira. Uno, dos, tres, cuatro.

Esto no podía estar pasándome. La magia no existe. Es imposible… pero, ¿entonces cómo demonios explico lo que acaba de pasar? Fui yo. Yo lo miré, y después sucedió. No, no, no. Seguro fue un ventilador gigante, o algo igual de absurdo. Sí, eso sonaba menos ridículo que aceptar lo imposible.

Mi mente daba vueltas como si pudiera abrir un hueco en el suelo de tanto pensar. Necesitaba una explicación lógica, pero solo tenía un vacío que me estaba tragando.

Me dejé caer en la cama y marqué el número de Andry. Contestó al segundo tono.

—¿Hola? —mi voz temblaba.
—Hola —sonó apagada, casi como si hubiera llorado.
—Mira, en el café… —tragué saliva—. Lamento si te hice esperar mucho.
—No, tuve que irme por un asunto personal. —Su tono seguía igual de seco.
—¿Estás bien, An?
—Bien… —pareció más una pregunta que una respuesta—. Te llamaré mañana, estoy muy cansada. Descansa, Ryan.

Colgó sin más. Me quedé mirando la pantalla oscura. Algo no estaba bien, ni en ella, ni en mí.

Saqué de debajo de la cama mi viejo portátil, el que papá me regaló cuando cumplí siete años. Lo mantenía oculto para que mis tíos no me lo quitaran. Lo encendí y escribí en Google: “¿Existen los magos?”.

Me golpeé la frente. ¿De verdad estaba buscando algo tan estúpido? Pero si quería respuestas… tenía que intentar.

Abrí el primer enlace y, justo en ese instante, la pantalla parpadeó y murió. —Duraste mucho, compañera —murmuré con una sonrisa amarga.

El celular me sobresaltó. Olvidé cambiar el tono y el gallo horrible me hizo soltar el portátil. Número desconocido.

—¿Ryan? —una voz femenina.
—¿Desconocida?
—Soy Allison. —Silencio. Luego, apresurada—: Te llamo para saber si mañana a las 4 tienes tiempo libre para el proyecto de biología. Pero si no puedes… no pasa nada, lo dejamos para cuando quieras.

Estaba nerviosa. Allison Baker, nerviosa.

—¿Por qué tan nerviosa, ángel? —le solté, imaginando su típica mueca de fastidio.
—¿Yo? Ya quisieras. —Bufó—. Entonces, ¿puedes o no?
Pensé en lo del café. En Liam sangrando. En ella viéndome como un monstruo. Y aún así, acepté.
—A las 6, en tu casa. —Colgué antes de que pudiera protestar.

Me tiré a la cama, la mente incendiada de pensamientos que renacían una y otra vez, hasta que al fin me quedé dormido.

El sol se filtró por la ventana. Domingo. Día de trabajo. Sí, los gastos de la universidad no se pagan solos, aunque la beca temporal ayuda.

Trabajaba en un McDonald’s de 7 a 5. No era el sueño de mi vida, pero pagaba bien. Hoy la casa estaba vacía: los Miller estaban en misa. Desayuné rápido y subí las escaleras. Cada paso era un recuerdo clavándose en mi piel: mamá horneando galletas, papá cargándome sobre sus hombros, Andry corriendo a mi lado. Todo eso se había ido.

Al final me miré en el espejo con el uniforme: camisa roja con el logo amarillo, gorra del mismo color y pantalones negros. Suspiré y salí.

—Bienvenidos a McDonald’s, ¿puedo tomar su orden? —dije automático.

—Pero mira lo que tenemos aquí. —La voz recorrió mis venas como veneno. Era Liam, en un carro deportivo Toyota.

—Su orden. —Forcé una sonrisa.
—Eres el culpable de que esté así. —Señaló sus heridas.
—Su orden. —Cada palabra me sabía más amarga. Solo faltaban cinco minutos para mi salida.

—Te partiré ese lindo rostro también, recogido.

Mi mano se cerró en un puño. Intenté. Moví la mano hacia la derecha, frente a él. Nada. Su cara cambió de confusión a burla.

—Lo sabía. Estás loco.

Cuando mi turno terminó, me cambié de uniforme y salí casi corriendo. El buzo negro, los tenis blancos, el cabello despeinado. Me dirigí a la casa de Allison, siguiendo la dirección que me había enviado por mensaje.

Pero el presentimiento me devoraba. Aceleré. Corrí. Sentía que alguien me seguía. Y entonces, un golpe seco en la cabeza me dejó tambaleando.

El mundo se volvió dolor. Puños. Patadas. Voces que no alcanzaba a reconocer. Intenté ver, pero todo era borroso.

El dolor se volvió tan intenso que solo pude quedarme inerte, como muerto.

Y entonces… todo se volvió negro.




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