La Caída en la Cámara
El ascensor de cristal se detuvo con un silbido amortiguado. La compuerta se abrió, revelando una escena de magnitud sobrecogedora. Ya no estaban en túneles; habían llegado a una cúpula masiva, una caverna que palpitaba con energía.
En el centro de la cámara, suspendido por campos de fuerza ámbar, se alzaba el Núcleo de Oricalco. No era un simple artefacto; era una estructura cristalina que se elevaba más de diez metros, vibrando con una luz dorada y enfermiza. En su base, una consola de control atlante brillaba.
—La Cámara del Corazón —susurró Vance, sintiendo el poder de su linaje resonar en el aire.
Pero el espectáculo más temido era otro: parada junto a la consola, con el rostro iluminado por el resplandor de la energía, estaba Victoria Aelarion. Llevaba un traje de asalto negro, más estilizado y letal que el de sus agentes, y en sus manos empuñaba dos cuchillos de plasma, que crepitaban con energía roja.
—Has llegado, primo. Y la Capitana Rourke. Qué decepción —dijo Victoria, su voz amplificada y helada por el sistema de la sala.
El Ultimatúm
Victoria se giró hacia ellos, con una sonrisa cruel que desfiguraba su belleza.
—Demasiado tarde. El protocolo de detonación está activado. En menos de cinco minutos, la energía del Núcleo será liberada de forma incontrolada. Una implosión controlada... de energía pura que convertirá el Mediterráneo en una extensión de fango radioactivo.
—¡Victoria, detente! —gritó Vance, dando un paso adelante—. ¡No tienes idea de lo que estás desatando! Esto es la aniquilación.
—No, Elias. Es la restauración. El Cónclave se ha debilitado con la moral y las reglas. Yo usaré este poder para reclamar la hegemonía atlante. Y tú, serás el testigo de mi ascenso.
Kira no dudó. Se lanzó de la rampa.
—Nido, al núcleo. ¡Elías, la clave! ¡Yo me encargo de la prima!
La Batalla por la Consola
Kira fue un rayo. Sacó su arma, pero Victoria fue más rápida. Con un movimiento elegante, arrojó uno de sus cuchillos de plasma. La hoja, girando, se incrustó en el Oricalco de la rampa justo donde Kira acababa de estar, liberando una bocanada de humo.
La pelea fue desigual. Victoria era atlante pura, más fuerte y veloz que cualquier humano. Kira, sin embargo, era la mejor estratega de combate del mundo. Se movía, evitando los cortes de plasma de Victoria que vaporizaban el aire a su alrededor.
Mientras Kira retenía a Victoria en un duelo de vida o muerte, Nido se arrastró por el suelo hasta la base del Núcleo.
—¡Elías! ¡El panel de sellado! ¡Es el único punto débil! —gritó Nido, señalando la consola.
Vance se arrodilló, con el Núcleo de Oricalco en una mano y el pergamino de metal en la otra. La consola era un teclado de símbolos atlantes. Un temporizador digital, moderno, parpadeaba sobre el panel: 02:35.
La Contraseña Tonal
Victoria, con una patada devastadora, arrojó a Kira contra un pilar. La Capitana, aturdida, cayó sobre una rodilla. Victoria aprovechó para ir hacia Vance, con el plasma rugiendo.
—¡Muere, traidor de sangre! —gritó Victoria.
Vance no levantó la vista. Tenía que conseguirlo. Sabía que la clave no se escribía, se entonaba a través del panel, creando la frecuencia.
Con Kira luchando por levantarse y Victoria corriendo hacia él, Vance colocó el Núcleo de Oricalco en el soporte de la consola. El panel se encendió.
Victoria llegó a él, lista para hundir la hoja de plasma en su espalda.
Justo en el último segundo, Vance, con una concentración absoluta, golpeó la consola con la base de su mano y pronunció las sílabas con la entonación rítmica que había descifrado:
—¡ZHEN!
El Núcleo emitió un pulso dorado. Victoria dudó, el plasma de su cuchillo se apagó momentáneamente.
—¡KHOR!
El Núcleo vibró, las luces rojas de detonación cedieron al color ámbar.
Victoria se lanzó. Kira, con el labio partido, usó la última de sus fuerzas para arrojarse sobre Victoria, aferrándose a su brazo para desviarla. Ambas cayeron rodando por el piso de Oricalco.
Vance golpeó la última sílaba con todo el poder de su garganta, sintiendo el Aelarion Prime recorrerlo.
—¡SIL!
Silencio y Sello
Una onda de choque no violenta, sino armoniosa, recorrió la cúpula. El Núcleo de Oricalco, que antes vibraba furiosamente, se estabilizó. Las luces de la cúpula pasaron del rojo de advertencia a un blanco lechoso y pacificante.
00:01. El temporizador se apagó.
Victoria se levantó, su rostro era una máscara de furia y derrota.
—¡Imposible! ¡El sello... el sello está activado!
Nido se levantó, quitando el Núcleo de Oricalco y sellando la consola.
—Tu golpe de estado ha terminado, Victoria.
La prima de Vance, con la mirada clavada en su primo con puro odio, sacó un comunicador y lo estrelló contra el suelo.
—Esto no ha terminado —siseó—. El Cónclave tiene otros Núcleos. Y volveré por mi venganza, Elias.n
Con una ráfaga de humo denso, Victoria activó un dispositivo de escape personal, que la succionó a través de un respiradero de ventilación oculto en el techo, desapareciendo en cuestión de segundos.
Vance miró a Kira, exhausta, y a Nido, que sonreía con alivio.
—Lo hicimos —dijo Vance.
—Sí —confirmó Kira, levantándose con dificultad—. Pero el Cónclave sabe dónde estamos. Y ahora, mi amor, tenemos que poner en marcha el plan de escape de alta altitud.