El Último Mapa Atlante. (parte 1)

Capítulo 26: El Vuelo del Ala-Vela Tíbet.

​El Ascenso Desesperado
​El sellado del Núcleo había silenciado la Cámara del Corazón, pero no por mucho tiempo. Nido consultó su escáner:
​—¡Tenemos compañía! El equipo de asalto de Victoria está abriéndose camino a través del laberinto de cristal. Cinco minutos, máximo.
​Kira, aunque adolorida por la pelea contra Victoria, se movió con urgencia. El plan de escape se activaba por un túnel de ventilación de emergencia, diseñado por Nido y su colectivo para una evacuación rápida.
​—¡El ascensor es demasiado lento! ¡A la ventilación! —ordenó Kira.
​Nido se dirigió a una pared secundaria de la cúpula y manipuló un panel oculto. Con un siseo de aire presurizado, una compuerta metálica se abrió, revelando un conducto de ventilación vertical que ascendía hacia la oscuridad.
​—Esto nos llevará al área de la cresta Norte. Los Ala-Vela Tíbet están preposicionados a esa altura —explicó Nido.
​La Escalada de Emergencia
​El conducto era estrecho y helado. Subieron por escaleras de mano de metal, con Vance y Nido a la cabeza, y Kira cubriendo la retaguardia. La altura y el esfuerzo físico en el aire enrarecido del Everest pronto pasaron factura.
​—Vamos, Vance. Tienes que aguantar —lo animó Kira, oyendo su respiración forzada.
​—La… la energía… atlante… está volviendo —jadeó Vance, sintiendo el agotamiento del combate.
​Cuando alcanzaron la cima del conducto, escucharon el ruido que temían: disparos automatizados resonando a través del conducto que acababan de dejar. Los Soldados de Élite habían llegado a la Cámara del Corazón.
​—¡Están disparando a ciegas! ¡Rápido! —gritó Nido.
​Salieron del conducto hacia un pequeño nicho natural de roca, azotado por vientos huracanados. Estaban en la ladera Norte del Everest, a miles de metros de altura.
​El Salto a la Nada
​En el nicho, Nido había escondido tres paquetes aerodinámicos: los Ala-Vela Tíbet. Eran arneses de fibra de carbono equipados con alas plegables y pequeños motores de pulso diseñados para desafiar la densidad del aire en la zona de la muerte.
​—Pónganselos. ¡Ya! —Nido se colocó el suyo con una rapidez practicada.
​Kira y Vance se apresuraron a abrocharse los arneses. El viento aullaba como un depredador. La visibilidad era casi nula.
​—El Cónclave está subiendo. ¡Tenemos que saltar al vacío ahora! —gritó Nido por el intercomunicador.
​Kira se acercó al borde de la cornisa. El salto era de fe, al vacío total, con la certeza de que cualquier error sería el final.
​—Nido, tú primero. Abre el camino. Vance, tú me sigues.
​Nido asintió y se lanzó. Activó los pulsos del arnés; las alas de fibra se desplegaron con un chasquido mecánico y, en cuestión de segundos, la figura de Nido desapareció en el torbellino de la noche.
​Vance se preparó, con la Contraseña Silábica Final aún grabada en su memoria. Miró a Kira
​—Ha sido un infierno.
​—Y no ha terminado —dijo Kira, con una sonrisa tensa—. Nos queda mucho por hacer. ¡Salta, Elias!
​Vance tomó carrera y saltó al abismo. Activó el motor. Las alas se desplegaron y, por primera vez, el linaje atlante de Vance sintió la libertad del aire. Se niveló, su silueta una sombra que se alejaba en el viento.
​Bajo el Fuego del Everest
​Kira quedó sola en la cornisa. El sonido de las botas de los Soldados de Élite se acercaba rápidamente por el conducto.
​Justo cuando el primer soldado emergió del túnel, Kira se lanzó al abismo. Activó su propio arnés. Sus alas se desplegaron y, por un segundo, sintió el viento helado golpearla.
​El soldado del Cónclave, sin dudar, apuntó y abrió fuego. Las rondas de energía trazadoras pasaron a centímetros de Kira.
​Pero Kira, una vez en el aire, era una maestra de la maniobra. Usó el motor de pulso para hacer una inmersión dramática, evadiendo el fuego, mientras el soldado se rendía, sabiendo que ya no podía alcanzarlos.
​Kira estabilizó el Ala-Vela. Miró hacia abajo. Las luces del Monasterio de Rongbuk se reducían a puntos brillantes. Delante de ella, dos siluetas, las de Nido y Vance, se movían con la gracia de aves rapaces.
​Se había sellado el Núcleo. Había sobrevivido al combate con Victoria. Pero la sensación de peligro no se había ido. Victoria seguía libre, con otros Núcleos, y ahora sabía quién era Kira Rourke.
​Kira voló hacia la noche, con la vasta e implacable silueta de la montaña a su espalda. La aventura apenas había comenzado.




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