El último monasterio: Shedaya y el Rey

La huída

Mi nombre es Shedaya, soy una guerrera, o mejor dicho, fui guardiana de la frontera de Ceclos, la ciudad de los refugiados en el distrito 029 de la Tierra pero me ví en la necesidad de huir y pedir refugio en el colindante y poderoso imperio de Akenab. ¿Por qué? Porque el ejército de mi Rey me perseguía.

Hace unos 100 años la inteligencia artificial que fue creada para protegernos tomó el control de nuestros sistemas al detectar que el problema radica en la naturaleza misma del ser humano.

El ejército de ágiles robots militares encargados de protegernos fue alterado y nombrado ‘Los Cazadores’, éstas máquinas son capaces de escanear nuestra energía corporal y detectar a los humanos que representan una amenaza para la conservación de las especies terrestres, al parecer la mayoría de nosotros representamos dicha amenaza. Desde entonces hemos sido perseguidos y obligados a restaurar nuestro propio planeta.

Desde pequeña me enseñaron que los deseos y sentimientos humanos eran la causa de nuestro sufrimiento y serían la causa de nuestra extinción. La ira, la tristeza, el miedo y la ambición alteraban la radiación de nuestro cuerpo y quien no lograba mantener los niveles de energía aceptables para los cazadores era asesinado o llevado al lugar que se le llama Semper y de ahí nadie vuelve.

A todos se nos entrenaba desde la infancia para controlar los deseos y sentimientos que ponían en riesgo nuestra existencia, pero al igual que yo, muchos nunca aprendimos a mantener los niveles requeridos, entonces se no utilizó como carnada para atraer a los cazadores y se nos enseñó a defendernos de ellos y eliminarlos, el ejército de robots disminuyó considerablemente gracias a nosotros, personalmente he eliminado a 26 de ellos, uno por cada año que no he podido vivir en paz.

Solo hay vestigios del mundo anterior, los humanos poderosos escaparon a buscar su suerte en el espacio y la humanidad restante y temerosa se dividió en pequeños imperios dirigidos por personas con espíritu protector que no recibían reverencias, solo respeto.

Mi padre era uno de los dos comandantes principales del ejército de Ceclos, el Rey se encontraba en su lecho de muerte y quien resultara demostrar ser más ágil en la única batalla humana que existía, la batalla uno a uno, sería coronado, pero algo trágico sucedió, tan pronto el Rey murió, los generales se batieron en duelo. Saboreé la victoria al ver que mi padre resultó triunfante y me invadió el miedo al ver que en ese mismo instante una ráfaga de luz atravesó su cuerpo.

Entonces nos vimos rodeados por un ejército de Cazadores y naves armadas. Una de las naves descendió y un hombre fuerte salió de ella para pararse en medio de los dos cuerpos que yacían en el patio del refugio amurallado.

— Ahora yo, Tabal, guardián del distrito 032 soy su Rey — exclamó y aunque los demás guardianes y yo deseábamos  desenfundar las armas tuvimos que aguardar. — No teman, he logrado que los Cazadores se sometan, ya no tendremos que luchar y muy pronto encontraremos la matrix que los ha estado controlando. 

No podía creer lo que estaba sucediendo, el pequeño ejército de unos veinte robots le obedecía y se inclinaba ante él. Ansiaba desafiarlo por haber asesinado a mi padre pero al parecer era el primer humano capaz de lograr la tan anhelada hazaña y eso representaba esperanza.

— Es un imperio de fortaleza, no de devoción — exclamé y sus armas pusieron a mi cuerpo en la mira.

Ordenó que me llevaran ante él. — Igualdad para los hombres, devoción de las máquinas — pronunció con firmeza y la multitud comenzó a ovacionarle, pero yo pude contemplar la soberbia en su mirada.

— Háganla entrar — ordenó a dos de los hombres que bajaban de las naves.

— ¿Estás en contra de recuperar la libertad que los humanos merecemos? — preguntó mientras yo intentaba soltarme.

— Lo estoy si piensas que la muerte representa libertad, acabas de asesinar a mi padre — repliqué.

— Ahora entiendo el motivo de tu furia, tuve que hacerlo para evitar una batalla innecesaria. No quiero más muertes, solo pueblos libres bajo la custodia de un solo Reino — justificó el hombre y entonces me pregunté si sería peor ser gobernados por inteligencia artificial o por un humano con ansias de dominio en la mirada. — Dime tu nombre — exigió pero no respondí.

— Se llama Shedaya — respondió quién había sido el consejero imperial.

— Bonito nombre — dijo el autoproclamado Rey — Entonces, Shedaya, se te hace poco lo que ofrezco? — Lo miré a los ojos y me llené de odio pero sabía que desafiarlo en ese momento solo apresuraría mi muerte.

— Permíteme sepultar a mi padre — pedí — y después seré parte de tu ejército si así lo deseas.

— La lucha está por terminar y no tendrás que ser más guerrera — se acercó a mí y extendió su brazo hacia mis caderas para desenfundar las armas que portaba.

— Mi señor, la mujer esconde una daga en el pecho — dijo uno de los Cazadores y Tabal me arrebató la antigua daga de mi padre para después entregar mis pertenencias al consejero, quien pude percibir era su aliado y quien le facilitó la entrada a la muralla — Ves a sepultar a tu padre y después te sentarás a mi lado durante la celebración — ordenó.

Entonces me soltaron y salí para abrazar el cuerpo de quien había sido mi maestro y protector, la desesperación y el coraje intentaron apoderarse de mí pero tuve que ser fuerte.

Sepulté a dos Generales y un Rey con la ayuda de dos Cazadores, noté que en diferentes partes de su cuerpo metálico había pequeños chips implantados, nunca había visto tal cosa, así que supuse que era la forma en que habían logrado dominarlos, después de eso me llevaron al interior del palacio y me encerraron en la habitación de la antigua Reina.

Me di un largo baño en la tina de madera y al salir había un hermoso vestido sobre la cama, confeccionado con telas orgánicas y suaves como las que fabricaba artesanalmente mi madre, entonces me quité la rígida armadura para ponerme aquel vestido y unas hermosas sandalias.




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