Descubrí que había personas escondidas en el bosque, personas sin refugio, había algo raro en ellos, caminaban en círculos y su rostro era inexpresivo les advertí de los cazadores pero al parecer éstos no los derectaban como una amenaza.
Las ráfagas de luz se acercaban y de pronto al voltear ví corriendo a mi lado a un niño asustado. Miré hacia atrás y quizás uno de los cuerpos que fueron alcanzados pertenecía a su madre.
Repentinamente un Cazador apareció frente a nosotros, pero su color no era oscuro, era diferente a los demás, resplandecía como el oro y yo me preparé para el ataque.
— Bienvenidos a Akenab, sigan por éste camino hacia la muralla — dijo y pasó de largo hacia el encuentro de quienes nos perseguían y comenzó a disparar. Tres Cazadores cayeron y al ver esto los dominados regresaron a Ceclos y los activos se perdieron en el bosque.
El pequeño niño se había aferrado a mí, miré el miedo y la impotencia en sus ojos o tal vez solo fue el reflejo de lo que yo sentía en ese momento. Seguimos caminando y de pronto caímos en lo que parecía una trampa para las bestias.
— ¿Están bien? — escuché la voz de un hombre que también estaba atrapado en el profundo agujero cubierto de maleza pero no podía ver nada.
— Me duele mi brazo — dijo el pequeño y entonces alguien comenzó a quitar la reja de aquella trampa.
— ¿Se encuentra bien mi señor? — Al instante reconocí la voz del Cazador Dorado, nos ayudó a salir y un sentimiento desconocido se revolvió en mis entrañas al ver al hombre, su apariencia era como la de un guardián fuerte y ágil pero su vestimenta era la de un monje.
— Pensé que los monjes habían desaparecido junto con todos sus templos — le dije.
— Aún hay un monasterio en Akenab — sus ojos marrones me miraron con cierto rechazo pero comenzó a revisar el brazo del pequeño.
— No hay fractura — dijo el robot después de hacernos un escaneo corporal — la mujer tiene un objeto peligroso en su cabello, la vi eliminar a un Cazador con él.
Entonces el monje se acercó a mí y extendió su mano para quitarme el broche, lo observó y lo encerró su puño.
— ¿Mataste a un cazador tú sola? — cuestionó.
— Soy solo una madre que protege a su hijo — el niño sabía que yo estaba mintiendo pero se aferró a mí sin decir nada.
— Síganme — dijo el monje y nos condujo hacia el monasterio.
Éste se encontraba en el exterior de la ciudad amurallada, era una hermosa construcción antigua que seguramente había estado en medio de numerosas batallas.
Había algunos monjes en la entrada pero no había guardianes, el Cazador dorado se quedó afuera y dos mujeres se acercaron a nosotros para limpiar nuestras heridas. El monje nos observó con cierto desprecio y entonces supe que no confiaba en mi palabra.
— Ésta mujer es tu madre? — preguntó con dureza al pequeño pero éste no respondió nada y solo me miró temeroso — ¿Es tu madre? — preguntó de nuevo elevando el tono de su voz y el niño tembló.
— ¡No lo soy! No lo atemorice más por favor. — Supliqué.
— Se le dará refugio al pequeño en Akenab pero tú de ninguna manera entrarás a la ciudad.
— Creí que los monjes conocían la compasión — le dije intentando convencerlo de dejarme entrar para hablar con su Rey.
— No se puede mostrar compasión a quien miente — su rostro se tornó sereno, esperando que yo dijera la verdad.
— Temí que el Cazador que le protege me asesinara, mi nombre es Shedaya, guardiana de Ceclos, la madre del niño murió mientras huíamos del nuevo Rey.
— ¿Por qué huías de tu Rey? — inquirió.
— Porque asesinó a mi padre — respondí — y está reuniendo a un ejército de Cazadores con el objetivo de asentar un solo Reino que gobierne sobre la tierra, así que le suplico que me deje entrar a Akenab para hablar con el Rey, estoy segura de que también intentará tomar su ciudad. — Agachó su cabeza como si hiciera una pequeña oración.
— ¿Cómo puedo confiar en tí? — preguntó y entonces le mostré los chips que había le quité al cazador. Intentó tomarlos de mi mano pero no lo permití.
— Irás al palacio y dirás todo lo que sabes, después volverás a este monasterio. — Era un monje hablando como un guardián y su mirada denotaba que había fuego en su interior, entonces supuse que en realidad estaba en el refugio de los guardianes de Akenab y se ocultaban bajo el disfraz de monjes.
El niño se quedó con las mujeres y nosotros subimos a una nave, jamás había estado en una, pues Ceclos era uno de los Reinos más austeros sobre la tierra y las reservas de energía más cercanas habían quedado dentro del territorio de Akenab y ciudades vecinas.
La muralla era impresionante y la ciudad una majestuosa obra de arte en piedra que se fundía entre la naturaleza. La nave se detuvo frente al palacio, justo en la entrada había una enorme estatua metálica de una corona oxidada.
Tan pronto bajamos algunas personas salieron a nuestro encuentro, caminamos al salón principal, entonces el monje se quitó frente a todos la túnica roja que llevaba puesta y le entregaron una prenda muy diferente, de un blanco puro.
El Rey Jazak ha vuelto! — Exclamó uno de los hombres y entonces me di cuenta de que todo el tiempo había estado frente a quién yo buscaba.
Me obligó a decir todo lo que pudiera ser de utilidad frente a los generales y consejeros imperiales.
— Ceclos es un imperio independiente y tu eres una fugitiva que propone luchar contra el hombre que ha descubierto la forma de dominar a los cazadores, qué te hace pensar que vamos a ayudarte? — Dijo uno de los generales y me quedé en silencio mientras intentaba que mi mente ordenara a las palabras correctas salir de mi boca.
— Viniste hasta aquí para quedarte callada? — cuestionó Jazak el Rey.
— No! Vine hasta aquí por que sé que Tabal no se conformará con controlar a un ejército de robots y tengo la sospecha de que en realidad quiere utilizarlos para someter a las personas a su voluntad. — Respondí — entonces jamás habrá libertad.
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Editado: 29.01.2024