💛Capítulo 3: El tercer rayo de Sol.
“Hasta que borré el sabor de la felicidad, me fuiste convirtiendo en tu enemigo
Siendo la culpable y me perdí en tu laberinto del que hoy quiero escapar. —Camila, Romeo Santos.”
Él parecía olvidar nuestros momentos más hermosos juntos y yo no sabría cómo reaccionar ante ello. Me duele amarlo a la distancia, me duele verle y no poder tocar su piel, añorar un acercamiento más romántico. Sería inútil, no hay nada que mi presencia pueda salvar. Verla a ella es como verlo a él, hablarle es como hablar con él y ni contar de sus respuestas, piensa como él.
Era aquel rayo del sol que busco en cada amanecer, es lo que siempre estuve esperando y aunque con el paso de los años los dos hemos cambiado mucho continuaba amándolo. Me siento tonta amando a alguien que nunca me va a pertenecer.
Suspiré afligida leyendo la nueva carta que estoy escribiendo. He tomado como costumbre escribirle cartas anónimas a Atlas sobre como me hace sentir, sobre como me siento con la noticia de su hija y esposa. Sentía que me estaba hundiendo en un océano inestable, con cada alejamiento mi corazón muere.
El día de hoy no tenía clases en la mañana porque Theo estaría en una conferencia por su trabajo y no podía venir y además no había suplencia por lo que me dirigí a mi trabajo desde temprano, y aunque en varias oportunidades le estuve marcando a Atlas no me atendió. El bus me dejó y pasé directamente a la casa, saco la llave y entro al hogar hallando todo en completo silencio.
—¿Harriet? —. Llamé a la niña hasta que recordé que estaría en clases. Y Atlas no trabaja hasta la una en la compañía.
Supe que aparte de ser neurólogo era CEO en la empresa familiar por lo que asumo que ese hombre tiene encima mucho trabajo y que son escasas las veces que está habitando la casa. Y aún así logra pasar al menos media hora con Harriet. Es de admirar, a mi apenas me da chance comer con papá y eso es una sola vez en el día desde que tengo uso de razón.
—No sabía que vendrías antes. —. Escuché a mis espaldas.
Él estaba en el final de las escaleras con una camisa informal blanca puesta y unos pans grises, venía descalzo y con su cabello castaño hecho un nido de pájaros. Y aún en esas fachas no deja de ser el hombre más guapo de todo el mundo, o al menos para mí lo es.
—Te llamé pero no atendías. —. Señalé mi móvil, lo tenía en mis manos y él sonrió divertido.
—Si, lo siento. Antes estaba haciendo otra cosa y no podía atenderte pero pasa. De momento pasarás la mañana conmigo, Harriet está en el colegio y las chicas de limpieza vienen mañana.
—Lo entiendo pero si te incomoda mi presencia puedo marcharme y venir más tarde. —. La verdad no quería interrumpir su momento a solas.
—Insisto, acompáñame a desayunar y así hablamos un poco sobre nosotros, porque no lo podré expresar pero tú rostro me parece conocido y ese color azul de tus ojos igual. —. Él me miró con curiosidad acercándose.—¿Estás segura que Tony no nos presentó antes?
“¿De que manera te confieso que nos conocemos desde que yo tenía ocho años y tú diecisiete? Desde ese momento fuiste y serás siempre el amor de mi vida, Atlas, y me duele que no me recuerdes”
Mis pensamientos por poco me dominan pero termino sonriendo y niego con la cabeza, le invito a que vamos a la cocina y él me sigue caminando a mi lado.
—Estoy segura que es la primera vez que nos vemos. —. “Mentira, mentira, mentira”.
—¿Y has vivido toda tu vida acá? —. Vuelve a preguntar.
—Si, desde la muerte de mamá. —. Dejo mi bolso sobre la isla mientras que él comienza a moverse por toda la cocina buscando los implemos para preparar un desayuno.
—Es una falta de respeto preguntar pero… ¿de que murió tu mamá?
—Fue cuando tenía siete años y pasa que mamá había salido de viaje y en el bus donde ella iba se volcó por una colina cayendo y rodar. Nadie quedó vivo de ese suceso. —. Hablar de su muerte es doloroso, sigo sin superar nada porque desde que ella se marchó mi casa no volvió a ser la misma.— Y en honor a ella mi papá me cedió toda su ropa y la uso.
—Los vestidos son hermosos, la verdad te sientan bien, Asíc. —. Su amabilidad me hace sonrojarme, él solo es amable conmigo.
—¿Y tú qué puedes contarme que Tony no haya hecho? —. Insisto en lo que lo veo meter tres panes en la tostadora y sacar dos potes de yogurt griego del refrigerador.
—Mi madre murió igual en un accidente y mi esposa también, solo quedamos mi padre, mi hermana, mi hija y yo. Es triste pero es lo que hay, aunque me habría encantado que mi madre conociera a mi niña.
—¿Ella murió cuando tú tenías cuántos años? —. Se exactamente a qué edad fue pero quiero que él me lo diga.
—Tenía yo unos diecisiete y Tony ocho años. —. Ella vino a mi cuando su mamá murió y fui con mi papá a su velorio, es triste que Atlas no lo recuerde pero esa noche la pasamos abrazados los tres.
—Lo lamento mucho. —. Él negó manoteando su mano.
—Ya pasó hace mucho tiempo, lo he superado.
Él continuó preparando unos panes tostados con un tazón pequeño de yogurt con fruta picada dentro y semillas de chía, él me pasa uno de ellos y se sienta frente a mi a comer.
De reojo observé que su porción es realmente poca y que está comiendo solo un pan embarrado con mantequilla, Atlas es delgado pero no mucho, me sorprende que tenga problemas con la comida.
—¿Tienes novio, Asíc? —. Preguntó de repente.
Por poco y me ahogo con el desayuno, mi reacción le causó risa.
—Nunca he tenido novio.
Él frunció el ceño y miró intrigado.
—¿Puedo saber el motivo? Eres preciosa y muy inteligente, o son las palabras con las que te describe Tony. Tienes ciertas cualidades que a cualquier chico le encantaría encontrar en una novia.
“¿Qué cualidades debo tener para llegar a gustar de ti, Atlas?” pregunté internamente.
—Los hombres son unos tontos.