💛Capítulo 5: El quinto rayo de Sol.
Recordar a veces no es bueno, me toma la melancolía y decide en no querer soltarme jamás.
Estaba escuchando música mientras que caminaba de regreso a mi casa luego de salir de mi trabajo. Parecía que en cualquier momento lloverá por lo que apresuré mi paso, en vano ya que a los minutos se desplomó una lluvia más o menos fuerte pero no tanto como para continuar con mi camino. Ya mi cabello y ropa estaba húmeda y eso que traía mi bolso sobre mi cabeza pero es inútil.
—¡Asíc! —. El llamado a mi nombre me ha e detenerme y observar una camioneta pararse a mi lado y abrir la puerta de copiloto enseñando a un Atlas en pijamas.— Cuando empezó a llover me preparaba para dormir más sin embargo la idea de que podrías mojarte me dominó y salí a buscarte. —. Me explicó al subir a su auto.
“¡Corazón no vayas tan rápido!”
—¿Y Harriet con quién se quedó?
—Mi vecina me ayudó al quedarse con ella. —. Se explicó y yo no pude evitar ruborizarme.
—Gracias por esto, Atlas. Aunque haya empapado tu asiento con mi ropa y cabello. —. Sentí pena al ver mi cabello gotear y empapar todo a su paso, y él, simplemente me sonrió negando.
—Eso puede secarse pero jamás me perdonaría que cojas alguna neumonía. —. Enciende su auto y lo pone en marcha, encendió segundos después la calefacción haciendo que mi frío disminuya. De pronto mi estómago protesta avergonzándome frente a él, de la pena escondo mi rostro con mis manos.
—Perdón. —. Hablo rápidamente.
—Tranquila, más bien tenía pensado en comer algo antes de llevarte a tu casa.
Él tranquilamente me fue sacando conversación en lo que llegábamos a un restaurante del que no paraba de mencionar ya que en ese almorzó por última vez con su madre y además era el favorito de ella. Al llegar él se dispuso a usar una chaqueta y me tendió una suya y que me quedaba un poco grande pero que cubría mi ropa húmeda. No estaba tan lleno de personas por lo que pasamos a una mesa rápidamente.
—¿Qué deseas comer? —. Me pregunta cuando ya llevo un rato viendo el menú.
Era indecisa y no conozco la mayoría de estos platillos por lo que apenada veo a Atlas.
—Lo que pidas está bien para mí. —. Sentí mis mejillas calientes por la pena.
—¿Segura, Asíc? —. Preguntó por última vez y yo asiento.
—Si, adelante pide por los dos.
Él llama al mesero y ordena dos ensaladas y dos Té helados con limón incluido, no me parece algo tan pesado y es adecuado para mí. No suelo comer carnes o pollo, y si lo hago es de vez en cuando, mayormente comía ensaladas y jugos tres en uno.
Había un pequeño escenario donde había unos dos hombres hacer un cover de una canción que no recuerdo bien quien la canta pero su letra es triste. Eran un chico moreno, cabello rapado y musculoso y tocaba una guitarra, mientras que el otro es delgado, cabello corto y tocaba el piano.
“Prefiero vivir mil años sin ti
Que una eternidad pasándola así
Fuiste el amor de mi vida…”
—El perfil de tu rostro me parece conocido.
Dejo de ver al grupo cantar para ver a Atlas y él me miraba a mi estudiando mi rostro. Estaba en pijamas y parecía que no ya que su pijama no es como la de las personas de clase media social, es una que puedes confundir fácilmente con una prenda cualquiera.
—¿Por qué lo dices?
—La forma de tu nariz y la de tus labios me parece conocida, no entiendo porqué si se supone que nos conocíamos hasta hace unas semanas. —. Frunce su ceño y yo resoplo.
—Me estás confundiendo con alguien más.
—No conozco a muchas personas, mi capacidad por socializar se ve impedida por un asunto mucho más personal y que no estoy preparado para revelar. —. Inhalé profundamente. Más secretos que no quiere decir. Ya con este son dos secretos que me ocultan los hermanos Robinson.
—Lo entiendo. —. “No te entiendo ni un poco, Atlas Robinson”.
Él fue interrumpido por la llegada del mesero que nos entrega la comida junto con las bebidas. No hablamos más y simplemente nos concentramos en probar la comida. Él se veía interesado en aquellos quienes todavía cantaban juntos, la mayoría de todos en el restaurante les hacían coros al ser canciones conocidas. La verdad la Asíc de ocho años estaría feliz de saber que estaba a solas finalmente con Atlas y comiendo en público.
—Estás callada.
—Cualquier cosa que pueda decir podría ser perjudicial para mí.
—En algún momento me comprenderás. —. Insiste en lo que acaba de comer, yo dejé mi cubierto de lado para verlo y negar.
—No te comprendo ni un poco.
Él inhala profundamente deslizando su mirada por todo mi rostro y por primera vez no me siento tan intimidada con su presencia o con la profundidad con la que me ve.
—Lo lamento, no era mi intención confundirte. —. Y guardó silencio.
La cena acaba a la media hora y cuando ya faltaba nada para que dieran las 10 estamos de camino a la residencia de departamentos donde vivo desde que tengo uso de razón. La luz de mi piso estaba encendida por lo que pienso que mi papá ya llegó.
Atlas apagó su auto y me miró algo caído.
—Lo siento, Asíc.
—Ya te has disculpado dos veces, y no entiendo porqué si no eres culpable de nada. —. “Más que robar mi corazón sin arma o sin amenazas de por medio.”
—Insisto tanto en que te conozco porque así me lo grita mi corazón. Te he visto y tratado en algún lado Pero no recuerdo concretamente dónde.
Suspiré y vaya, no sabría que decir al respecto. Prometí a mi misma no revelar nada de aquel pasado porque quería que él por su cuenta lo sepa, quiero que cuando me vea me recuerde y deje de fingir tratándome como una desconocida o como la simple mejor amiga de su hermana, o como la inepta niñera de su hija.