💛Capítulo 9: El noveno rayo de Sol.
Asíc Williams.
“Háblame, necesito escuchar que me necesitas como te necesito.
Enamórate de mí, quiero saber que sientes lo que siento por ti, amor.
Antes de ti, nena, yo estaba entumecido, ahogándome en el dolor.“ Trevor Daniel.
En mis 23 años de vida me había sentido tan feliz como ahora.
Atlas jugaba con Harriet en el jardín en lo que yo preparaba algo de comer en la cocina con Tony, ella había venido junto con el Sr. Robinson a pasar un primer fin de semana juntos desde que me mudé con Atlas.
—Te sienta bien ser ama de casa. —. Me dice, desde una de los bancos de la isla.
—Igual acabaré con mi carrera así que no te preocupes. —. Dije entre risas, ya es la segunda vez que me preguntan.
Que ande saliendo con Atlas y haga uno que otro deber en la casa no quiere decir que dejaré mi carrera y me dedicaré en cuerpo y alma a su casa y a su familia. Él entiende y acepta que yo acabe con mi carrera y me preparé profesionalmente.
—¿Has hablado con tu papá? Supe por el mío que tú papá la ha estado pasando muy mal este último mes.
Desde que me marché con Atlas que no hablo con él y no es por mi ya que desde ese día le estuve llamando y enviando mensajes y no me atiende, Atlas no sabe pero recientemente fui a casa de mi papá a visitarlo y no me abrió la puerta. Realmente me sentí muy mal y triste por lo que dije que no lo buscaría hasta que él estuviera listo para perdonarme.
—¿Está mal?
—Al parecer es cáncer, Asíc. —. Lo que traía en mis manos cayó al suelo creando un estruendo alto que Atlas vino a dónde me encontraba.
—¿Te sientes mal?, ¿Qué pasa, cielo? —. Me comenzó a echar aire con sus manos pero era inútil, yo solo podía pensar en lo mal hija que he sido en estos meses.
Él sanaba mi dolor ante la perdida de Atlas mientras que el suyo nadie le importaba.
Mi cuerpo de inmediato falló ante la fatal idea de perderlo, Tony de inmediato le explicó a Atlas lo que pasaba con mi padre y él comprendió.
—Se lo iba a decir a mi modo, Tony.
¿Qué? ¿Él lo sabía?
—¿Tu sabías que mi papá está enfermo? —. Estaba herida, se supone que entre nosotros no existen los secretos.
—Lo supe ayer y pensaba decírtelo hoy, sabía que te pondrías así.
—¡¡Es mi padre, Atlas!! ¿Qué esperabas? —. Me zafé de su agarre y puse distancia.
—Lo lamento, Asíc, en cuanto te recuperes podemos ir a verlo.
—Por favor.
Terminé saliendo de la cocina al sentir las lágrimas bajar por mis mejillas y cantidades de recuerdos con él vinieron a mi cabeza al igual que una marea alta, tan solo recordándome mi desdicha. No solo había perdido a mi madre hace años si no que ahora una enfermedad tan cruel como el cáncer me arrebataría a mi padre dejándome completamente sola en este mundo.
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Unos cuantos de rayos de sol atrás.
—Ese helado que tanto quieres puede esperar a que tú acabes con tus verduras.
Saqué mi lengua al segundo que mi padre dejó frente a mi un plato donde el personaje principal eran los brócolis, zanahorias y remolachas. La berenjena podría consideraras la única verdura que comía por voluntad propia y es porque mi madre en edad más temprana me habría preparado papillas con ella.
—No quiero.
—Para tener 13 años sigues siendo delicada de paladar. —. Bufa él dándose por vencido.
Él había preparado vegetales en cosas raras que no puedo ni nombrar y aparte había hervido verduras y más vegetales para que pueda comer suficiente hoy y no recostarme con la tripa vacía.
—Lo siento pero no me gusta.
—No puedo culparte, tu madre te malcrío mucho.
Él me sonríe y yo no puedo evitar llorar, sentía que de algún modo le faltaba al respeto por lo mucho que se tardó cocinando y que venga yo a rechazar su comida.
—Asíc, no. No vayas a llorar por favor, yo entiendo que no te gusten los vegetales pero no es para que llores.
—Los cocinaste con mucho cariño y yo no puedo comerlos. —. Lloriqueaba triste con solo pensar en las horas que papá duró en la cocina haciendo la cena para que yo no comiera nada.
—Mi rayito de sol, eso no importa…
—¡Si importa! Lo has hecho con amor y debo comerlos.
Llevé un trozo de brócoli a mi boca y al primer mordisco pude notar que no sabe tan mal como imaginé, y lo mismo pasó con la zanahoria y la remolacha. He vivido mi vida entera privada de tal sabor tan delicioso.
—¡Son riquísimos, papá!
Él rió viéndome comerme aquel plato lleno de verduras y vegetales.
—Ya puedo verlo.
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—¿Son todos míos?
Él sacó muchas más prendas del closet que perteneció a mi madre y eran muchos vestidos hermosos que más de una vez le vi utilizar. Es triste pensar que ahora me pertenecen las prendas que un día mi madre utilizaba en vida.
Eran muchos vestidos en tonos inmaculados; blancos, amarillos pastel y rosado palo, muchos con diferentes diseños y estilos pero sin dejar de ser hermosos y únicos.
—Tu madre habría querido que te los quedaras.
Dio un paso atrás y yo pude tocar las suaves telas con mis dedos y recordar a mi madre usar uno a uno.
—Te lo agradezco, creí que los donarías.
—Nunca podría deshacerme de algo que perteneció al amor de mi vida. —. Él salió de la recámara a sentir sus voz quebrarse.
Revisé uno a uno y en suma calma los fui transportando desde la recámara de mi padre a la mía donde los dejé guardados dentro de unas cajas encima de mis closet y que abriría el día que comiencen a quedarme, de momento me considero muy pequeña.