💛Capítulo 18: El Decimo Octavo rayo de Sol.
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Atlas Robinson.
Ella es todo lo que un día pedí, creo que podría sentirme satisfecho por haberla encontrado. Eleonor me amaba por quien era, por cómo suelo ser. Sin embargo, mi subconsciente viaja de regreso a mis memorias de adolescente cuando en mi campo visual una linda jovencita de preciosos cabellos rubios se volvió mi todo. Ella es la amiga de mi hermana y lo respeto, sin embargo no tengo control sobre mis sentimientos.
—¿Ella es linda?
Eleonor es mi amiga, vino a vivir conmigo a Liverpool. Fue difícil para ella quedarse en Estados Unidos sin mi.
—Es la más preciosa de todas, es un rayo de sol en medio de la oscuridad.
—Pareces enamorado, Atlas. —. Eleonor lo dice a juego, quisiera que fuera eso y que estos extraños sentimientos sean de mentiras.
—Es la amiga de Tony así que no puedo fallarle de tal modo a mi hermana.
—No lo haces si te casas conmigo. —. Inhalé profundamente y la miré. Eleonor es la mujer más preciosa que nunca antes pude haber conocido. Desde un lindo cabello azabache hasta unos ojos verdes brillantes y llenos de vida, sobre su nariz hay unas pecas que le dan un aire tierno.
—Lo has hecho de nuevo. —. Le recuerdo.
Es la quinta vez que saca el tema de un matrimonio entre los dos, pero creo que no está pensando con claridad.
—Ya quizás y solo este enamorada de ti y quiero que seas tú mi esposo hasta mi muerte.
—Ele…
—Atlas, solo quiero sentir tu amor.
Ella es la mujer que por años mis padres quisieron para mí y es fantástico, sin embargo no es a Eleonor a quien yo amo.
—Solo si me aceptas con todo y enamoramiento por ella, aunque insisto que no mereces un amor a medias.
—Yo puedo hacer que te enamores de mi. —. Siempre me gustó esa seguridad, sabe lo que quiere y no descansa hasta obtenerlo.
Aquella tarde como dos adolescentes prófugos de sus padres nos dirigimos a un registro civil donde finalmente ella se vuelve la Señora Robinson, esposa de Atlas Robinson. Eleonor con poco tiempo pudo conseguir un vestido blanco mientras que yo me encargaba de nuestros anillos, y fue así que nos casamos.
Ya al año cuando mi padre y Tony vinieron de visita celebramos una boda católica digna de nuestras familias, aún recuerdo su felicidad.
Pero había un problema, no quería consumir mi matrimonio, no podía faltarle de tal modo. Se que aún no la amo, que únicamente siento por ella aprecio, mucho cariño, y respeto por ser mi esposa de ahora hasta el día de nuestra muerte.
—Ele, no puedo hacerte eso.
Ella está frente a mi tan vulnerable, me expresaba con palabras y acciones que quería cariño de mi parte, y no encuentro de que modo explicarle que no puedo profanar su cuerpo y alma.
—Quiero que seas el primero y el único, Atlas.
Ella me toma desprevenido y besa mis labios, yo no soy un canalla y no quisiera que sienta en algún momento que me aproveche de nuestro matrimonio para saciar alguna especie de necesidad.
—Ele, no… por favor.
—Solo necesito que cumplas tu labor como mi esposo y es que me hagas sentir amada, así sea por esta noche.
Y ella se hizo de las suyas porque obtuvo lo que tanto quería, sin embargo ahora sí que haría de toda mi fuerza para olvidar a aquella jovencita que en mi adolescencia me abrumó con su presencia.
Nuestro matrimonio fue el mejor de todos y nuestros primeros años un nido de amor al que ambos abonamos cada día, nos llenamos de halagos que hagan crecer lo que ambos queremos que funcione. Yo tomaba mi labor en la empresa con seriedad mientras que ella se encargaba de tomar el control en nuestra casa, en sus clases de ballet contemporáneo y su tienda de ropa femenina.
Eleonor y yo teníamos un matrimonio feliz y destinado al éxito, y parecía una ensoñación hasta que un día, en plena madrugada todo cambio para nosotros.
El día 23 de mayo a eso de las 3 de la madrugada tuve mi primera crisis debido a mi Alzheimer y por ende me llevaron a emergencias. Después de tantos exámenes, tantas idas al médico, y una semana hospitalizado el medico que me está tratando determinó que aparte de tener una cardiopatía en nivel crónica padecía de un tipo de Alzheimer extraño y que raramente se ve en hombres menores de 30 años.
Fui diagnosticado a muy temprana edad con aquellos inicios de la enfermedad, y sumando a aquella noticia la llegada de nuestra primera hija.
—No podemos condenarla a qué viva con nosotros de este modo.
Me negaba rotundamente a qué mi hija me vea de este modo, que sienta que en cualquier momento podría no reconocerla.
—Ella lo va a comprender
Fue así como decidimos tener a nuestra hija.
Hubiera amado que Harriet hubiera crecido con un padre sano cuyo corazón y cabeza no fuera una bomba a nada de explotar.
Los meses pasaron y ella llegó a nuestra vida, tan bella al igual que su madre.
Harriet Robinson había llegado a nuestras vidas para llenarnos de felicidad, para explicarnos el verdadero significado del amar y querer genuinamente.
Un par de años más tarde cuando ya ella tenía unos ocho años la desgracia nos toca la puerta y se lleva sin previo aviso a mi esposa, a la madre de mi única hija. Eleonor había muerto en un accidente de coche de camino de su estudio de danza hacia nuestra casa. Fue difícil lidiar con la pérdida y encima explicarle a mi hija pequeña que su madre no va a regresar jamás.
Encima fue difícil quedarme con mi hija porque mi diagnóstico nos jugaba en contra, habían personas que aseguraban que Harriet a mi lado no tendría una vida feliz y que sería desdichada. Legalmente los padres de Eleonor intervinieron y tomaron todo su poder para poder quitarme a mi hija, pero gracias al apoyo de mi padre no fue así, no me la quitaron.
No sé que sería de mi vida sin aquella niña preciosa que todos los días me enseña algo nuevo.