El último recital

El legado

         En la semioscuridad, apenas pudo divisar la figura que estaba bajo esos tubos y vendajes. El sonido de los aparatos le llenó los oídos.
—Papá, ¿me escuchas? —preguntó. Nadie respondió.
—Danny...v-viniste...Solo te estaba esperando a tí —dijo apenas, balbuceando.
          Las lágrimas corrieron por las mejillas del hijo que estaba por perder a su padre. Pensó en los miles de momentos que no compartieron por su estupidez y rebeldía.
—¡Perdóname!! —dijeron los dos al unísono y lloraron por todo lo que perdieron. 
—Haré lo que me pidas, padre. ¡Pero no te vayas!!! —lloraba desconsolado el hijo.
—Eso no lo decido yo, hijo. Me iré de todas maneras. Pero quedas tú, mi único hijo varón para continuar lo que un día tu abuelo empezó. Nadie más puede tocar lo que dejaron nuestros antepasados. Solo alguien con sangre West debe seguir al frente de la compañía.
—Pero, papá. Yo no soy el indicado. No sé nada. No tengo estudios ni experiencia laboral. Solo sé hacer lo que sé y no creo que me sirva de mucho para llevar adelante una compañía. Y es más...no lo merezco!!
—Lo harás bien. Y quiero que recuerdes este momento cuando sientas que desfalleces y no puedes seguir. En este instante y en esta promesa que me haces. ¿Prometes continuar? Además, deberás cumplir con la cláusula constitutiva de la empresa y que dejé además asentada en el testamento.
          Danny dudó mucho, en su mente bullían miles de opciones. En ninguna encontró la respuesta que su padre esperaba en su lecho de muerte.
—Te vas a recuperar, papá. Y continuarás con esto como siempre lo has hecho. Pero si no es así, te prometo que trataré de honrar tu sangre y de cumplir con lo que me has impuesto.
          El señor Peter sonrió, apretó su mano y de un suspiro, exhaló lo último que le quedaba de aliento.
          Eternos minutos pasaron de llantos y dolor contenidos. Abrazos se confundieron alrededor del jefe. Ya era tiempo de preparar el funeral y tomar decisiones sobre el futuro de la compañía.

        Horas después, cargando su dolor, Danny se fue al primer bar que encontró. Casi al entrar, una retahíla de fotógrafos lo rodearon para tomar la foto de su rostro. Trató de cubrirse con la mano pero era inútil. Entendió que debía hacer algo para cambiar esa pesadilla. Lleno de rabia y dolor se metió y cerró las puertas del bar y desapareció durante horas. Aún no se sentía listo para volver al mundo real. Aún no... 
 




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