El último recital

La inspiración

         Daira se quedó inmóvil durante largo tiempo. La cabeza le bullía a kilómetros por hora. Cuando comprendió lo que había sucedido las lágrimas empezaron a surcar el maquillaje de porcelana de su rostro. Todos se retiraron sin prestarle mucha atención. La sala fue rápidamente despejada por la gente de seguridad. Danny desapareció por una puerta trasera acompañado de sus guardaespaldas y ella quedó ahí, sola, parada tironeándose del vestido para que se hiciera más largo y tapara también la vergüenza que sentía.

                Minutros despues, mientras recogía sus cosas, entró Charles a la sala.

—Tengo órdenes de llevarla a casa —dijo..

—No, Charles. No iré a ningún lado. Me voy a mi casa —dijo sin poder contener los sollozos.

—Vamos primero a la mansión, por favor, señorita. No puedo desobedecer, espero me entienda —le dijo Charles sin saber como actuar ante esa muchacha llorosa.

—Si, si, entiendo que tu jefe es un desalmado y egoísta al que solo le interesa él. Pero me va a escuchar, ¿sabes? Me va a tener que escuchar aunque no quiera- espetó enojada mientras subía al auto.
             Todo el viaje en el vehículo lo hizo llorando silenciosamente...de vez en cuando salían unos sollozos imposibles de contenerlos. Al llegar a la mansión se quitó los zapatos que le apretaban los pies. No parecía haber nadie. No iba a dejar que pase un segundo más sin preguntarle a Danny "¿por qué?". Se acercó a la puerta de su habitación y tocó levemente...nada.

       "Es extraño, pensó...¿se durmió?" Y decidió entrar. Jamás antes había entrado a la habitación de Danny, una sensación extraña la recorrió completa. Se acercó al rincón donde estaba el mayor tesoro del cantante. Rasgó las cuerdas de la guitarra. No sabía el acorde pero le sonó bien. Tarareó una melodía sin saber de donde la había sacado.

             Danny salió justo en ese momento del baño, envuelto con la toalla alrededor de la cintura. No se había dado cuenta que había alguien en la habitación hasta que escuchó una voz bellísima que salía de algun lugar. Caminó descalzo silenciosamente hasta colocarse justo detrás de la sorprendida Daira quien sin haber escuchado nada, giró bruscamente, como si se le hubiera ocurrido una gran idea en ese preciso instante. Chocó contra un pecho tatuado al que le continuaba un cuello alargado que olía a jabón tocador. Se quedaron los dos mirándose sorprendidos, sin poder articular palabra. Ella retrocedió un paso y empezó a carraspear como lo hacía siempre que estaba nerviosa:

—P-perdón, jefe. Llamé a la puerta y nadie atendió. Necesitaba hablar con usted, pero puedo volver en otro momento —Todo esto dijo aleteando los brazos a ambos lados, como si quisiera salir volando.

           Danny solo miraba. Se quedó mudo, estático, con los restos de la ducha chorreando. Sentía como las gotas de agua se evaporaban en su cuerpo caliente.

—Volvere luego —dijo arrebolada y salió corriendo.

       Él sonrió levemente. Ya le preguntaría donde había aprendido a cantar tan bien. Algo se empezó a mover en su interior como hace muchos meses no ocurría. Echó una ojeada  al guitarra roja por la que ella había pasado sus dedos...y algo volvió a su pecho como un ave que salió de su jaula y ahora por fin regresaba al nido.

           Sin siquiera vestirse, tomó la guitarra y empezó a tocar sus cuerdas. Las lágrimas no tardaron en brotar como una cascada sobre su regazo. ¡Cuánto extrañaba la música! Desde el día en que su padre murió no se sentía digno de hacer lo que le gustaba, era su castigo por haber perdido preciosos momentos a su lado. Algo se había roto en aquella cama de hospital cuando su padre exhaló por última vez.

     "Tus labios rojos vienen a mí en la oscura noche que se cierne en mi alma negra""Te busco en mis sueños más profundos, ahelando el olor de tu piel"...-se despertó de madrugada sobresaltado escuchando estas palabras en su cabeza. Corrió al escritorio en su cuarto y buscó apresuradamente papel y lápiz. Supo al instante que la inspiración volvió a él. Empezó a escribir como loco la letra recién nacida que salía como río del interior de su ser y se expandía por el brazo hasta tocar la punta del lápiz. Hablaba de una mujer y de cuanto deseaba estar con ella, de sentir su cercanía y de inhalar sus virtudes. 

          Cuando terminó se quedó todo empapado en transpiración leyendo una y otra vez las hojas antes limpias. Ahora estaban repletas de sueños y anhelos tanto tiempo guardados. Suspiró y decidió volver a dormir. Faltaba la melodía...se durmió pensando en la canción que veía sus inicios.

 




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