El último recital

La madre

     Richard no sabía que hacer para calmar el dolor de su amiga. Ya habían pasado dos semanas desde que apareció en "Las cañas" con la cara transformada por el llanto y solo con lo puesto. Ni siquiera quiso mandar a buscar sus cosas a la mansión West. Hasta ahora no había hablado de lo que ocurrió, solo sollozaba diciendo que se le rompió el corazón. 

     Y no era para menos, el enterarse de esa manera que sólo se la había seleccionado para dar lugar a una maldita cláusula que le había impuesto su padre antes de morir era para morirse. Sabía que era solo ua secretaria insignificante, sin gracia y sin dinero pero no merecía ser tratada como si solo fuera un bien material que se podía comprar y vender al mejor postor. En ese sentido siempre se había puesto firme ya que su madre desde niña trató de inclulcarle el valor por sí misma por eso intentó darle la mejor educación que pudo. A sus ojos no era bella pero sabía que si explotaba su inteligencia podría conseguir grandes cosas en la vida. "Lo de afuera se marchita", le repetía incansablemente, "vale lo que tenemos acá y acá", decía señalando el corazón y la cabeza. 

Ella más que nadie podía dar cuenta que lo superficial se resquebrajaba pronto. Había sido una hermosa muchacha de cabellos claros y ojos verdes, que desaprovechó su juventud cuando se enamoró perdidamente de Jhony, un maleantón de su barrio que se dedicaba a ladronear por los alrededores y vendía drogas. Un muchacho con oscuros cabellos ondulados y ojos miel que le quitó la virginidad en uno de los primeros encuentros que tuvieron estando de novios y cuando se hartó de ella, simplemente la dejó y se fue con otra. De esa unión nació Daira y la quiso tener para conservar por siempre el amor del único hombe al que amó en toda su vida. 

 Hace años que Jhony se había borrado del mapa. Ellas ni siquiera sabían de su paradero, tal vez estuviera preso...o tal vez muerto. Lo cierto es que se cruzaron un par de veces con Lorette, la madre de Daira, una cuando ya tenía un avanzado estado de embarazo y otra vez cuando la niña tenía dos años y caminaba de la mano de la madre quien se dirigía a uno de sus múltiples empleos. Jamás dio vuelta los ojos para conocer siquiera a su hija. 

Y esa fue toda la relación que Daira tuvo con su padre. Cuando creció decidió que no permitiría que un hombre le arruinara la vida ni decidiera su futuro. Tal vez por lo que su madre le contó es que le costaba tanto relaconarse con los hombres y siempre tuvo miedo de que le pasara lo mismo. Se decía que "las maldiciones" se transmitían hasta la tercera generación y ella no quería estar dentro de ellas. 

Hoy Daira se planteaba si no había caído como anteriormente lo hiciera su madre en las garras funestas de un amor desagradecido. Algo se había roto el día en que Danny intentó hacerla firmar un contrato del cual se beneficiaría toda la familia West. Al parecer, nadie había pensado en la víctima de un juego tan atroz. Al parecer habían dado por sentado que aceptaría. Y obviamente el dinero no vendría nada mal. Podía sacar a su madre del agujero en el que había vivido siempre con el fantasma de Jhony rondando a su alrededor y ayudar a salir adelante a Richard quien no podía salr a flote solo.
Estaba sumida en sus pensamientos cuando Richard entró con una taza humeante de café. La miró con pena. No podía ver triste a su amiga.

—¡Vamos, amigaaa! ¡Arriba ese ánimo! Hoy conseguí una banda que me recomendaron —le dijo sentándose a su lado.

—¿Por que no me ayudas con ese tema?Eres muy buena para eso. Tienes oído. Te pagare una comisión si logras que esto vuelva a vivir-le dijo con seguridad.

Estas palabras sirvieron para sacudir la modorra que la había seguido tantos días y se levantó de un salto.

—Mira...—le dijo sacando un montón de folletos de vivos colores en los que se publicitaban a "Las cañas". Prometía buena música y tragos alucinantes.

—Voy a empezar a distribuirlos y me encargaré de conseguir las bandas...Vamos a levantar esto, Richard, ya lo verás —le dijo sonoramente.

 Y ambos quedaron riendo y festejando las nuevas oportundades que se abría ante sus ojos,

Richard se alegró al ver con buen ánimo a Daira y la incenivó a que empezara rápido con la tarea que ella misma se había impuesto. Eso mantendría su mente ocupada y el corazón adormilado.

 




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